Espectáculos

Festival de San Sebastián: Italia violenta

La muestra da cuenta de la riqueza cinematográfica, política y social de ese género injustamente considerado menor. En la sección «Horizontes latinos» se presentó «El jockey», de Luis Ortega. 

Desde San Sebastián

El primer fin de semana del Festival Internacional de Cine de San Sebastián tuvo la alfombra roja del Kursaal –la nave nodriza de la muestra- abarrotada de estrellas locales y extranjeras, desde Javier Bardem y Penélope Cruz hasta Cate Blanchett, que vino especialmente al País Vasco a recibir el premio Donostia de la 72ª edición del Zinemaldia, como le dicen en euskera al festival. Por allí pasó también el equipo de la película argentina El jockey, de Luis Ortega, protagonizada por Nahuel Pérez Biscayart junto a la española Ursula Corberó, que aquí es toda una celebridad desde su participación en la serie La casa de papel (la nueva realización del director de El ángel se estrena este jueves en la Argentina después de su paso también por los festivales de Venecia y Toronto).

Y en la gala inaugural del viernes tampoco faltaron las referencias al cine nacional, cuando el anfitrión de la ceremonia, el conocido animador televisivo Andreu Buenafuente, señaló sin eufemismos: “El cine argentino está en peligro. Hay un hombre, Javier Milei, empeñado en silenciarlo. Milei es uno de esos políticos que se ha adueñado de la palabra libertad y la despojó de todo significado”.

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Mientras tanto, la sección oficial en concurso ya albergó la proyección de El cónclave, la flamante, pretenciosa película de alemán Edward Berger, protagonizada por Ralph Fiennes, con la que el director de Sin novedad en el frente intentará llevarse un segundo Oscar, amparado en la polémica que pretende crear a partir de una ficción inspirada en las confabulaciones que rodean a la elección de un Papa. Pero para la cinefilia internacional reunida el festival, que es mucha, la cita de honor –el término nunca fue más apropiado- es con la retrospectiva titulada “Italia violenta: el cine policíaco italiano”, que reúne 22 títulos que dan cuenta de la riqueza cinematográfica, política y social de ese género injustamente considerado menor que es el “poliziesco”.

Desde el clásico Ossessione (1943), legendaria opera prima de Luchino Visconti, basada libremente en la novela El cartero siempre llama dos veces, de James M. Cain, hasta Gomorra (2009), de Matteo Garrone, el ciclo que honra la tradición de las estupendas retrospectivas de San Sebastián, siempre acompañadas por un exhaustivo libro monográfico, es una de las cumbres del festival. Como sucede con el film noir hollywoodense o con el polar francés, el poliziesco italiano siempre fue capaz de conectar con los conflictos de su época, quizás incluso aún más que el de sus pares, porque desde un lugar marginal se permitió reflejar las resabios del fascismo en la Italia de posguerra y la consolidación de las mafias (siciliana, napolitana) que siempre tuvieron en vilo a la institucionalidad del país.

Que Visconti hubiera podido filmar su sórdida Ossessione en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial y con la dictadura fascista de Mussolini todavía en su apogeo debe ser considerado un raro milagro, en tanto la película logró inicialmente sortear la censura y convertirse en una de las piedras basales del neorrealismo, por su retrato sin concesiones de una pareja de la clase más desposeída dispuesta a todo -al asesinato incluso- con tal de dejar atrás sus miserias cotidianas. La Iglesia católica no dejó de advertir lo que en un comienzo se le había escapado al régimen (incluido el potente erotismo entre Massimo Girotti y Clara Calamai) y pidió la prohibición de la película, que no tardó en llegar de la mano de la efímera República fascista de Saló, que creyó destruir todas las copias, sin contar con que Visconti había logrado salvar los negativos.

En Saló, precisamente, llegó a estar refugiado el olvidado realizador Fernando Cerchio, lo que habla por cierto de su adhesión al fascismo, detalle que años después no le impidió dirigir uno de los descubrimientos del ciclo, Il bivio (1951), un poliziesco durísimo, protagonizado por Raf Vallone (el Burt Lancaster italiano) como un gángster que se infiltra como inspector en las filas de la policía de Turín para organizar mejor los atracos de su banda. Esa “encrucijada” de la que habla el título original es en la que se debate el protagonista y que –como explicó el crítico e historiador Felipe Cabrerizo en la presentación del film- no hacía sino reflejar un conflicto de la inmediata posguerra: los grupos de partisanos y fascistas que habían quedado armados y que, ante la falta de trabajo y su familiaridad con la violencia y el riesgo, recurrían al crimen como modo de vida, ante un país que todavía debía volver a consolidarse como tal. Una Torino oscura, pobre, nocturna es el escenario en el que se mueven estos hombres que nunca parecen avizorar siquiera un futuro posible.

El crimen organizado, sin embargo, se remontaba en Italia a comienzos del siglo XX como lo prueba Processo alla città (1952), de Luigi Zampa, un realizador asociado generalmente a la commedia all’italiana, pero que con esta película inauguró un subgénero que no tardó en popularizarse en las décadas siguientes: el de un fiscal que lucha en soledad contra los pactos de silencio de las mafias, en este caso la “camorra” napolitana. El cine italiano “de denuncia” tiene aquí uno de sus primeros ejemplos, inspirado en un caso real de 1906, que Zampa recreó sin problemas en las calles eternas de Nápoles, sus tabernas y sus playas. 

El protagonista es Amedeo Nazzari, un actor de un sorprendente parecido físico con Errol Flynn que en su juventud había sido una estrella del régimen fascista pero que con títulos “comprometidos” como Processo alla città logró rehabilitarse. Sin embargo, el ambiente popular de Nápoles se impone, entre otras razones porque –herencia del neorrealismo, por entonces todavía vigente- Zampa convocó a personajes callejeros e incluso a la troupe de “un teatro cercano a la estación –según palabras del director consignadas en el libro de la retrospectiva- donde las funciones comenzaban a las once de la mañana porque los campesinos que venían de los pueblos, al acabar de descargar su mercancía, lo llenaban antes de regresar al terruño”. Detalles como este, hicieron sin duda a la identidad del mejor cine italiano. 

Fuente: Pagina12

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