En el Movistar Arena, la artista británica continuó su idilio con el público argentino, y junto a su banda demostró profundo conocimiento de los misterios del groove.
La primera vez que Joss Stone actuó en Buenos Aires lo hizo de la mano de su entonces reciente disco, Introducing… Joss Stone (“Presentando a Joss Stone”), en 2008. Mejor título imposible para un desembarco en una plaza desconocida para ella. Lo que seguramente no estaba en los planes de la cantante y compositora inglesa es que ése sería el punto de partida de un idilio con el público argentino. Si en aquel Luna Park fervoroso le colgaba la chapa de “la nueva voz del soul”, 16 años más tarde no hay duda de que es una de las deidades de la música espiritual. Por más que aún conserva la candidez y elocuencia de sus épocas iniciales, la rubia no sólo maduró como mujer sino también como artista. Y de eso dio constancia en la noche del martes en el Movistar Arena.
A dos años de su tercer desembarco en los escenarios locales, la vocalista regresó para celebrar con esa generación que la recibió en su debut porteño (a la que se le sumaron un par de progenies más) sus 20 años de trayectoria. Más que “Ellipsis”, que es como se llama su actual tour, esta serie de presentaciones que la tiene girando por el mundo se debería denominar “Ellipse”. Y es que la británica hizo un recorrido por su carrera fiel a la simetría de esa curva cerrada. De hecho, antes de anunciar el calendario de fechas, se describió la propuesta del show como “una noche de magia musical que mezcla sus clásicos, joyas raras y adelantos de lo que vendrá en su próximo álbum con sabor a disco”. Todo eso lo mixturó con covers de sus influencias, anécdotas y una performance arrolladora.
No habían pasado ni 10 minutos desde que salió a escena, y Stone ya había bajado al campo del estadio para cantar entre el público, subida a una silla, una de las canciones que la dio a conocer: “Super Duper Love”. El hit, incluido en su primer álbum, The Soul Sessions (2003), no es otra cosa que una apropiación de uno de los pocos temas que legó el ignoto cantante detroitino de soul y funk Willie Garner. Tras publicar su único álbum, en 1975, desapareció sin dejar rastro. El suyo es un justo ejemplo de la forma en que impactó la música afroamericana en el Reino Unido: mientras el sello Motown se tornaba en el gran emporio de esa escena en los Estados Unidos, en la nación europea un montón de artistas minúsculos fundaron los cimientos de este sonido, lo que dio pie a movidas como el Northern Soul.
Al terminar la canción, que estuvo precedida por una intro en el que sus músicos dieron muestra de su habilidad para con el groove, la vocalista, nuevamente sobre el escenario, se llevó las manos al rostro en señal de que no podía creer la intensidad con la que había comenzado esta vuelta a la Argentina. Luego de ese funk volátil, Stone se las arregló para bajar unos cuantos cambios con el R&B “Girl They Won’t Believe It”, al que le secundó el funk “Stoned Out of My Mind”, original de 1973 y firmado por la banda The Chi-Lites. Ese cover lo grabó para el segundo volumen de su disco The Soul Sessions (2012), y en el show lo mechó con un tema más de ese mismo trabajo: “Teardrops”. Esa canción de la dupla Womack & Womack arranca como un R&B profundo y aletargado, para después transformarse en un soul optimista.
Hasta la muerte de Amy Winehouse, en 2011, la londinense y la de Kent fueron los dos principales baluartes del R&B y el soul en el Reino Unido en la primera década de los 2000. Pero sus perspectivas de una misma música, y el estilo de vida que propone, anduvieron por caminos diametralmente opuestos. En tanto que la autora de temazos como “Black Black” y “You Know I’m No Good” era la noche en ese tornasol estético, y así vivía (afín al arrabal de la música negra norteamericana), Stone apostó por el día. Esto dividió a sus públicos, al punto de que experimentaron una suerte de River-Boca. Años más tarde, la blonda sigue deambulando por esa senda, algo que dejó en evidencia su puesta en escena, con todos los músicos vestidos de blanco (incluida ella), y un telón de fondo luciendo el símbolo de la paz hippie, un girasol y un corazón.
Sólo le faltó pintar el té. Verla bebiéndolo en el tablado, luego de que un asistente se lo acercara, se convirtió en una especie de marca registrada en sus performances. También fue una manera de acercase a su intimidad, así como cuando recordó que la última vez que vino a Buenos Aires estaba embarazada de su segundo hijo. O al momento de revelar, previo a cantarla, que “Loving You” se la dedicó a su esposo. Antes había desenfundado el R&B pasional “Spoiled”, seguido por el soul meditativo “Walk with Me”, lanzado al comienzo de la pandemia y dedicado al personal de la salud que arriesgó sus vidas en el momento más incierto de la cuarentena. Durante la introducción del tema, su tecladista invocó esa melodía góspel con la que los pastores protestantes estadounidenses ponen a surfear sus sermones.
A continuación, el bajista salió al frente con la línea de bajo manufacturada por el desaparecido Bernard Edwards para el himno de Chic (y de la música disco) “Everybody Dance”. Fue una de las perlas del primer popurrí de clásicos del funk de fines de los años ’70 y comienzos de los ’80 de la fecha, que arrancó con “Forget Me Nots”, de Patrice Rushen; y que tuvo como cierre “Got to Be Real”, de Cheryl Lynn. En el medio hicieron “Fight the Power”, de The Isley Brothers. Tras pasearse por varios matices del reggae, el momento jamaiquino ancló en el costado más “roots” del género, por intermedio de “Harry’s Symphony”, coronado por el flirteó con “Bad Boy”, hitazo de Inner Circle. Tan sólo en ese pasaje, Stone y su grupo sintetizaron una fabulosa y amplia comprensión de los misterios del groove.
Cuando en el fondo sonaban los acordes del R&B oscuro “Wankerman”, la cantante de 37 años preguntó cómo se decía esa palabra en español. Entonces la suplió por “pendejo”. En el tramo final del recital, apeló por dos covers más que nada tienen que ver con el soul o el R&B: “The High Road”, de Broken Bells; y “Fell in Love with a Boy”, de The White Stripes. Para calentar el cierre con el funk de intención rapera “Tell Me ‘Bout It”, se produjo el otro popurrí (del que destacó «We Are Family», de Sister Sledge), donde el trío de coristas tuvo protagonismo, al tiempo que la propia Stone les hacía los coros. Y es que esta hechicera blanca de la música negra, dueña de una voz privilegiada, tiene el don de la magia incluso para desconcertar. En la antesala del adiós, con “Right to Be Wrong” y lluvia de papelitos rosas, soltó: “¿Cuándo sale lo nuevo? Ni idea”.