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¿Qué tan cerca está la Argentina de sufrir una hiperinflación?

Me han pedido que escriba una columna de opinión sobre nuestra coyuntura económica actual y la hiperinflación. Es un tema al cual dedique bastante tiempo, por dar clases sobre ese período en la universidad y participar en la consecuente elaboración de un libro al respecto. Leí bastante y me resultó apasionante en cuanto a expresión macroeconómica del desencuentro y desconcierto social, político y económico más extremo. 

Sin embargo, también es un tema que en los últimos años logró hastiarme, como resultado de la doble banalización en la que se cae cuando -muy común en la última década como mínimo- se predice todo el tiempo que la hiperinflación está a la vuelta de la esquina. Pareciera que cualquier cosa es una hiperinflación y que si no se produce una hiperinflación no estamos experimentando una tragedia macroeconómica. 

Pero lo cierto es que haber transcurrido más de una década estancados y con estos niveles de inflación en crecimiento, acumulando desequilibrios, rompiendo instituciones y desaprovechando un contexto internacional que fue propicio durante buena parte de esos años, es una flor de tragedia macroeconómica. Más aún si vemos lo que logró la mayor parte del resto de nuestra región, Sudamérica, durante dicho período. 

Ya de por sí la hiperinflación es un fenómeno económico extremo y, por lo tanto, no habitual. Tener más de una hiperinflación en un período de 100 años ya te debería catapultar como un país hiper-especial por la negativa. Más de lo que ya somos.

¿A partir de qué momento es híper?

Asimismo, hay mucha discusión en cómo definirla. A muchos le cierran las definiciones de corte cuantitativo. Ya sea por el lado de la tasa mensual o la cantidad de remarcaciones de precios por día. No es mi caso, pero si tengo que elegir prefiero la segunda opción. 

Por lo que leí y comprendí, en mi opinión lo más característico que tiene la hiperinflación es la dinámica. Claramente hay un tema cuantitativo, pero lo definitorio me parece que es la forma en la que se da. 

Visto así es un proceso generalizado y frenético de búsqueda de cobertura y fuga de la moneda local, durante el cual acortan todos plazos de los contratos aun a pesar de estar indexados y los precios relativos cambian todo el tiempo, haciendo virtualmente imposible tomar decisiones económicas en moneda local.

Caamaño advierte sobre la dinámica en el aumento de la velocidad de circulación de los pesos, un factor previo a la espiralización inflacionaria

La suba de precios resultante es de tal magnitud que en pocos meses -y aun a pesar de la fuerte emisión monetaria en paralelo- la economía se desmonetiza en términos de moneda nacional y las transacciones habituales pasan a hacerse en otra moneda alternativa. Una dolarización transaccional de facto. 

Y obvio, esa percepción sobre lo que me parece característico de la hiperinflación está sesgada por lo que viví de chico (recuerdo dos hechos muy nítidamente) y la experiencia local sobre la que leí y expliqué en su momento.

Las lecciones de la historia

Sin embargo, T.J. Sargent también tiene una definición de hiperinflación de corte dinámica, pero menos centrada en la demanda de moneda, sino más bien las creencias de los agentes respecto de la dinámica del desequilibrio fiscal y su dominancia de la política monetaria, incluida la cuestión cuasifiscal. De la imposibilidad de poner fin a esa dinámica sin un cambio abrupto de régimen. Gatillando el cambio abrupto en las funciones de reacción de los agentes, muy en línea en sus reflexiones con la habitual crítica de Lucas. En su artículo del NBER «El fin de las cuatro grandes inflaciones» analiza cuatro históricos: Alemania, Checoslovaquia, Hungría y Polonia.

Philip Cagan, en su artículo «Dinámica monetaria de la hiperinflación», analiza siete eventos históricos: Alemania, Austria, Hungría (por 2), Grecia, Polonia y Rusia. En dicho artículo adopta de entrada una definición cuantitativa de la hiperinflación, estableciendo un nivel de 50% mensual sostenido (no puntual), aclarando que se trata de una definición totalmente arbitraria, pero instrumental. Luego se concentra en cuestiones dinámicas del proceso, en particular sobre la drástica caída y lo volátil que se vuelve la demanda por saldos reales (demanda de dinero) en las hiperinflaciones.

Y termina concluyendo que las hiperinflaciones pueden ser explicadas casi totalmente del lado de la demanda de saldos reales, por esa caída y por esa volatilidad. Planteando el fin de la hiperinflación cuando la demanda de saldos reales en moneda local se recupera y deja atrás esa volatilidad. Es decir, se estabiliza.

Sinceramente creo que la hiperinflación es probablemente uno de los fenómenos macroeconómicos que por su característica combinación de fogonazo, volatilidad, desconcierto e inusual/extremo resulta más difícil de predecir. Además, como reflexionan y analizan Cagan y Sargent, son claves la demanda de dinero y las expectativas, que se vuelven muy volátiles, Dos elementos sobre los que siempre hubo debate respecto de su definición estricta y estimación.   

Por eso desconfío de quienes se pasan los días prediciendo hiperinflaciones. Claro que «hasta un reloj roto da bien la hora dos veces por día» pero eso no lo hace digno de fiar.  

La inflación ya se sitúa en un nivel de 7,7% y los economistas ven riesgo de aceleración en los próximos meses

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La aceleración de los pesos

Pero siguiendo a Sargent y Cagan, para hablar de hiperinflación en Argentina durante lo que queda de 2023 y el arranque de 2024 deberíamos proyectar una abrupta caída de los agregados monetarios reales en pesos hasta mínimos históricos y un incremento de su volatilidad. O, la inversa, un salto abrupto en la velocidad de circulación.

Todo eso generando una aceleración adicional de la tasa de inflación que la lleve a superar el 50% mensual y sostenerse por encima de ese valor durante algún tiempo. ¿Cuánto tiempo? Lo que le lleve para que la economía se desmonetice en términos reales (todos terminen de huir del peso). 

¿Cómo se genera esa situación? ¿Cómo se logra que todos al mismo tiempo queramos sacarnos todos los pesos de encima, incluidos los transaccionales? ¿Y que ese convencimiento se sostenga durante un período relativamente prolongado? En todos los ejemplos que leí hubo un proceso relativamente prolongado de deterioro de los gobiernos y la política económica de cara a la sociedad, con inflaciones crecientes producto del sostenido financiamiento de déficit fiscal.

Dominancia fiscal de la política monetaria y déficit sostenido son elementos comunes en la previa. Condimentado con situaciones políticas y sociales convulsionadas que se retroalimentan de y alimentan a la cuestión económica.

Por eso hace ya un tiempo que me gusta explicar nuestras hiperinflaciones con alusiones a la archiconocida película «Esperando la Carroza» que, a modo de sinapsis apurada, nos muestra cómo una familia totalmente desencontrada cree asistir a la muerte de su «nona» (madre/abuela), situación condimentada y generada por reacciones miserables y problemas de comunicación de lo más desopilantes. Lo cual termina poniendo de evidencia y haciendo eclosionar buena parte de los conflictos familiares. Como para ponerle algo de color a algo que es, en sí mismo, un profundo fracaso económico, político y social.

Creo que nuestros episodios hiperinflacionarios tuvieron mucho de ese desencuentro, mala comunicación y búsqueda de cobertura contra un evento que finalmente no se dio o que, en buena parte, la propia búsqueda de cobertura termina gatillando. Aunque claro, por algo ese evento fue creíble de forma generalizada. 

Ese es el punto. 

Hubo un caldo de cultivo común que hizo que fuera creíble esa medida o evento extremo contra el que todos quisieron cubrirse. Puede ser una expropiación, puede ser una expectativa devaluación totalmente desordenada, un cambio abrupto de régimen monetario-cambiario, etc.

Pese a los intentos del Gobierno por transmitir normalidad, como la reunión de Alberto Fernández con Sergio Massa, en el mercado se percibe un deterioro del clima político

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Creando el caldo de cultivo

La cuestión es que para que la probabilidad de ocurrencia de una hiperinflación comience a ser significativa, a mi entender, deberíamos tener ese caldo de cultivo, casi como condición necesaria, mas no suficiente. Ese desencuentro y desconcierto que haga que hasta las medidas más controvertidas no puedan ser descartadas en el futuro inmediato y que, en consecuencia, para la gran mayoría valga la pena comenzarse a cubrirse hoy de ellas.

Y algo de eso hay en los últimos meses. El proceso de deterioro del esquema de política económica del gobierno y la pérdida total de credibilidad del último es, además de evidente, preocupante y se está acelerando de nuevo. Con lo cual, cualquier intento de ajuste cambiario antes del cambio de gobierno se puede presumir como desordenado.

El propio oficialismo tiene una crisis política importante hacia adentro que le imposibilita ni siquiera planteárselo y que también le impide ir a buscar consensos básicos con la oposición para intentar forjar una transición ordenada desde la política. Al contrario, es buena parte del propio oficialismo quien se encarga de dinamitar cualquier posibilidad en dicho sentido. La oposición tampoco muestra demasiado orden interno, con francas diferencias en las propuestas, y la discusión política y económica se está polarizando, al tiempo que la situación social profundiza su deterioro de la mano de una bruta recesión con alta inflación. 

En lo estrictamente económico, tenemos una fuerte resaca monetaria, un déficit fiscal elevado que muestra mucha inflexibilidad a la baja y que sólo es financiable con mayor expansión monetaria, directa o indirecta, concentración de vencimientos de deuda indexada en el corto plazo, un desequilibrio significativo en un mercado de cambios totalmente encepado y un balance del BCRA cada vez más cargado de pasivos remunerados, a golpe de parches para durar, lo que dificulta y encarece cualquier plan de estabilización futuro. Eso para graficar sintéticamente y entre otras cosas, porque hay más para poner. 

El riesgo entre las PASO y la elección de octubre

No son los tardíos 80s, ni los principios de los 90s. Empezando por los plazos en los que aún se realizan las transacciones, siguiendo por el contexto político-institucional, que entonces estaba mucho más convulsionado. Y ni hablar de la magnitud de los desequilibrios fiscales y monetarios y el contexto externo. 

Pero, sí es cierto es que «nuestra familia» está acumulando desencuentros, miserias y problemas de comunicación a una velocidad preocupante. Vamos a llegar al punto que no va a hacer falta que se muera la nona para que todos ellos eclosionen, sólo que lo creamos posible. 

En particular, y si me apuran con las definiciones como lo están haciendo, después de muchos años de persistentes predicciones fallidas de varios, sí es cierto que el período que va desde la previa a las PASO de agosto y las generales de octubre de 2023 se muestra como potencialmente muy volátil para la demanda de pesos, en un contexto de una nominalidad que ya está muy lanzada.

Todos deberíamos tomar conciencia e intentar actuar en consecuencia, pero los incentivos políticos están perversamente alineados.

Fuente: iprofesional.com

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