La nueva inquisición
A los hechos -algunos de ellos- me remito: en la semana de la victoria de Trump en las elecciones norteamericanas se dieron a conocer algunas noticias de sentido convergente. Copiando un episodio ocurrido en 2023, en que las escuelas públicas del Condado de Collier en Florida, Estados Unidos, prohibieron más de 300 libros en sus bibliotecas escolares alegando motivos anclados en un puritanismo sexual, la vicepresidenta argentina Victoria Villarruel criticó el plan de lectura Identidades bonaerenses que encabeza la Dirección General de Cultura y Educación de la provincia porque -en sus palabras- supone una sexualización de los niños. En paralelo, se anunció la publicación de la nueva biblia libertariana, que prescribe cómo leer las veinte verdades doctrinarias elaboradas en la Casa Rosada bajo el título «Las verdades del cielo». La conexión temporal e ideológica entre los episodios habla por sí misma. En ambos casos las acciones remiten a un mismo objeto: los libros (de hecho, no hemos conocido que se prohíban contenidos “sexualizados” en las redes como Tik Tok u otras). No llama del todo la atención que sean estos seres impresos, supuestamente destinados a desaparecer, los protagonistas del momento. Es evidente que prohibir libros que crean lectores sobre el eje horizontal de los cuerpos sexuados, y proponer en su lugar otros textos, que funcionarían sobre el eje vertical que va del cielo a la materia, anulando la sombra que los seres orgánicos proyectan los unos sobre otros, es lo propio de un proyecto de reforma de lo humano.
De nuevo entonces: no es que sorprenda que una nueva represión moral caiga sobre los libros. Al contrario: resultaba demasiado sospechoso que en un mundo en el que en nombre de la libertad se impone lo fascistoide y en el cual los sujetos más acobardados pasean su mediocridad como si fueran meritorios bravucones, los libros pudieran seguir circulando inocentemente. Como si no llevaran consigo desde siempre y por siempre la marca de una experiencia que desde todo punto de vista se pretende eliminar. La inquisición de todos los tiempos apunta ante todo a los lectores, incluso de la Biblia. ¿Es de extrañar, entonces, que para liquidar a los amantes de las bibliotecas se prepare un único libro que ya no serviría para ser leído sino sólo para aniquilar las prácticas lectoras que por naturaleza no se dejan verticalizar?
Una interesante investigación que circuló estos días bajo el título “Santiago Caputo y el fandom salvaje” -escrita por Perycia y Revista Crisis- informa sobre la organización de las milicias digitales que funcionan coordinadas desde el Salón de los Patriotas de la Casa Rosada. Se trata de un esquema piramidal que se expande a través del sistema nervioso digital que anima la mente y el lenguaje de decenas de miles de jóvenes, para desde allí nutrir de consignas de orden a una parte creciente de la infoesfera, influyendo sobre no pocos medios de comunicación. Una vez que esas consignas imperativas que instruyen sobre cómo hay que leer tal o cual hecho de la realidad circulan, suele ocurrir que el propio presidente las refrende -las retuitee- y se conviertan en insumos oficiales para orientar el verbo de secretarios y ministros de Estado. «Fandom» es una de esas palabras que por su trayectoria -proveniente del mundo de lo indie y la web- ingresa al lenguaje con el que nos entendemos y tratamos de pensar la realidad imponiendo su poder de mando. Pues si aún guarda en su origen una referencia a la cooperación virtual, su uso actual es devorado -como casi todo lo demás- por la cultura del entretenimiento como consumo voraz y, -tal y como muestra esta excelente investigación que comentamos- por una práctica de oscurantismo comunicacional aborrecible, de vital eficacia política para gobierno de la ultraderecha.
Como lo ha notado también recientemente Julián Axat, estrategias similares viene implementando el trumpista Steve Bannon. Datos y algoritmos son empleados para “modelar comportamientos y predecir la eficacia de ciertos eslóganes de las nuevas derechas, combinando habilidades técnicas con un profundo conocimiento de la psicología de masas para crear campañas altamente personalizadas que se adaptan a las vulnerabilidades emocionales de los votantes”. El ingreso de la IA a la lucha política introduce un entendimiento tecno-fascistoide del lenguaje: la batalla cultural ya no funciona a nivel de las ideas, sino en el de la colonización de las mentes a partir de agresivos ataques -por medio de mensajes simplificados- al mundo emocional de los sujetos.
Otra novedad de estos días que va en el mismo sentido es la creación de una nueva fundación oficialista, Faros, dirigida por el héroe de la nueva inquisición: el publicista fascistoide Agustín Laje. Según se supo esta semana, Francisco Caputo, hermano del asesor Santiago, estuvo ocupado en la tarea de recaudar cientos de miles de dólares de grandes empresas nacionales para su funcionamiento. De hecho está prevista para pasado mañana, miércoles, una comida para juntar fondos empresariales para el nuevo think tank. La preocupación del gobierno es dejar claro que el financiamiento del nuevo centro de pensamiento reaccionario será legal.
Además, la vicepresidenta argentina participó el último sábado en un encuentro de “defensa y seguridad” en Campo de Mayo, organizado por una empresa proveedora de armas, y se dejó filmar subida a un tanque y empuñando fusiles de guerra. “Hoy en el Encuentro de Defensa y Seguridad 2024 de Bersa pudimos ver a las empresas del sector que fabrican armas, chalecos antibalas, blindados, armas no letales y además la invaluable presencia del Ejército Argentino, la PFA, Gendarmería, Prefectura y PSA junto a las Fuerzas policiales de otras provincias. Gracias por invitarme”, fueron sus palabras en la red social X. La cruz y la espada en alianza imperecedera.
Y bien, hace unas décadas el notable filósofo alemán Günther Anders advirtió que en la literatura de Kafka surgía una nueva fábula, que ya no incluía animales sino máquinas. Son ellas las que se introducen modificando las premisas a partir de las cuales comprendemos la realidad. Camus ha agregado algo más: si algo asombra en el mundo de Kafka es la falta de asombro en la que viven lo irreal sus personajes. Esa naturalidad ante lo insólito constituye el poder del absurdo. La introducción de nuevas premisas técnicas que inciden sobre la comunicación y sobre el modo mismo en que conocemos la realidad y el esfuerzo de adaptación con el que se las naturaliza forman parte de lo kafkiano actual. Solo que allí donde en Kafka la fábula tenía efecto crítico y sus héroes no dejaban de buscar una salida, la obscena “fábula” actual se instala como una tecno-inquisición que nos condena a una espera atemorizada, no tan lejana a la que padecía el campesino del relato «Ante la ley». ¿Qué cosa mejor podría sucederle a aquel campesino que toparse con un libro largamente prohibido que, como Etica de Spinoza, lo convirtiera en lector de un pensamiento eternamente maldito como aquel que advierte que el sistema que se cierne sobre las cosas -y sobre la vida- imponiéndoles una finalidad no es sino un enorme prejuicio administrado por poderes teológico-políticos? No hay heroísmo más kafkiano que aquel que ostenta quien se resiste a la imposición de los finalismos maquínicos de cada época. Lo hemos visto estos días en las calles de Valencia: esa multitud damnificada, que de pronto descubre la maleficencia de la manipulación política organizada, y se lanza a una nueva interacción entre fuerzas de la naturaleza y del poder social. El descubrimiento del propio heroísmo ante lo imprevisto, redunda en una no naturalización del absurdo. Ante la renovada y asfixiante imposición de finalidades para la vida, el héroe es, sobre todo quien simplemente no se rinde, aunque no haya por el momento una salida a la vista.