Espectáculos

Placebo y una conexión con el público que no sabe de épocas

Brian Molko y Stefan Olsdal, acompañados por cuatro obreros sónicos de excelencia, llevaron de menos a más la intensidad en su quinto show porteño.

Placebo regresó a Buenos Aires en la noche del jueves para celebrar sus 30 años de historia. Sin embargo, en ningún momento el show fue promocionado de esa forma. Según lo que la lógica manda, el ahora dúo vino a presentar su último álbum, Never Let Me Go, de 2022. Pero como hoy todo escapa del sentido común en esta nueva normalidad, el plan terminó siendo algo parecido a un aniversario. Sólo faltó cantar “que los cumplas feliz…”. De hecho, Brian Molko, vocalista y guitarrista, casi lo hizo.  Y es que hay una canción suya, incluida en el más reciente repertorio de la banda británica y también en el recital, que se llama “Happy Birthday in the Sky”. El frontman dijo en una de sus alocuciones que estaba dedicada a su hermano Stuart, que falleció. Tenía 10 años más que él y fueron muy unidos hasta que sus padres se separaron. Eso pasó antes de que el músico cumpliera 15.

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Ese tema fue el cuarto single de Never Let Me Go y Molko explicó en una entrevista que lo considera uno de los momentos más desgarradores del álbum. “Cuando digo ‘feliz cumpleaños’ a las personas que ya no están con nosotros, intento comunicar el tipo de angustia que creo que somos”, aseguró. “Conocemos esa sensación de pérdida y desesperación. Es como si una parte de tu cuerpo y tu alma te hubieran sido arrebatadas injustamente. Y suspirás y esperás”. Una emoción así se vivió en el Luna Park en este reencuentro, a 10 años de su último show local. Antes de ingresar ase templo del rock, se percibía en la calle cierto aire rancio, amén de la humedad que flotaba en el ambiente. La inquietud se confirmó con un par de arrebatos tan insólitos como inexplicables de la policía de la Ciudad y, una vez adentro, por el pedido de que en ningún momento sacaran sus teléfonos para filmar el recital.

La intención era “conectar con los fans” para “generar un clima de comunión y trascendencia”, como bien advirtió un aviso congelado en las pantallas. Pero al principio sucedió todo lo contrario: unos pocos se resistieron a la propuesta. Esto provocó un clima de tensión que no pasó inadvertido para Placebo, aunque jugó a favor del recital. Sobre todo por la necesidad de drenar la nebulosa que pende sobre esta urbe desde hace ya varios meses, a razón de la situación política, social y económica.

En su quinto desembarco porteño (tuvo de acto de apertura al dúo inglés Big Special), el antiguo trío se presentó como quinteto y en ocasiones se tornaba en sexteto. Dependía de los segmentos que abarcara el repertorio. Vale la pena recordar que la gran influencia de Placebo es Sonic Youth: fecundadores de ese tipo de suite sónica elucubrada a raíz de la escarbación de las posibilidades de la guitarra. Y esta vez se lo tomaron a rajatabla. Tanto que llegó a haber cuatro sonando al mismo tiempo, mientras la tecladista (que a veces sacaba el violín) y el baterista fluían con la orquestación. Desde el inicio, el trip fue así, pero luego tomó distintos matices. Arrancó bien guitarrero con “Forever Chemical”, y mutó en algo más potente y post industrial mediante “Beautiful James” (ambos de su disco Never Let Me Go). De ahí volvieron a sus orígenes en los ’90 gracias a “Scene of Crime”, de su trabajo Loud Like Love.

Tras reincidir en su octavo disco de estudio por medio del sónico “Hugz”, Placebo se remontó nuevamente hasta sus inicios con “Bionic” (de su primer álbum, titulado igual que la banda y publicado en 1996). Fue uno de los momentos más significativos de las casi dos horas de show, porque no dio solo cuenta de su contemporaneidad sino también del periodo insular en el que apareció: justo en el auge de un rock alternativo británico que miraba a Norteamérica. Por supuesto, fue un deleite para los fans originales del grupo. A continuación, Molko saludó en perfecto español (rol que antes cumplía el bajista Stefan Olsdal), salvo a alguien del público a quien señaló e insultó por no hacer caso al pedido de no filmar. A partir de ese momento, en las plateas de un Luna Park que miraba a Lavalle y no a la Avenida Madero (como suele suceder) arrancó una cacería de brujas a quienes usaran su teléfono.

El nacido en Bruselas hace 51 años es famoso tanto por su don para con la guitarra (deslumbró a David Bowie de tal manera que éste invitó a su banda a que actuara en su cumpleaños 50) como por su mal carácter. Por ejemplo, se trenzó en una pelea con Limp Bizkit (ambos artistas coinciden esta semana en Buenos Aires) que duró años. De ese temperamento hace alusión “Twin Demons” (“Poseído por demonios, acá voy. Siempre chocando contra las paredes”), que no faltó en el setlist. Bajaron cuatro cambios en “Spies”, e invocaron a “Soulmates” (no lo tocaban en vivo desde 2018) para volver a escalar en su intensidad. Siguieron haciéndolo con “Sad White Reggae”, de su último disco, que de jamaiquino no tiene nada. Esa suerte de electro rock sirvió de trampolín para llegar hasta posiblemente el tema más luminoso, “Try Better Nex Time”, también incluido en Never Let Me Go.

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“Too Many Friends” expuso la veta más pop del grupo. Esto allanó el terreno para que Olsdal dejara a un lado el bajo para sentarse en el piano blanco que de pronto apareció en escena. Desde ahí secundó al frontman en la intimista “Went Missing”. A continuación, el espigado músico se colgó de vuelta su instrumento y descendió hasta el ras del público para arengarlo en “Song 2 Say”, que le prosiguió a la sónica “For What It’s Worth”. El ahora bigotudo Molko ofrendaba su guitarra cada vez que sentía que conectaba con los fans y en especial con el instante, gesto que sucedió con frecuencia en el último pasaje de la performance. Lo que inicialmente comenzó como un llamamiento al orden y la prolijidad, se fue de control cuando sonaron los acordes del clásico “The Bitter End”, desatando la visceralidad de los asistentes a esta ceremonia que tributaba a la resistencia.

Acto seguido, Placebo se fue más atrás en el tiempo, a comienzos de los 2000, al desenvainar su hit “Infra-Red”, extendiendo la sobremesa del pogo. No pasaron dos minutos, y el dúo, junto a esos músicos que se comportaron como obreros de la fidelidad sonora, estaba de nuevo en escena. Tras lucir varias guitarras eléctricas, Molko regresó con su Gibson Custom SG Special roja. Con ella interpretó otro de los temas del álbum Black Market Music (2000). Antes que decidirse por la efectividad de la canción rauda que bien supieron patentar, el grupo eligió ponerle paños fríos a la conclusión, como para descomprimir. Entonces retornaron a su presente, el de Never Let Me Go, de la mano de “Fix Yourself”. Y sorprendieron al despedirse de esta expedición, que fue de menos a más, con un su cover de “Running Up That Hill”, original de Kate Bush, en cuyo final apelaron al ruidismo. Como para demostrar que en la historia de Placebo no está todo dicho.

Fuente: Pagina12

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