Peter Lindbergh. El fotógrafo que encendió el fenómeno de las supermodelos
Desde el momento mismo de su partida, desplegando sus emblemáticas fotos, ricas de gradaciones de blancos, grises y negros, y ahora definitivamente únicas, las redes y la prensa unánimes rindieron homenaje a Peter Lindbergh. Lo melancólico de la circunstancia no cancela, sino que al contrario subraya y nos contagia la celebración serena de la vida presente en cada una de sus imágenes. Supremo cuentista visual, Lindbergh sabía develar toda la gama de las emociones humanas en esas fotos que, aún en sus encargos publicitarios, concebía siempre como retratos, es decir, representaciones de seres sensibles y conscientes, vivos más allá -y más acá- de toda funcionalidad estética.
Pero bien queda claro que la moda fue para Lindbergh sólo un medio propicio para captar y transmitir las palpitaciones de la vida, nuestra época pragmática lo recordará, en lo inmediato, ante todo como el hombre que con un clic visionario encendió el fenómeno de las supermodelos.

En efecto, fue suya la tapa, desde entonces multiplicada, ensalzada, copiada, devenida un clásico, del Vogue británico de enero de 1990, en la que proyectadas hacia la nueva década, aparecían, diferentes, sonrientes, Naomi Campbell, Linda Evangelista, Tatjana Patitz, Christy Turlington y Cindy Crawford, flamantes bellezas ideales de un tipo novísimo, apenas peinadas y maquilladas, y, verdaderas musas del chic casual, vestidas de jeans Levi's y tops elastizados del argentino Giorgio di Sant'Angelo.
Pero la fuerza imperiosa de la imagen no provenía solamente de las jóvenes mujeres que con frescura accedían así al estrellato sino sobre todo, de la ruptura que marcaba con la ostentación, la teatralidad, la radiación de lujo que había dominado la moda de los años precedentes.
Todas las elecciones tajantes de Lindbergh, a las que nunca dejó de ser fiel, están presentes allí, tales como su búsqueda de la autenticidad y, como lógico corolario, su absoluto desdén por el artificio, su talento para capturar en una imagen fija las transiciones expresivas de un rostro, su amor, o, según lo veo, su devoción cómplice, hacia la feminidad en todas sus múltiples facetas.

Esas mismas exactas opciones estaban ya presentes en una secuencia previa, de 1988, para Vogue America, que la revista no publicó. Registra los juegos de otro grupo de muchachas en flor, de nítidas, resplandecientes camisas blancas, bajo el sol de una playa de California.
Actrices, artistas, mujeres de todas las edades posaron confiadas, con un mínimo de asistencias cosméticas, para la cámara de Lindbergh porque sabían que en la semblanza que resultaría encontrarían verdades sobre sí mismas, algunas quizá insospechadas.
"Debería ser una responsabilidad para los fotógrafos actuales liberar a las mujeres, y en fin de cuentas a todo el mundo del terror de la juventud y de la perfección," dijo él, no hace mucho. Consideraba su deber recordar al público que existe una belleza que es más auténtica y real que aquella otra, manipulada por intereses comerciales, que muestran las revistas. La individualidad, la valentía de ser una misma y una sensibilidad propia definían para Lindbergh a la mujer de hoy. Consideraba insultante, para ambas partes, retocar una foto.
Luminosa puesta en práctica de ese credo suyo es, entre otros tantísimos, un retrato para una campaña de Giorgio Armani, de cuatro modelos, estelares en los 90, Yasmin Le Bon, Eva Herzigova y Stella Tennant,, que Lindbergh realizó en 2016, cuando ellas circulaban ya la cuarentena. Bellas sin ficción, bellas de y por y para la vida, bellas como Peter Lindbergh supo revelarlas.
Por: Javier Arroyuelo ADEMÁS
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Fuente de la noticia (La Nacion)