Jafar Panahi conmocionó al Festival de Cannes

Es la primera vez en catorce años que el director de «Taxi Teherán» puede salir de su país, donde estuvo preso, para compartir un estreno con el público. También se lució el alemán Christian Petzold con «Miroirs No. 3», en la Quincena de los Cineastas.
Desde Cannes
¿Qué es un accidente? En un sentido lato, tal como lo define cualquier diccionario, se trata de un acontecimiento eventual que altera el orden regular de las cosas. ¿Y si un accidente fuera algo más? ¿Y si eso que llamamos azar fuera o se convirtiera en un signo? En todo caso, ¿cómo reconocerlos? Algunos de estos interrogantes son los que plantean dos de las mejores películas del Festival de Cannes 2025: Un simple accidente, del maestro iraní Jafar Panahi, en competencia oficial, y Miroirs No. 3, del gran cineasta alemán Christian Petzold, en la sección paralela Quincena de los cineastas. En ambos films hay sabiduría cinematográfica -inteligencia narrativa, complejidad conceptual- pero también preguntas acerca del orden del mundo cuando la normalidad se altera de forma inesperada.
El título del film de Panahi –quien por primera vez, después de catorce años de reclusión, pudo salir de su país y presentar personalmente su película en el Grand Théâtre Lumière del festival, ante una ovación interminable– no podría ser más transparente. “Lo que surge como un pequeño accidente desencadena una escalada de consecuencias” se limita a indicar la sinopsis oficial de la película, de un fuerte contenido político, rodada clandestinamente (una constante en la obra del cineasta iraní) y financiada por productores franceses. Una ruta, un auto, una familia: padre, madre, hija pequeña. Es de noche y el conductor parece nervioso, como revela ese bache que hace vibrar el auto y provoca en él una reacción airada. Luego, atropella algo, un perro se dice. “Es un signo”, dice la mujer, revelando su carácter religioso. “Por algo Alá lo puso allí”. La tensión se acumula gracias a un plano secuencia –sin cortes- que escamotea más de lo que muestra. Finalmente, el motor del auto falla y el padre debe recurrir a la ayuda de un forastero llamado Vahid, que lo reconoce inmediatamente no por sus rasgos sino por el ruido sibilante que el conductor hace al caminar con su pierna ortopédica. Está seguro, no puede ser otro: ese hombre es “Pata de Palo”, el torturador que lo hizo padecer atrocidades cuando el régimen lo encarceló por desafiar a la autoridad (la misma suerte que corrió el propio Panahi).
Lo que suceda de allí en más será una concatenación de otros pequeños “accidentes” provocados por el primero. A punto de enterrar vivo a su torturador, Vahid duda. En la cárcel, él siempre estuvo con los ojos vendados. Y con el hombre como rehén en su camioneta va a buscar a antiguos compañeros de prisión, para que lo ayuden a reconocerlo. Un librero lo deriva a una fotógrafa, y ésta a una novia a punto de casarse, incluso con el vestido blanco a cuestas. Todos han sido torturados de los modos más brutales por “Pata de palo”, pero ninguno antes pudo verle el rostro. Las mujeres, en todo caso, dicen poder reconocerlo por el olor de su transpiración, tal es el trauma que ellas –más que los hombres- cargan consigo. Pero, ¿qué hacer? ¿La justicia es acaso posible en Irán? ¿Es válida entonces la venganza? “No somos como ellos”, dice uno. “Enterrarlo vivo es enterrar nuestros ideales”, afirma otra. Las contingencias serán una constante a lo largo del nuevo, estupendo film del director de El espejo, Esto no es un film y No hay osos. Y todas esas eventualidades –como lo sugiere el inquietante plano final, definido por el sonido antes que por la imagen- tienen sus consecuencias.
Al encenderse las luces y después de que el estruendoso aplauso se apaciguara, Panahi hizo un emotivo discurso en el que rindió homenaje a los cineastas que actualmente están encarcelados en Irán, diciendo que sentía cierta culpa al ser liberado de prisión. “Me di la vuelta y vi un muro muy alto. Y detrás de este muro, todos esos otros seres queridos, todas estas personas quedaron detrás de este muro”, dijo. “Entonces me pregunté cómo podía ser feliz, cómo podía sentirme libre, si ellos seguían dentro.”
Y continuó, con la voz tomada por la emoción: «Hoy, estoy aquí con ustedes, recibo esta alegría, pero siento la misma angustia. ¿Cómo puedo regocijarme? ¿Cómo puedo ser libre mientras en Irán, todavía hay tantos de los más grandes directores y actrices del cine iraní, que hoy están impedidos de trabajar?» La pregunta quedó sin respuesta.
Por su parte, Miroirs No. 3, de Christian Petzold, también comienza con un accidente automovilístico. En camino por una ruta provincial, en un rutilante convertible rojo, una discusión entre Laura (la extraordinaria Paula Beer, protagonista de los últimos cuatro films del director alemán) y su novio provoca una distracción, un vuelco y la muerte del hombre. Milagrosamente, Laura resulta ilesa, al menos físicamente, pero hay algo quebrado en su interior que el accidente no hace sino aflorar. ¿Acaso Laura quería “accidentarse”?, se preguntaría el psicoanálisis. No por nada en el prólogo del film, en Berlín, se veía a Laura deambular a orillas del Spree, como si hubiera tenido la intención de arrojarse al agua.
A la manera de un cuento gótico alemán -el realizador de Ondina (2020) suele nutrirse de mitos y leyendas de su país- Laura es rescatada por una mujer mayor, Betty (Barbara Auer), que vive sola, recluida en una casa de campo solitaria y algo abandonada, un poco como si fuera una “bruja” de los cuentos de los hermanos Grimm. Betty es amable sin ser invasiva y no tiene nada particularmente siniestro, pero sí algo inquietante en su mirada, como si estuviera perdida en el pasado. Esa extrañeza que parece habitar en ambas mujeres hará que se entiendan sin necesidad de hablar demasiado, ni de verse forzadas a contar sus vidas. Sin embargo, bastará que en su recuperación Laura desempolve el viejo piano de la casa y se ponga a practicar la suite de Ravel que le da su título a la película para que surja allí entre ellas una presencia innominada, una suerte de fantasma que comienza a interponerse en la relación entre ambas. No por nada una película anterior de Petzold se llamaba justamente Gespenster (Fantasmas).
Es notable la precisión formal, la economía de medios y la sutileza con las que el director de Cielo rojo (2023) va introduciendo nuevos personajes –el exmarido de Betty, el hijo mayor de ambos- sin que esas presencias alteren el delicado equilibrio entre ambas mujeres. Por el contrario, agregan matices y también, a su manera, pequeños accidentes –la caída de una bicicleta, por caso- que remiten en espejo al gran accidente que funciona como primer motor del film.
Nada es deliberadamente fantástico en Miroirs No. 3, pero como suele suceder con el cine de Petzold –por primera vez en Cannes a pesar de su inmenso talento- por momentos se tiene toda la impresión de que, a pesar de su realismo, se trata de una película de terror que prefiere no decir su nombre. Tal es su extrañeza y su misterio.
Panahi en conferencia de prensa
Un día después del estreno de Un simple accidente en la competencia oficial del Festival de Cannes, Jafar Panahi ofreció en la mañana del miércoles una conferencia de prensa donde, con gran aplomo y serenidad, contó su experiencia en la tristemente célebre prisión de Evin, en Teherán, que tiene mucho que ver con el tema de su película, y habló también de su situación actual. “En cierto modo, no soy yo quien hizo esta película. Es la República Islámica la que la hizo, porque me pusieron en prisión”, señaló el director iraní, que estuvo encarcelado en tres oportunidades durante los últimos quince años, acusado de promover «propaganda contra el régimen». También estuvo en detención domiciliaria y de su último paso por la cárcel pudo salir, en febrero de 2023, a partir de una huelga de hambre que cobró relevancia internacional.
Frente a la prensa internacional reunida en Cannes, Panahi dijo que sus películas “siempre están inspiradas por el entorno en el que me encuentro”, y antes de la prisión, su entorno era la sociedad iraní, pero que “una vez que te han enviado a prisión, inevitablemente te influye y te impacta todo lo que ves.” Panahi recordó haber sido mantenido en condiciones muy duras en prisión, «en una celda de metro y medio por dos metros y medio, donde apenas tenía espacio para acostarme o caminar. Para ir al baño, tenía que hacer sonar un timbre,” contó. “Se me permitía ir al baño dos o tres veces al día. Y para salir de mi celda, tenía que tener los ojos vendados. Solo en el baño podía quitarme la venda.”
Durante su encarcelamiento, Panahi dijo que fue interrogado constantemente, a veces durante ocho horas al día. “Una vez, recuerdo que era la hora de la oración y mi interrogador salió a orar y luego volvió a continuar con el interrogatorio. Pero Panahi muchos otros han sufrido mucho más que yo». Cualquiera que sea la respuesta del régimen iraní a su nueva película, Panahi dijo que tiene la intención de continuar la lucha. “Me comporto igual que otros iraníes, no soy un caso especial en nada. A las mujeres iraníes se les prohíbe salir sin un hijab, pero aun así lo hacen. No estoy haciendo nada más heroico que nadie. Tan pronto como termine mi trabajo en Cannes, regresaré a Irán, al día siguiente. Y me preguntaré cuál será mi próxima película. No sé hacer otra cosa.”
El director, de 64 años, obtuvo un León de Oro en la Mostra de Venecia en 2000 por El círculo, logró el Oso de Oro de la Berlinale 2015 por Taxi Teherán, y el premio al mejor guión en el Festival de Cannes en 2018 por Tres rostros. Y ahora con Un simple accidente es un fuerte candidato a ganar la Palma de Oro.