¿Los Milei en su mejor momento?
Mercados de fiesta al mejor estilo de la fantasía noventosa del menemato. Dólar planchado. Inflación oficial en baja. Riesgo país en descenso. Bonos argentinos exultantes. Sensación de estabilidad macro que en la calle no resuelve nada pero, a falta de opciones, “algo es algo”.
Mercados de fiesta al mejor estilo de la fantasía noventosa del menemato. Dólar planchado. Inflación oficial en baja. Riesgo país en descenso. Bonos argentinos exultantes. Sensación de estabilidad macro que en la calle no resuelve nada pero, a falta de opciones, “algo es algo”.
Síntesis quizá apresurada y hasta contradictoria, vistos los escándalos políticos permanentes que sacuden al oficialismo. Pero la provocación sirve para empezar: ¿el gobierno de los Milei vive su mejor momento?
La diferencia con los ’90 puede ser observada como sustancial… o como mínima. Elijan.
Tras una etapa inicial de fracasos, al pretender que burguesía y oligarquía “nacionales” condujeran a la estabilización, llegó Domingo Cavallo e impuso el producto del peso igual al dólar. Duró unos diez años, nada más o nada menos. Fue posible gracias al alineamiento del peronismo en todas sus acepciones. Dirigentes, sindicatos, intelectuales, siempre con las excepciones que confirmaron la regla. Con cuadros políticos que supieron conducirlo. Y con una inserción pragmática en el escenario internacional, donde tras la caída del Muro había llegado el fin de la Historia.
Javier Milei no parece representar nada parecido, en términos de comando político. Compárense, sin ir más lejos, la comodidad con que Menem sumó al conservadurismo gorila y tradicional, nucleado en la UCeDé de Álvaro Alsogaray, y las dificultades del experimento actual para sostener la alianza con el macrismo.
Milei es el efluvio disparatado de la bronca contra el gobierno anterior, y del fenómeno epocal de la angustia. Pero carece(ría) de toda construcción que no sean su disruptividad como personaje -nacido desde ejes mediáticos con fortísimos intereses corporativos- y la penetración de sus guerrilleros digitales. Esa anarquía conductora exhibe internas, despidos cotidianos de ¿miembros propios? y ¿arrebatos? constantes.
Los papelones de sus funcionarios también son indescriptibles. Sobresalen los divagues de la Comandante Pato, quien arguye que la Gendarmería confunde talco con cocaína porque le puede pasar a cualquiera. Humea operaciones históricas contra el narco. Descubre terroristas que figuraban en Internet y artículos periodísticos, hacía años.
O bien, Casa Rosada echa a la canciller, por votar contra el embargo comercial a Cuba, en una de las camas más extraodinarias que se recuerden. Claro que, a la par, eso sumerge al país en un alineamiento único y tenebroso con Estados Unidos e Israel, aislado del consenso internacional. Más todavía, arriesga los negocios que tanto le importan cuando el mundo gira a la multipolaridad.
Nada de eso sucedía en el gobierno de Menem, que, sí, disparaba con la extravagancia de Guido Di Tella llamando a las relaciones carnales con Washington y a ositos winnie pooh para seducir a los británicos. Y de yapa farandulesca estaban las hazañas amorosas del riojano, junto con la Ferrari que era suya y de nadie más. Pero no era un gobierno de adolescentes tardíos en su mirada y ejecución neocolonial.
La administración de los Milei es un aquelarre que, si fuera por “seriedad” ejecutiva, se asemeja en poco o nada a aquella experiencia neoliberal que terminó como terminará ésta. Más tarde o más temprano. Imposible pronosticar el cuándo.
Sin embargo, en ese aspecto de la visión e implementación neocolonial, y en la capacidad mayoritaria de la sociedad para comprar espejazos de colores, hay un nodo idéntico. Las cuatro M. Martínez de Hoz, Menem, Macri y Milei.
La misma bicicleta financiera que ahora se llama carry trade.
Traer, blanquear y ejecutar los dólares. Tener asegurado el crawling peg de la devaluación mensual fija, para colocarlos con garantía de que los pesos invertidos certifican ganancia en divisa extranjera a niveles que ni el mundo más delirado puede creer.
Abundan chistes y sarcasmos sobre la ingenuidad ¿inconcebible? de al menos un tercio de la población bonaerense de San Nicolás, estafada cual asado que se dejó al cuidado del perro.
¿Cuál es la diferencia con un grueso de argentinos que vuelven a comprar una pirámide Ponzi, o Cositorto, o Caputo, o Sturzenegger, o Bausili, que revela un grado de ensoñación no ya repetido, sino muy malamente aprendido hasta el cansancio? Alfredo Zaiat lo recordó y describió con una rigurosidad y simpleza notables, en su columna de hoy en este diario.
¿Y cuánto de misterio hay en la necesidad de refrescar la chance de una alternativa que no pase exclusivamente por los nombres de siempre? ¿Dónde están, convocados por quiénes, en la dirigencia aspirante al “campo nacional y popular”, los equipos técnicos que discutan y propongan tales y cuales medidas en materia de desarrollo productivo, de perfil exportador para conseguir divisas que no sólo consistan en pagar la deuda externa, de impulsar economía de usufructo de la tierra sin pasar por los llantos de quienes viven de sus ganancias descomunales?
¿Quiénes están auténticamente inquietos por transformar esta parálisis propositiva en algo más que eslóganes, bronca, denuncismo, respuestas contestatarias dispersas, sentimentalismos añorantes, fraseología disparada a la bartola?
Si la oposición principal sigue sumergida en discutir el encabezado del PJ, en medio del desquicio de economía de enclave africano producido por los Milei, merece incorporarse a La Vida de Brian. Ahora dicen que llamarán a la unidad. ¿Así nomás se cierran las heridas dejadas por esa interna lamentable, blandida a cielo abierto? Veremos.
Nadie discute que hoy no es cuestión de presentar aspectos programáticos. Es la era universal de imágenes y sensaciones. Más nadie que siquiera pocos se detienen a leer ni a discutir grandes esquemas. Los partidos políticos no existen hace rato. Los otrora liderazgos son compromisos sentimentales.
Pero, tomando nota de ese envoltorio de las realidades líquidas, seguiría vigente que continúa tratándose de definir un perfil bien claro. O poquito más claro, aunque sea.
Milei, por acción y omisión, lo construyó desde lo formateado por el encierro de la peste. Por el individualismo abominable. Por la libertad entendida como el aplastamiento del Estado. Ese Estado que, recordemos la obviedad, jamás desaparece. Actúa en función de cómo equilibra o desequilibra las injusticias sociales.
Milei significa más Estado que nunca, como hace 30 años lo significó Menem, en su sentido de repartir las cargas a favor de los negociados del Poder. No es, de ninguna manera, un topo que vino a destruir al Estado desde adentro. Vino a fortalecerlo en dirección a la sociedad de las plataformas. De la historia interpretada en Tik Tok. Del fascismo tecnológico. Es la versión orwelliana que se propagó por altoparlantes en las estaciones de trenes. En la aplicación Mi Argentina. En la incitación a que los pobres botoneen pobres.
Es una topadora de clima de época, que justo vino a pasar a lo bestia en la Argentina que fue admirada por su movilidad social ascendente. Y que lo sigue siendo por su vastedad cultural, por sus expresiones artísticas, por sus logros científicos, por su exuberancia de referentes idolatrados.
Algunos o muchos deprimidos, que arreglan las cosas desde frases incendiadas en redes y foros, imaginan que haría falta un Milei de izquierda. O “populista”. Un espécimen surgido por generación espontánea de no se sabe dónde, en condiciones de competir contra la aplanadora de la insolidaridad.
¿Y si fuera que es bastante más módico y realista que eso?
¿Y si fuese que, para empezar, “sólo” es asunto de una presentación de propuestas concretas para intentar una salida de emergencia, a cargo de una imagen de unidad en la diversidad que no discurra por luchas de lapiceras?
En el suplemento Cash de este domingo, el politólogo y cientista social Rubén Manasés Achdjian habla, en la nota de tapa, acerca de la contracultura política que llegó para quedarse. Una cuarta marea plebeya mayormente consecuencia de la pandemia y que logró expresar, en clave antipolítica, la larga cadena de demandas no resueltas en 40 años de democracia.
Ese sistema político, tal como desafía, deberá resolver de qué modo convivirá con una fuerza que duda de los valores democráticos considerados inamovibles.
Sí: ya es agotador hablar del tema.
Pasa, siempre volviendo a los clásicos con tanta razón en tantas vetas del pensamiento crítico, que lo difícil no es describir la realidad sino modificarla.