De repente el mundo miró a Eslovaquia. En plena cuarentena internacional por coronavirus la primera presidenta y jefa de estado por el partido liberal Zuzana Caputova le tomó juramento a su primer ministro con un barbijo magenta, a tono con el vestido, firmados por la diseñadora eslovaca Jana Kuzmová. Ajena a la frivolidad, la moda y la política se dieron la mano más allá de la foto. Aun cuando sus decisiones políticas copaban las primeras planas de todo el mundo, la imagen de Margaret Thatcher nunca pasó desapercibida. La manera de vestir de la primera mujer jefe de gobierno del Reino Unido marcó un estilo que también determinó su poder construido en base a tailleurs donde las hombreras del saco marcaron jerarquía. Eso si, con collar de perlas y spray para el pelo. La historia de la moda le debe bastante a la Dama de Hierro que, en 1988, fue incluida en la lista de mujeres mejor vestidas del mundo. Su ropa no era ostentosa, estaba bien confeccionada, y su carácter de mujer política poderosa se representaba en lo que vestía. Hoy Angela Merkel, en el mismo ambiente y en otro contexto histórico, adoptó y adaptó un estilo consagrado. La imagen de mujer poderosa está en relación directa con el traje.
La asistente de Thatcher contó que cuando viajaba trataba que el color de su ropa tuviera un mensaje según el destino. Así, cuando en 1986 viajó a Israel, se vistió con los colores de la bandera. Hace dos años Melania Trump visitó un centro de detención de inmigrantes con niños separados de sus padres en la frontera con México. Si no fuera por la política antimigratoria de su marido, lo que tenía puesto hubiera sido menos relevante. Aquí la ropa importa y habla más fuerte que cualquier susurro o silencio no queridos. Las letras del graffiti callejero estampadas en la espalda de la chaqueta verde militar decían I Really Don't Care, Do U? (Realmente no me importa, ¿y a ti?). No había mensajes ocultos, estaba todo dicho. O quizás sí, y vestir esa chaqueta fue un desafío para dejar en ridículo a su marido. Es lo que opina Omarosa Manigault-Newman, ex asesora de la Casa Blanca, en su libro Desquiciado, donde enumera looks de Melania para "castigar" a Trump. La moda también es un asunto de estado y vestirse tiene un significado político.
Los símbolos a través de la ropa
La moda recoge de la historia, adapta y posiciona elementos que devuelve en forma de tendencias. El cuello Mao , ese que es apenas una tira y no tiene largo de puntas, le debe origen y nombre a las camisas que vestía de joven el líder chino fundador del partido comunista Mao Tse Tung. En los años 70 Miuccia Prada, afiliada al partido comunista, era una férrea activista que proclamaba por las calles de Milán. No pasaba desapercibida gracias a su estilo para vestirse y fue varias veces llamada "la comunista que vestía Louis Vuitton". Un oxímoron que reconoció más de una vez. La colección de Prada verano 1997 tuvo claras referencias al vestir de Mao, un chic moderno en modestos trajes de saco y pantalón con el cuello austero repetido en ligeras camisas de gasa y otras de brocato con hojas de bambú en relieve. ¿Un pacto de sanación entre la diseñadora y su ideología? Entre los códigos del dress code también hay que leer entre líneas y, cada vez que puede, la diseñadora le hace honores tácitos al partido. El sentimiento y las raíces siempre salen a flote. La moda es también una pancarta para enarbolar las propias ideologías, para hacer campaña. Eso si, Mao nunca imaginó que sería parte de una industria capitalista.
Con el Islam bordado en el pecho
Durante los 33 años que Karl Lagerfeld estuvo al frente de Chanel no se privó de nada, hizo y deshizo a su gusto. El camino fue siempre próspero y provocó que el saldo de la tradicional casa del 31 Rue Cambon fuera muy positivo. Revivió el mito y la ubicó como la segunda casa de moda más redituable de esa industria en Francia. En el desfile de alta costura de 1994, la maison Chanel desafió al Islam.
Cuando Claudia Schiffer, compatriota y modelo fetiche, salió a la pasarela con el corset bordado con arabescos nadie sospechó que no se trataba de un poema de amor en memoria de una maharaní, sino de versos sagrados del Corán sostenidos en la abundante pechera de la modelo. Porque no es lo mismo la pared de una mezquita que la piel de una mujer. Un escándalo mayúsculo que llegó a la Comisión de Asuntos Sociales y Religiosos de Egipto, que invitó a todos los países árabes y musulmanes a boicotear la marca. Hasta Muammar Khadafy tomó cartas en el asunto diciendo que se trató de un menosprecio hacia el Corán y una nueva cruzada desde Occidente contra el Islam.
Además, los indonesios protestaron no solamente contra Francia y la firma, también arremetieron contra el gobierno alemán. Fue el propio diseñador quien mandó quemar el vestido y pidió, a través de su jefe de prensa, que eliminaran las fotos. Con este vestido el Lagerfeld creó un universo paralelo que, quizás, solo podía vivir en su imaginación. Un dato no menor es que en esa época la alta costura tambaleaba por las escasas ventas. ¿Fue acaso un giro de marketing para vender más lo que pudo haber desatado un escándalo político mayor?
En campaña política
En el documental de Netflix Chaos and Creation sobre Franca Sozzani, la meritoria editora de Vogue Italia, su hijo Francesco Carrozzini, responsable del film, le preguntó si siempre le había gustado ir contra la corriente. "Siempre preferí ir por mis ideas, equivocarme a hacer lo que me decían. siempre fui en contra de lo que decían las leyes del mercado". Así resume su controversial trabajo en la revista que fue para ella un medio para contar la realidad a través de la moda. El dramático editorial sobre el derrame de petróleo en el Golfo de México, La Última Ola, fotografiado por Steven Meisel, es una obra de arte que sirve como toma de conciencia a través de controversiales imágenes cargadas de proclama. Fue Sozzani quien reinsertó la moda en la sociedad hablando de maltrato, ecología, guerra, cirugías estéticas, drogas y más, porque para ella era apenas una parte del relato. Para ella la publicación era una poderosa herramienta para tomar partido y posición.
Hoy la moda abre nuevas puertas cada vez más grandes. Anna Wintour hace lo propio a través de la edición norteamericana de Vogue y sus páginas son la excusa perfecta para contar una postura. Wintour pone en relieve sus ideales hacia el partido demócrata y sus candidatos, a los que muestra y apoya sin descaro y con orgullo. Fue una de las mejores y grandes recaudadoras de fondos para las campañas de Obama, que tuvo tres veces tapa de la revista (2009, 2012 y 2016) a Michelle Obama elevando a otra categoría el papel de primera dama. Y en 2016 no dudó en ofrecer su ayuda a Hillary Clinton asesorándola sobre como vestirse para la campaña presidencial, o cuando vistió una camiseta con la foto de Clinton, diseñada por Marc Jacobs.
Todos contra el presidente
Donald Trump asumió la presidencia en enero 2017 y provocó un caos en la industria de la moda. A causa de sus polémicas declaraciones y posteriores decisiones, esta industria no tardó en tomar postura. Veinte días después, en el comienzo de la semana de la moda de invierno de Nueva York, en el desfile de Calvin Klein, que marcó el debut de Raf Simons, sonó fuerte la primera proclama.
Con This is Not America , cantado por David Bowie, la música dio el primer cachetazo y sostuvo la colección: un homenaje a Estados Unidos a través de la ropa con prendas concretas destacadas de la moda norteamericana que incluyeron hasta la bandera confederada. La misión de Simons fue rescatar la cultura norteamericana en una sutil y elegante declaración de moda y política.
Las nuevas decisiones migratorias norteamericanas también encontraron eco en marcas que "emigraron" con sus colecciones. Ese año Proenza-Schouler, la firma de culto favorita de Anna Wintour, y Rodarte cambiaron la Gran Manzana por la semana de alta costura francesa. Meses después Altuzarra, de Joseph Altuzarra, mudó su desfile a la semana del prêt-à-porter de Francia y allí sigue desde hace tres años. Y quien también desfiló en París fue Tommy Hilfiger. Como si se tratara de una guerra, algunos de los que se fueron, volvieron, otros, todavía no.
Está claro que una pancarta o un discurso no son los únicos elementos de protesta. Anna Wintour, a medida que crece en notoriedad, aumenta su postura contra Trump, a quien responsabiliza de dejar caer el prestigio de la industria y la semana de la moda de Estados Unidos. Su nuevo reto tiene que ver con el covid-19. Para eso, y en sociedad con CFDA, el Council Fashion Designers of America, el consejo de moda norteamericano, y su presidente, el diseñador Tom Ford crearon A Common Thread (Un Hilo Común), una iniciativa para recaudar fondos que tiene como objetivo ayudar a los jóvenes diseñadores afectados por la pandemia. Si el gobierno no hace nada, ella toma ese lugar como la mujer más poderosa de la moda.
Un nuevo provocador
El diseñador Demna Gvasalia (39) declaró que la moda lo frustraba por eso creó Vetements, donde resucitaba y reeditaba prendas tan cotidianas que parecían salidas de donde en realidad venían: ferias, supermercados y roperos de amigos y conocidos con precios de hasta cuatro cifras. Hoy Vetements lo aburrió, renunció a ella el año pasado y se centra en Balenciaga a donde llegó en 2015 gracias a Vetements.
Dijo sin modestia: "Con mi marca cambié la moda y la manera de verla, sentirla y vestirse. Cumplí con mi misión de conceptualista e innovador del diseño". Su firma fue el germen que permitió entender que la belleza tiene otros colores, formas y caras, que un buzo oversize de segunda mano de los barrios bajos es tan bello como la blusa de satin con lazo de la burguesía más exclusiva.
Con esa premisa ¿es acaso Balenciaga su nuevo y exclusivo objetivo ciento por ciento para volver a conceptualizar la moda? Las diferencias entre el diseñador y la marca son políticas, con ideologías diametralmente opuestas. Eso sí, Cristóbal Balenciaga y Demna Gvasalia comparten la misma técnica, ambos diseñan sobre el cuerpo, esculpiendo la prenda. Mientras en los años 50 el español lo hacía sobre el cuerpo de una mannequin de cabine (modelo de prueba), el gregoriano lo hace, muchas veces, a la noche, en su casa y sobre el cuerpo de su novio. La técnica es la misma, cambian los contextos.
Con su trabajo en Balenciaga representa el signo moderno de hoy, bajar a tierra lo que se creía inalcanzable y elevar la categoría de lo cotidiano. François-Henri Pinault, dueño del grupo Kering y de Balenciaga, dijo: "La nueva y próxima revolución en la moda es tomar lo banal y elevarlo". La última colección presentada en París es enfocada y tenebrosa. Que los modelos caminen sobre el agua no es una novedad, ya se hizo varias veces. Ahora bien, la cosa cambia si caminan sobre el agua en una escenografía negra y oscura en un estadio inundado como si se tratara del día después.
¿Se trató acaso de un llamado de atención a las autoridades recordando las inundaciones parisinas ocurridas un año antes y que pusieron en jaque incluso a los museos? La ropa pasó a segundo plano. Ubicar en un nuevo tiempo y espacio las propuestas de moda de una casa tradicional es un desafío que ya está instalado. Desde ese punto de vista la moda todavía ofrece fantasía incluso ante un escenario desolador o sin futuro.
Que Marilyn Monroe con un sensual vestido al cuerpo le cantara el feliz cumpleaños a John Fitzgerald Kennedy fue un acto que incluye política y moda. Nadie le prohibió a las mujeres musulmanas meterse al agua, por eso que adaptaran la burka en burkini es un acto de política y moda. Cuando en el primer capítulo de Poco Ortodoxa la actriz Shira Haas se mete al río y se saca (para siempre) la peluca cuenta un hecho individual de moda y política. La industria de la moda es más que solo ropa, y su propio ecosistema incluye lo político. La estética y la fantasía nunca fueron tan reales como en estos tiempos.
Por: Alejandro García ADEMÁS
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Fuente de la noticia (La Nacion)