“Hacer ciencia es hacer política, política científica”, sostiene Luis Wall, investigador de la Universidad de Quilmes quien acaba de ser reconocido embajador del año por la Sociedad Internacional de Ecología Microbiana por el congreso de la especialidad que organizó en Argentina en 2023. Pero su salida al mercado se vincula a un trabajo de más de 20 años sobre la salud de los suelos. Por eso hoy lo contratan las empresas agropecuarias para dar charlas sobre la salud de los suelos: “Esto determina la salud de las plantas y de los animales que las comen y de la población que se alimenta de plantas y animales”, enumera Wall en la entrevista con Página/12 a propósito de la diatriba de gobierno que hostiga al sistema científico tecnológico con base en las universidades públicas. Sin este sostén no serían posibles las investigaciones, ni desarrollos como el de la bióloga Carla Zilli, en plasmas fríos que permiten sanear semillas almacenadas, o la enzima “descubierta” por Ignacio Lescano López que recupera semillas “envejecidas”.
“Hacer ciencia es hacer política, política científica”, sostiene Luis Wall, investigador de la Universidad de Quilmes quien acaba de ser reconocido embajador del año por la Sociedad Internacional de Ecología Microbiana por el congreso de la especialidad que organizó en Argentina en 2023. Pero su salida al mercado se vincula a un trabajo de más de 20 años sobre la salud de los suelos. Por eso hoy lo contratan las empresas agropecuarias para dar charlas sobre la salud de los suelos: “Esto determina la salud de las plantas y de los animales que las comen y de la población que se alimenta de plantas y animales”, enumera Wall en la entrevista con Página/12 a propósito de la diatriba de gobierno que hostiga al sistema científico tecnológico con base en las universidades públicas. Sin este sostén no serían posibles las investigaciones, ni desarrollos como el de la bióloga Carla Zilli, en plasmas fríos que permiten sanear semillas almacenadas, o la enzima “descubierta” por Ignacio Lescano López que recupera semillas “envejecidas”.
Son casos explícitos de ciencia aplicada a la agroindustria nacional: los valoran los productores de granos y las empresas semilleras que saben de sus beneficios. La contracara de la consideración del presidente Javier Milei a juzgar por los ajustes presupuestarios que impone al área. Algo explícito desde el momento es que se desbocó a los gritos, en el Foro del ultraderechista español Santiago Abascal -de VOX-, en el Centro Cultural Kirchner (aún mantiene su nombre). Allí, y frente a un auditorio que apenas cubría la mitad de la sala sinfónica conocida como “la Ballena”, Milei buscó sumar desprestigio a los investigadores: “Los invito a salir al mercado como cualquier hijo del vecino, investiguen, publiquen un libro y vean si la gente le interesa o no, en lugar de esconderse, canallescamente, detrás de la fuerza coactiva del Estado”.
En la Argentina, la ciencia aplicada al agro muestra capacidad de respuesta a la altura de desafíos apremiantes. Y en diálogo positivo con el mercado. El trigo resistente a sequía aportado por la investigadora del Conicet, Raquel Chan, de la Universidad del Litoral, es auspicioso en tiempos de sequía. Porque aun cuando el Presidente lo niegue, el cambio climático existe. Y ese trigo, que fue avalado por una empresa nacional –Bioceres-, ya puede cultivarse en Australia, Nueva Zelanda, China, Colombia, Brasil y Estados Unidos.
Este año otra novedad sacude al mercado: una variedad de soja «de cuatro semillas» en lugar de las tres tradicionales. La innovación es producto del equipo liderado por la investigadora Julieta Bianchi, y reúne esfuerzos del Conicet, la Universidad de Rosario y una empresa nacional de genética vegetal. Esta soja produce el 60 por ciento de sus vainas con cuatro semillas, algo que resume el trabajo de 40 años de investigación.
El factor tiempo
Detrás de un hallazgo científico y de su aplicación, hay años de hurgar en materiales de laboratorio, para luego hacer pruebas a campo. El reactor de plasmas fríos desarrollado por el equipo que integra Carla Zilli, trabaja a través de un generador de “plasma frío”, inicialmente pensado para controlar hongos en semillas de soja almacenadas.
Esto le llevó más de 10 años a un equipo que integra a la facultad de Agronomía de la UBA y el Conicet –liderado por la investigadora Karina Balestrasse-, con el grupo de descargas eléctricas de la UTN de Venado Tuerto. Al evaluar resultados vieron que además las semillas podían “aumentar su poder germinativo y mejorar los parámetros biométricos de las plantas: mayor peso, mayor área foliar” detalla Zilli.
“El reactor con el que trabajamos puede procesar 100 kilos de semilla por hora”, señala sobre el generador de plasma que lograron construir al ganar un concurso UBA-Tec. Es que este “Laboratorio de plasmas no térmicos aplicados a agroalimentos”, logró una innovación que hoy buscan las grandes semilleras nacionales e internacionales. A la soja, le siguió el girasol, el maíz, el arroz, el maní. “Nos diversificamos y ya estamos haciendo tratamientos para sanear y recuperar lanas de ovejas” y evitar las polillas.
La potencialidad deviene de lograr reactores con capacidad para tratar mayor cantidad de semillas. “Ahora tenemos un convenio I+D con YTec para el escalado y automatización de nuestro reactor generador de plasmas no térmicos. Con el objetivo de procesar más de 1 tonelada de semillas de soja por hora” comparte la investigadora.
Pero fue con el prototipo en funcionamiento que comenzaron a presentar resultados en congresos y a publicar papers. Así llegaron “los llamados” de “las semilleras o empresas que producen productos fitosanitarios y fertilizantes”. Es una tecnología económica: “Los costos operativos son bajos y los tiempos de tratamiento son cortos. Y cuando termina el tratamiento no queda sobre las superficies ningún tipo de residuo químico”.
Contra el envejecimiento
El hallazgo de una enzima que interviene en la reparación de los daños genéticos que sufren las semillas al ser almacenadas, es clave para el agro. De este descubrimiento participa desde su inicio el investigador Ignacio Lescano López (INTA-Conicet). Su trabajo revela la utilidad de la biotecnología para prevenir o restaurar el “envejecimiento de las semillas almacenadas”, expuestas a variables climáticas como temperatura y humedad.
Desde el Centro de Investigaciones en Química Biológica (CIQUIBIC) que depende de la Universidad de Córdoba y del Conicet, coordinado por Maria Elena Alvarez, desde hace 15 años se trabaja con esta encima “en otras cuestiones” explica Lezcano López. “Y hace poquito, en 2019, encontramos que tenía esta función en semillas” aclara.
“Muchas empresas pueden interesarse en este tipo de desarrollos para que tengan impacto directo y aportar a la economía del conocimiento, pero sin ciencia básica es imposible”, detalla el investigador. En el gran campo de la agrobioindustria, la ciencia básica tiene potencialidad, siempre que exista un trabajo previo que habilite su aplicación. Lo demuestran los casos nacidos bajo el ala protectora del Estado.
El trabajo en ciencia básica “ayuda a que podamos transferir el conocimiento o en este caso de reparación de ADN, aplicarlo a especies de interés comercial, hacerlo extensible a otros cultivos”. Sucede que debido al cambio climático se acelera el envejecimiento para las semillas almacenadas. De ahí que esto “pueda ser valioso para mejorar su rendimiento, y no solo en nuestro país” destaca Lescano López.
Malhumorados
La ignorancia que expresa la diatriba del presidente, puso de mal humor a gran parte de la comunidad científica. “Es que han logrado desprestigiar al sistema científico” evalúa Wall. Y responde a la afrenta de que “el Estado no va a subvencionar nuestra vocación”, con trabajo: “Yo trabajo para generar valor para el sistema productivo”. Las empresas le pagan por sus conferencias “y no paró de hacerlo desde 2020, cuando presentamos los resultados”. Pero agrega: “Esto es la consecuencia de lo que pude hacer como científico, gracias al apoyo de la universidad pública, y del Estado”.
Los límites del financiamiento privado
La financiación privada de los desarrollos llega en general cuando se transfiere la tecnología. Los laboriosos años previos no cuentan con ese apoyo. Incluso, ante innovaciones que no refieren a sectores de la economía robusta, como el agro en nuestro país, no hay financiación: salud es un área clave, pero desprotegida en este sentido, distinta a la agroindustria que tiene recursos. «La ciencia brinda servicios y una tecnología que a ese sector le interesa. Pero no todos los sectores están interesados en invertir, y eso no significa que no sean temas urgentes, ni relevantes para la sociedad», afirma Carla Zilli.
La financiación internacional además requiere de “una diplomacia” que no tenemos, señala Luis Wall. El embajador del año de la Sociedad Internacional de Ecología Microbiana lo vivió al ser distinguido por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) por su contribución al análisis de salud de los suelos. “Algo que todos buscan y nosotros hace 20 años, haciendo ciencia básica y trabajando con productores de soja, logramos demostrar: la rotación mejora el suelo”. Pero no fue posible que la FAO lo financiara. Sin embargo, Wall es optimista: “La agricultura es una de las actividades de la humanidad responsable del calentamiento global y puede ser también la responsable de mitigarlo”.
“Un dato es que los suelos sojizados se parecen entre sí, perdieron la tonada de cada provincia, hablan todos con el neutro de las telenovelas” ironiza el investigador. “Esto lo toman ciertos grupos de siembra directa y eso me puso en la discusión por la agricultura sostenible, es un debate que abro en cada charla que doy”. Y explica: “Me duelen los suelos hechos bolas de la Argentina. El costo ambiental no lo paga nadie, y hasta ahora no se hizo nada para que lo paguen los que más daño hacen. El arriendo de los campos va contra esto. El proceso extractivo de pérdida de salud de los suelos, con estos indicadores, podría ofrecer una medición el estado de salud del suelo cuando lo alquilan y cuando lo devuelven”. Y concluye: “Podría ser una herramienta de política pública por el suelo, que es el mayor patrimonio de política agropecuaria”.