Inflación en dólares acelera y agita fantasma de la devaluación
Como si no fuera suficiente motivo de preocupación el registro de 7,7% de la inflación de marzo, hay un dato que está encendiendo alarmas en las empresas, en los despachos oficiales y en el staff del Fondo Monetario Internacional: el regreso de la inflación en dólares.
Es uno de los puntos de inflexión más notables de los últimos meses, aunque no suele ocupar los lugares de preeminencia en los medios de comunicación. Sin embargo, es uno de los indicadores fundamentales sobre el nivel de la competitividad de la economía. Y, más importante, es un típico indicador que advierte sobre el riesgo de una devaluación en el corto plazo.
Lo cierto es que en el primer trimestre del año, se produjo un importante cambio en la política económica: por primera vez desde que Sergio Massa ocupa el ministerio de Economía, se rompió la tendencia de que la tasa devaluatoria siempre estuviera un poco por encima de la inflación.
El acumulado enero-marzo indica una devaluación de 17,86% ante una inflación de 21,69%. Esto significa que los precios de la economía argentina, medidos en dólares, se encarecieron un 3,24%, a contramano de lo que está ocurriendo en el resto del mundo, donde la inflación en dólares está en descenso.
De mantenerse esta tendencia, Argentina terminaría el año con una «inflación en dólares» de 13,6%. Y, de momento, todo indica que la tendencia seguirá, porque mientras el tipo de cambio oficial se desliza a un promedio mensual de 6%, los economistas ya corrigieron sus previsiones al alza y esperan una inflación de 7% para abril.
Es una situación que complica el frente externo, porque encarece las exportaciones argentinas y abarata las importaciones. Es decir, exactamente el efecto inverso al que se está buscando en un momento de escasez aguda de reservas.
Y no por casualidad, el FMI acaba de hacer su enésima advertencia respecto de los peligros que entraña el regreso del «retraso cambiario» como una herramienta antiinflacionaria.
Ya se consolidó la tendencia de que el IPC se ubica por encima de la tasa devaluatoria: la inflación en dólares acumula 3,24% en tres meses
Inflación en dólares: un cambio de tendencia
De ocurrir este encarecimiento en dólares, se estaría revirtiendo uno de los aspectos de política económica de los que Massa más se enorgullecía: la reducción a la mitad del atraso cambiario.
En agosto del año pasado, cuando Massa llegó al ministerio de Economía, la inflación en dólares anual era de 25%, producto de una sistemática diferencia entre el IPC y la tasa de devaluación. La clásica práctica del «ancla cambiaria» para frenar la inflación había llegado a su máxima expresión a mediados de 2021, cuando por cada tres puntos que subían los precios, el dólar se deslizaba apenas uno. En 2022, al firmar el acuerdo con el FMI esa práctica se moderó pero no se eliminó: en promedio la relación pasó a ser de dos puntos de devaluación por cada tres de inflación.
Fue en el segundo semestre, ya con Massa en el ministerio -y después de haber sufrido una turbulencia cambiaria- que se tomó la decisión de acelerar el «crawling peg»: en agosto se había ubicado en 5,7%, subió a 6,2% en septiembre, a 6,4% en octubre y alcanzó un pico de 6,6% en noviembre. En diciembre bajó a 6,2% pero igual se volvió a ubicar encima del IPC.
Esta política permitió que se atenuara la «inflación en dólares», que en 2022 fue de 12,7%, un valor relativamente bajo si se considera que el año anterior había sido de 25%. Y es un punto que repetidas veces el equipo de Massa defendió como parte del programa de estabilización y recuperación de la competitividad. Por caso, el viceministro Gabriel Rubinstein lo mencionó al contestar las críticas sobre la generación de una «bomba financiera».
«En cuanto al crawling peg, se ha dejado de lado la política de atrasarlo», afirmó explícitamente Rubinstein, en la parte de su columna en la que analiza la política cambiaria y declara que el objetivo de corto plazo es reducir la brecha entre el tipo de cambio oficial y el paralelo.
Sin embargo, lo que se está viendo desde el comienzo de año es un quiebre de tendencia: ya nadie se imagina que, ante una inflación de más del 7% por mes, el Banco Central apure la tasa devaluatoria para mover al dólar un 8%.
Advertencias del FMI
Esta situación llamó la atención del FMI, que históricamente ha mantenido una postura ideológica contraria a cualquier tipo de retraso cambiario y al uso del dólar como «ancla» inflacionaria. A pesar de reconocer que el caso argentino es especial por al bimonetariedad de la economía -y por eso aceptó a regañadientes la necesidad del «cepo» cambiario- el FMI ha pedido, desde la firma del «stand by» original en los tiempos del ex ministro Martín Guzmán, que se mantuviera el dólar real de diciembre de 2021.
En otras palabras, que la tasa del «crawling peg» se mantuviera en línea con la inflación, y que a lo sumo fuera corregido por la inflación internacional. Ese pedido fue sistemáticamente incumplido desde que entró en vigencia el acuerdo, salvo por el último cuatrimestre del año pasado.
En la última revisión oficial de las metas macroeconómicas argentinas, el staff técnico del FMI apuntó su preocupación por el cambio de tendencia en materia cambiaria y estima que el peso argentino ya podría tener entre un 10% y un 25% de sobrevaluación respecto de su valor de equilibrio.
Kristalina Georgieva, del FMI, con Sergio Massa: el organismo advirtió sobre el riesgo del nuevo atraso cambiario
El informe enfatiza en la fragilidad de la posición externa argentina, que se refleja en el hecho de que las reservas apenas pueden cubrir tres meses de importaciones. Destacan que una tasa devaluatoria que evolucione sistemáticamente por debajo de la inflación agravará esa ya de por sí frágil posición externa y que, además, traerá como consecuencia un aumento del tipo de cambio en el mercado paralelo.
Y, en una frase elocuente, los funcionarios del Fondo advierten sobre la necesidad de «acciones decisivas tempranas para racionalizar el complejo régimen cambiario actual y mejorar su eficacia». Esto se interpretó como una necesidad de simplificar el cepo y su proliferación de dólares sectoriales. Pero también se leyó como una advertencia sobre la necesidad de acelerar ahora el ritmo devaluatorio para que no se acumulen presiones excesivas en el corto plazo.
Es por eso que, en las últimas horas, mientras se escapaba el dólar blue y no llegaban buenas noticias desde el nuevo esquema del «dólar agro», se reavivaron los rumores sobre la posibilidad de una corrección cambiaria brusca.
Por otra parte, un dato fundamental alimenta ese nerviosismo cambiario: muy lejos del objetivo originalmente planteado por Massa para la balanza comercial de este año -en la que proyectaba un holgado superávit de más de u$s12.000 millones-, el mercado espera que el saldo sea incluso inferior al registrado en 2022. Hablando en números, la encuesta REM del Banco Central indica que los economistas esperan un superávit de apenas u$s3.000 millones, producto de una fuerte caída en las ventas por la sequía del campo.
Presiones para frenar la mini devaluación
El problema es que Massa y el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, se encuentran entre dos fuegos, porque mientras el FMI presiona para acelerar la tasa devaluatoria, del otro lado del mostrador hay fuertes argumentos en contra de esa recomendación.
Una es de índole económico: buena parte de la coalición gubernamental -y especialmente el kirchnerismo– siempre se opuso a la recomendación de que la tasa devaluatoria evolucionara por encima del IPC. Argumentan que en un país como Argentina, en el que el dólar es tomado como referencia para la fijación de precios, una política de «crawling peg» acelerado puede transformarse, en sí mismo, en un factor inflacionario.
El argumento era planteado por lo bajo el año pasado, cuando la inflación había tomado un sendero descendente, pero ya se lo plantea sin disimulo ahora, cuando existe el temor de una espiralización inflacionaria.
El otro argumento es de índole político: las chances electorales de cualquier oficialismo disminuyen en la medida en que el tipo de cambio aumente y los ingresos de la población caigan medidos en dólares.
El ministro Massa, entre dos fuegos: el FMI pide acelerar la devaluación mientras el peronismo advierte que puede ser un factor que agrave la inflación
Es un principio que nadie discute y que, de hecho, se verificó con gobiernos de todos los sesgos ideológicos. Así, el kirchnerismo obtuvo una rutilante victoria en 2011 en un momento de fuerte atraso cambiario pero perdió luego de devaluaciones, mientras que Mauricio Macri, que había tenido un buen resultado de medio término en 2017 con un dólar bajo, sufrió la derrota en 2019 tras una brusca devaluación.
¿Qué ocurrirá en el corto plazo? Las señales que envía el Banco Central hacen pensar en una tasa devaluatoria que trate de mantenerse más a tono con la inflación, aunque no se percibe una intención de que el dólar traspase al IPC todos los meses.
Es decir, evitará un retraso cambiario fuerte como el que se vio hace dos años, pero tampoco volverá a los días de la «deflación en dólares». Si lo que está ocurriendo en estos días de abril se transforma en una tendencia, entonces habrá que pensar en una economía en la que, todos los meses, los precios crezcan 1%, medidos en dólares.
Una situación que deja desconformes a todos: a los empresarios porque erosiona su competitividad, al FMI porque va en contra de su visión sobre el tipo de cambio, al kirchnerismo porque cree que disminuye las chances electorales, y al ahorrista en general porque intuye que es una situación poco sostenible en el tiempo.
De hecho, los antecedentes históricos son inquietantes en ese punto: todas las grandes devaluaciones de los últimos años han ocurrido luego de un período en el que se acumuló una inflación en dólares de más de dos dígitos.
Y, como síntoma elocuente del nerviosismo, los ahorristas siguen retirando dólares del sistema bancario, que le pide al BCRA asistencia diaria por más de u$s30 millones.