Violeta Parra no se ha muerto ni un segundo
Un 4 de octubre como hoy, pero de 1917 nacía en San Fabián de Alico, al sur de Chile, Violeta del Carmen Parra Sandoval, Violeta Parra. Una artista que brilló con sensibilidad y genio tanto en las artes plásticas como en la música; fue cantante, compositora, poetisa, bordadora, pintora, escultora y ceramista y, además, una férrea investigadora y divulgadora del folklore campesino de su país.
Violeta Parra fue una figura central para la música chilena y latinoamericana por su producción artística, que tuvo como impronta la combinación de tradición y trasgresión: cambió la música chilena que, hasta ese momento, no había reflejado las temáticas de la vida cotidiana del Chile pobre, de los excluidos, del minero, del obrero, de las mujeres, del pueblo mapuche; y lo hizo desde el canto tradicional chileno, lo que la convirtió en un punto de referencia para el desarrollo de la música popular de ese territorio, que de su mano pudo evolucionar hacia otro nivel. También fue clave debido a la particular construcción de su identidad de género, que cuestionó el modelo de mujer de la época, en lo social, en lo estético y en artístico y promovió nuevos espacios dentro de la masculinizada escena popular para incorporar otras formas de expresión femeninas.
Hija de un profesor de música y de una campesina, inició su vida musical a los ocho años cuando empezó a tocar la guitarra. Pronto, con doce años, haría sus primeras composiciones. Violeta se valió de la música como medio de subsistencia en el seno de una familia con numerosas dificultades económicas. Cuando tenía 14 años murió su padre, y por invitación de su hermano Nicanor, viajó a Santiago de Chile. Allí conformó un dúo con su hermana Hilda.
Violeta e Hilda Parra – Por la mañanita
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«Mala esposa»
Violeta se enamoró de un empleado ferroviario con quien se casó y con el que tuvo dos hijos Ángel e Isabel, que serían también grandes artistas. Un matrimonio que duraría 10 años y al que la artista definió en una de sus décimas autobiográficas “Verso por matrimonio”, como “diez años de infierno”, muy lejos de lo que dictaba la normativa respecto de la pertenencia al hogar como la manera adecuada de ser mujer en aquel tiempo. El matrimonio era uno de los pilares fundamentales sobre los que se cimentaba la identidad de las mujeres en la primera mitad de siglo XX y que las circunscribía al ámbito doméstico y familiar.
Anoto en mi triste diario:/ “Restaurán El Tordo Azul”. / Allí conocí a un gandul/ de profesión ferroviario./Me jura por el rosario/
casorio y amor eterno;/ me lleva muy dulce y tierno/ atá’ con una libreta,/ y condenó a la Violeta/ por diez años de infierno./
A los diez años cumplí’os/ por fin se corta la güincha;/ tres vueltas daba la cincha/ al pobre esqueleto mío./ Y pa’ salvar el sentí’o/
volví a tomar la guitarra:/ con fuerza Violeta Parra,/ y al hombro con dos chiquillos,/ se fue para Maitencillo/ a cortarse las amarras.
Fuera del canon
“Gracias a Dios que soy fea”, dice Violeta en una de sus décimas, inmersa en un mundo obsesionado con la belleza hegemónica femenina. Lo cierto es que a lo largo de su obra aparece una y otra vez la alusión a su apariencia física; desde su infancia, a raíz de las secuelas en el rostro que le dejó la viruela:
«No se escapó ni el vacuno /de la terrible lanceta, /que la pequeña Violeta /clavó sin querer ninguno. /Tres meses pasó en ayuno /con ese terrible grano, /que le arrancó de las manos /y pies de raíz las uñas. /Su cuerpo es una pezuña, /Sólo un costrón inhumano».
“Aquí principian mis penas, / lo digo con gran tristeza, / me sobrenombran “maleza” / porque parezco un espanto. / Si me acercaba yo un tanto, / miraban como centellas, / diciendo que no soy bella / ni pa remedio un poquito. / La peste es un gran delito / para quien lleva su huella”.
Violeta se rebeló a las demandas de una industria que exigía a las mujeres mostrarse sensuales y atractivas. La femineidad de la artista escapaba a los cánones de belleza comerciales. A cambio, su propuesta estética, con su estilo simple y austero, colocaba a la mujer campesina en los escenarios del mundo de la industria musical. En ese sentido, esto decía su hijo Ángel:
«Lo que ella hizo fue tomar la guitarra y empezar a cantar sin preocuparse de los atuendos, sin maquillaje y sin adoptar una pose exterior de figura «folclórica» al uso oficial. Y dándole una presencia protagónica en el canto a la mujer, porque hasta ese momento los conjuntos eran predominantemente masculinos. Si algún día alguna mujer se dedica a estudiar el proceso de liberación femenina en Chile, tendrá que tomar en cuenta el rol de Violeta Parra en ese momento histórico. No porque haya teorizado o escrito artículos sobre el tema, sino por su actitud».
«Mala madre»
En la década del 50, fue madre de otras dos hijas y se casó por segunda vez. La muerte de su hija menor, Rosita Clara, se dio durante un viaje de la folclorista a Polonia, cuando fue invitada por el Partido Comunista al Festival de las Juventudes de Varsovia. Para eso, dejó en casa a su marido y a sus hijos, contradiciendo el deber ser de esos tiempos que imponían la maternidad como otro de los preceptos constitutivos de la identidad femenina, por encima de cualquier otra actividad o desempeño laboral.
«De nueve meses yo dejo /mi Rosa Clara en la cuna; /com’esta maire ninguna, /dice el marí’o perplejo; /voy repartiendo consejo /llorando cual Maudalena, /y al son que corto cadena /le solicito a Jesús /que me oscurezca la luz /si esto no vale la pena».
A pesar de la culpa que se impuso a raíz de su partida al viejo continente, en ocasión de la trágica noticia que luego recibió a la distancia, en “Verso Por La Niña Muerta” confiesa: “No ha sío por culpa mía/Yo me declaro inocente”.
Violeta Parra – Verso Por La Niña Muerta
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La dinámica familiar de Violeta Parra también se vio supeditada a su proyecto artístico cuando tuvo que salir de viaje por Chile con su proyecto de recopilación y difusión del patrimonio cultural campesino que les ganó la pulseada a sus «deberes».
La voz de la mujer
En la década del sesenta, viajó a Buenos Aires. De allí, con sus hijos Ángel e Isabel, partió de gira hacia Europa, ocasión en la que conoció al gran amor de su vida el antropólogo suizo Gilbert Favre y se quedó a vivir con él.
En el país galo pudo grabar canciones que habían sido recopiladas durante su viaje por Chile. En ese sentido, como investigadora apasionada de la música tradicional campesina, su aporte al acervo cultural chileno fue de gran importancia; se acercó impulsada por la búsqueda de una identidad propia, más afín a sus valores que a las sonoridades populares de la época como cuecas,
boleros y tonadas, ligadas a la interpretación femenina. Violeta emprendió su propio camino musical y durante su recorrido por el país, especialmente por las zonas rurales, reunió más de tres mil canciones populares que rescató del olvido. Su amigo el artista chileno Alejandro Jodorowsky contó que Violeta grabó esas canciones para unos sellos franceses: “a cambio de nada. A sabiendas de que era estafada, pero consciente de que dejaba un registro de la música chilena en unas discográficas que ella definía como ‘museos’”. “Más tarde, todos la van a escuchar”, le decía la artista.
Asimismo, Violeta con sus décimas, supo ser punta de lanza en territorios que eran de dominio masculino. La artista e investigadora chilena Margot Loyola señala en el libro “Gracias a la vida”: “El canto a lo poeta estaba definido a mediados del siglo XVIII como canto masculino, era propio del cantor popular que canta décimas acompañándose con el guitarrón y posteriormente con guitarra. Y el otro canto folclórico, la tonada, la canción que no es con décimas, el acompañamiento de las danzas, ése era el canto de la mujer. Pero con el correr del tiempo también cantaron mujeres el canto con décimas, aunque tampoco esto era muy frecuente. Y la Violeta es de las que incursionó mucho en esta rama del canto y la interpretó bien”.
Contó su amigo el cantautor Paco Ibañez, como Violeta se imponía para que su mensaje fuera escuchado “No estábamos acostumbrados a escucharlas; a oírlas, sí, pero a escucharlas las canciones, no”, decía en referencia a cuál era la costumbre del público en el bar donde solía actuar Violeta en Paris. Cuando era el turno de otros músicos, los que bajaban del escenario tomaban una copa en la barra y hablaban mientras los otros tocaban. Con Violeta, se hacía silencio y a escuchar. Los músicos se iban a otro café para poder charlar. Ella imponía el silencio, la escucha y el respeto. “Poco a poco nos fuimos acostumbrando-ella tenía toda la razón del mundo para imponerlo”. La artista rompía ese ambiente de humo, bullicio y risas. “Para mí, allí nació la Violeta parra que yo descubrí en el contenido, sus canciones, sus composiciones”. Era huraña, no era amiga de cualquiera, Violeta tenía una conciencia social y política muy desarrollada (…) A violeta le pedías cantar en un acto político, de solidaridad y siempre decía que sí”.
En esos primeros años de la década, surgen grandes canciones de su repertorio más combativo como “Según el favor del viento” o “Miren como sonríen”.
Violeta Parra- Miren como sonríen
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En 1965, regresó a Chile e instaló una carpa en la comuna de La Reina. Isabel Parra, su hija, dijo que su decisión fue por “rechazo absoluto a lo convencional. Un reencuentro con la tierra. No quería saber nada de alfombras ni de casas de brillante piso”. “Vámonos todos a La Reina con maridos, yerna, nietos y animalitos –decía a sus hijos–, el lujo es una porquería, los seres humanos se consumen sumergidos en problemas caseros”. Su idea era promover allí el arte popular. Al año siguiente, terminó su relación con Gilbert Favre y surgieron una serie de composiciones cuya temática se centró el desamor, como” Corazón maldito”, “Qué he sacado con quererte” o “Run Run se fue p’al norte”.
Violeta Parra – Run run se fue pal norte
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En el 1966, lanzó su disco “las últimas composiciones” considerada su obra cumbre con himnos como “Gracias a la vida” y “Volver a los 17”.
Violeta Parra- Gracias a la vida
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Según contó oportunamente el periodista chileno Santiago Mundt Fierro, Tito Mundt, en conversación con Violeta, ella le confesó: “Me falta algo… no sé lo que es. Lo busco y no lo encuentro… Seguramente no lo hallaré jamás”.
En 1967, luego de una terrible depresión, Violeta se suicidó a los 49 años.
Dijo su amigo el poeta Gonzalo Rojas: “’Viola’ es una figura de fundamento. Hay que seguir aprendiendo con ella, desde ella y en ella misma. ¡Está viva! Si eso es todo lo que pasa… ¡no se ha muerto ni un segundo!