De profesión humorista y veterinario, Ricardo Daniel «Gato» Peters comenzó en Mar del Plata una gira donde se propone recorrer al menos 140 pueblos en menos de un año: «Muchos de los que me ven suelen veranear en ‘La Feliz’ y cuando se cruzan con mi cartel dicen ‘después lo veo en mi pueblo’, porque saben que no les voy a fallar», admite, en diálogo con Télam.
Con esa misma naturalidad, el intérprete oriundo de Carhué que el sábado cumplirá 68 años, asegura que «lo que yo hago es hablar con el público como lo hago en mi casa».
«Alpargato» es la última apuesta del humorista que vive en Las Flores, con historias de su autoría, canciones y algunas adaptaciones de «cuentos, anécdotas y desventuras» que les llevan sus seguidores anotadas en papel y se las comparten al finalizar sus espectáculos.
«A veces me dicen que hago ‘humor blanco’ pero en realidad lo que yo hago es hablar con el público como lo hago en mi casa. Estoy cansado de los humoristas que gritan y dicen malas palabras, nadie cría a sus hijos a las puteadas ni entiendo por qué tendría que agarrarme a las puteadas con la gente», sostiene el cómico, en la previa de uno de sus últimos shows marplatenses.
Con una agenda a la que solamente en lo que resta de marzo le quedan cuatro funciones: el sábado 11 en Fiesta de las Tropillas y la Tradición en Lobería; el 17 en la Fiesta Nacional del Ternero y Día de la Yerra en Ayacucho; el 24 en El Almacén de General Belgrano; y el 25 en la Cooperativa Agrícola Saladillo, Peters ha sobrevivido largamente al hecho de no estar en medios electrónicos de Buenos Aires.
«El teatro no es para todo el mundo. En mi caso, en una buena temporada meto 300 personas en un teatro y en una mala 200. Mi objetivo para el verano es demostrar que sigo existiendo y que no se olviden de mí.»Ricardo Daniel «Gato» Peters
Aunque entre mediados de los 80 y 1993 hizo televisión (debutó en «Badía y Compañía» y, luego, bajo el padrinazgo de Fernando Bravo, llegó a «La noche del domingo» donde formó parte del elenco estable del ciclo de Gerardo Sofovich durante seis temporadas consecutivas), el humor del «Gato» sigue vigente y presente refiriendo al paisaje que lo rodea, la llanura argentina, y sus habitantes, sus pueblos y sus historias.
-¿Por qué es importante reír?
-La risa es sanadora y curadora, referencia de los payamédicos. Cuando el país está muy crispado hace falta reírse y cuando los vientos son de cola es fácil reírse. Siempre hay una excusa para que exista el humor.
-¿Se ríen de lo mismo las personas de distintas regiones del país?
-El humor es uno solo. De los 90 para acá, con la globalización de las comunicaciones, gracias a Dios, está todo muy horizontalizado. Cuando yo era chico no había una FM en cada pueblo, mucho menos internet ni llegaba la televisión. Ahora todos se informan de la misma manera y eso es democráticamente muy bueno, entonces uno puede manejar el mismo humor en todos lados. De todas maneras, soy muy atento por deformación profesional, al ser veterinario, a los procesos productivos que hay en distintos territorios. Vivimos en un país diverso en climas y en producciones, y de los actores de esos procesos productivos pueden salir muchas ocurrencias. Hay chistes de camioneros que trabajan en la cosecha, de los boliches del pueblo. Pero la gente se ríe de lo mismo.
-¿Cómo estás viendo esta temporada en relación con la repercusión que tienen las obras, la propuesta artística general y la respuesta del público?
-A mí me va siempre bien, no porque sea un exitoso sino porque soy el productor de mi propio espectáculo y siempre balanceo las cosas. Como no soy de la farándula trato de estar en todas partes para marcar territorio y que mi espectáculo sea sustentable. Por eso busco salas que no sean muy grandes, cálidas, y de fácil acceso. En el comienzo del año estuve los martes en Villa Carlos Paz, donde además de hacer un teatrito tenía un show en un hotel, los miércoles en Mina Clavero, los jueves a veces con día libre y otros en lugares alternativos como Monte Hermoso o Necochea, todos los viernes en Mar del Plata y los sábados me los reservé para los festivales. Uno tiene que moverse, poner el auto, tiene que vivir, y somos una compañía muy reducida.
-¿El movimiento turístico acompañó la actividad de los teatros?
-Este año hubo mucha gente en los destinos turísticos pero no tanta en los teatros. Ahora cuando termine la temporada veremos los número globales que lo van a demostrar mucho mejor. La gran noticia es que muchos salieron de vacaciones. El teatro no es para todo el mundo. En mi caso, en una buena temporada meto 300 personas en un teatro y en una mala 200. Mi objetivo para el verano es demostrar que sigo existiendo y que no se olviden de mí. Les tengo que volar la cabeza en el show porque no me van a encontrar en el living de Susana Giménez ni cenando con Juanita Viale o en el «Bailando por un Sueño». Yo me defiendo con esto y con el boca a boca, que hoy son las redes sociales.
-¿Cuál es para vos la particularidad o el encanto de hacer temporada en verano con el público de vacaciones?
-Hace 25 años que hago 140 presentaciones por año en 140 pueblos distintos. Voy un día a un lado y, otro día, al otro. Yo no quiero ni saber de dónde es la gente, que todavía me trae papelitos con sus historias para que las incorpore al show, porque cuando el artista te logra sumar a su viaje el espectador no tiene que recordar ni donde estuvo antes.
-¿Creés que después de la pandemia la relación del público con el teatro cambió?
-Los megaeventos cambiaron. El folclore como acto ya no se ve en los festivales, hoy todo es muy estridente. Solistas ya no hay más. Antes cuando nombrabas a un solista era alguien que estaba
efectivamente solo, y ahora lo son Luciano Pereyra o Abel Pintos, que hacen shows con 20 músicos. En la última Fiesta Nacional del Chamamé a cada cantante le daban 15 minutos. ¿Qué podés hacer en ese tiempo? Casi nada. E imaginate cuánto le están dando a los humoristas.
-¿Notás corrección política o límites en el humor?
-No quiero escuchar la palabra prohibir, por favor, que no sea cosa que por todos los nuevos valores se empiecen a prohibir cosas, porque yo soy de la generación que viene huyendo de la censura de los militares. Estaba en el 76 bajo bandera cuando llegó el Proceso y después dijimos ‘Nunca más’ a las prohibiciones. ‘El límite del humor es el buen gusto’, me enseñó Gerardo Sofovich y lo sostengo.
-Algunos comediantes admiten tener miedo a una eventual condena social por tratar algunos temas o dicen abiertamente que quitaron chistes de su repertorio.
-Esto es nada más que humor. Hace poco me escribió una piba joven y me dijo «gracias por no tenerle miedo al humor», porque creo que la gente le tiene miedo al humor ahora. Yo voy a seguir
haciendo cuentos de borrachos, porque vos y yo cuando nos tomamos una cerveza nos ponemos gauchitos. Ahora, si alguien cree que con eso estoy ofendiendo a Alcohólicos Anónimos es un tarado.
-¿Cómo nacen los chistes o el humor en general?
-El humor nace de algo que está mal, de un acto fallido, no se puede pontificar. Sofovich una vez me dijo que no le había gustado un chiste que hice a la Embajada de Estados Unidos,
donde había una sequía muy grande y yo dije en la televisión «Ahora van a saber ellos lo que es estar secos» y ahí fue la única vez que me empezaron a revisar un poco los libretos.
-¿Y cómo muere un chiste o te das cuenta que algo no funciona ni va a funcionar?
-Hay cosas bizarras y ordinarias que por ahí funcionan con una mesa de pibes o pibas, pero cuando el público es más masivo se vuelve más difícil. Yo hice un monólogo sobre el bidet que era buenísimo pero no me funcionó. También compuse un tema sobre el cementerio, debe ser lo mejor que escribí, y no lo acompañaron. Había investigado muchísimo, me asesoré con un arquitecto, un sociólogo y con un agrónomo para escribir esa letra y no hubo caso.