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Andruetto: recuerdos de provincia, y de lecturas

Desde la pobreza de un pueblo campesino de Córdoba, con el impulso de padres lectores, a Teresita le nace una indómita pasión por las letras que la llevará a conquistar el Premio Hans Christian Andersen, el “Nobel de la Literatura Infantil” y desplegar una consagratoria obra poética y narrativa para adultos, trayectoria que describe de forma elaborada en “Una lectora de provincia” (Ampersand). Dialogamos con María Teresa Andruetto sobre su nuevo libro.

Periodista: ¿Cómo surge esa mezcla sentimental y erudita de memoria íntima y ensayo que es “Una lectora de provincia”?

María Teresa Andruetto: Todo comenzó cuando le acerqué a Graciela Batticure, que dirige la Colección Lectores, algunos textos como fue mi andar por las lecturas. He reflexionado mucho sobre eso. Además, es una pregunta que suele surgir en las entrevistas, y que suelo usar para las columnas que hago por la radio de la Universidad Nacional de Córdoba. Durante mucho tiempo me gané el pan leyendo a otros. He leído en geriátricos, en talleres, a grupos barriales, en cárceles. He dado clases y he hecho supervisiones de escritura. Encontré en los libros un modo de vivir, de sostener una casa. Es algo que he heredado. Mi mamá ya de chica fue lectora. A los 14 años, como sabía leer, la contrató el municipio del pueblo para que le enseñara a leer a los chicos. Fue una especie de maestra no titu-
lada. Primero fueron los más pobres, después todos querían aprender con ella, escucharla. El buen relato tiene eso. Por eso cuando escribo quiero que lo que me pasa le pase al lector. Esas experiencias de vida y de saber están en el libro.

P.: ¿Por qué una propuesta que hace al lector es que lea como si estuviera escribiendo lo que lee?

M.T.A.: Porque es lo que hago cuando escribo. Siento que voy leyendo lo que voy escribiendo. Siempre tengo en narrativa la sensación de ir viendo imaginariamente lo que voy contando. Y si no me emociono con lo que está sucediendo me aparece una brújula que me dice que algo no está bien, que tengo que volver atrás. Leer y escribir en un punto es lo mismo, solo que tienen un tiempo distinto. Una novela se lee en unas horas o un par de días, escribirla lleva cuatro años. Cuando leo una novela no sé a dónde voy, tengo una leve noción, cierta información que me llevó a leer, y poco a poco voy vislumbrando de qué se trata a medida que avanzo. Cuando escribo tampoco sé a dónde voy, La ficción lleva a leer de otro modo el libro del mundo.

P.: En su libro se detiene a leer literariamente un cuadro o unos versos de un tango.

M.T.A.: Es que un cuadro no termina en un cuadro, lo mismo pasa con una obra musical. Si provoca una vinculación emocional hace que uno se vuelva lector de ese encuentro, en mi ese texto que es un cuadro o un tango me suele ocurrir que me remita a un texto narrativo que he leído.

P.: ¿El mundo digital ha cambiado el modo de leer?

M.T.A.: Hoy nos hemos acostumbrado a mirar las cosas con más velocidad. No solo hay cambios en la forma de leer, también de vinculación con los libros. Por eso me parece importante el trabajo en la construcción de lectores en niños y jóvenes. Cuando una persona lee literatura logra una vinculación distinta con otras formas de lectura. Piglia dice que el discurso de la literatura es tan complejo, tan ambiguo, que cuando se aprende a nadar en ese mar uno se vuelve más hábil para leer cualquier otro tipo de textos. Si hay algo que define a la literatura es su capacidad de disparar en muchos sentidos, de ser leída de otro modo cada vez que se la relee. Por eso creo que la constitución de una sociedad de lectores es una cuestión de Estado, y que la escuela tiene que ser un espacio entre paréntesis en la furia del día que sirva para aprender a pensar.

P.: ¿Cómo fue eso de que se fue a la Patagonia con Borges y Calvino?

M.T.A.: Demócrito de Abdera escribió “todo está hecho de azar y de necesidad”. Yo vivía en una casa colectiva con cuarenta y cuatro mujeres. Cuando me recibí en la facultad, yo había sido militante, decidí irme en insilio al sur, a Río Negro, donde tenía unas amigas. Mis compañeras de despedida me regalaron al Obras Completas de Borges, que acababan de aparecer, y yo me llevé mi gastado “Las ciudades invisibles” de Calvino. Anduvieron conmigo. Me aprendí de memoria los cuentos de Borges, mientras trabajé de todo un poco para sobrevivir, entre otras cosas fui periodista de sociales en la “Jornada” de Chubut. En ese libro de Calvino anoté el comienzo de un poema: no tiene abriles este marzo del 76, hoy ese ejemplar está expuesto en el Archivo de la Memoria de Córdoba.

P.: ¿Cree que el interés que despierta se libro es porque es un álbum de conmovedoras historias personales familiares y ajenas?

M.T.A.: Ha pasado por situaciones sociales distintas, de la carencia a la abundancia. Desde temprano he ido tomando legados no voluntarios de los otros. Familiares, pero también de ajenos. Tengo algo que no sé qué es qué hace que la gente me cuente cosas, y no es porque sepan que yo escribo. Bueno, supongo que a veces sí. Me emociono escuchando la vida de los otros. En cada ser humano hay novelas y cuentos a granel. Y yo desde chica he intentado contar lo que escuchaba de otros a terceros. Creo que lo que he hecho es reciclar la vida en historias. Un escritor es un gran reciclador de vidas.

P.: ¿Qué está escribiendo ahora?

M.T.A.: Este año apareció la novela “Aldao” y, en una pequeña editorial española, “El vestido”, un cuento contado tres veces con resoluciones distintas. Ahora estoy trabajando en una historia que tiene como protagonista algo que le sucedió a mi marido.

Fuente: Ambito.com

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