Deportes

Un misterio llamado River

Un misterio llamado River

Lucas Pratto, un goleador que cumple un rol colectivo para el equipo Fuente: LA NACION – Crédito: Marcelo Aguilar

De unos años a esta parte, River se ha convertido en un misterio. En el contexto internacional es un equipo hipercompetitivo, que se plantea metas cortas, se enchufa y muestra un absoluto convencimiento de que puede superar cualquier dificultad. Si, en cambio, evaluamos su rendimiento más allá de esos hitos o partidos selectos el saldo es un poco más gris, porque pese a contar con grandes planteles no ha logrado ser ese conjunto que debería en el campeonato local.

No todas las cosas pueden explicarse, pero buscar un trasfondo a esta dualidad es todo un dilema, y seguramente será el propio Marcelo Gallardo el primero en planteárselo, ya que solo cuando encuentre esas respuestas logrará que su equipo juegue razonablemente bien durante un tiempo y -de esa manera- pueda aspirar a ganar la Superliga.

La descripción de lo que ocurre ofrece pocas dudas. River parece convivir de forma muy natural con los momentos-límite. Maneja la cuestión psicológica de tal modo que consigue no cometer errores, compenetrarse de manera permanente, acertar en los instantes precisos, dominar los partidos y llevar a cabo su plan de juego. Da la sensación que la carga, la angustia, la aureola de dramatismo que suele envolver a esos partidos le pesa menos a que los demás; y que estuviera más acostumbrado que el resto a resolver los momentos decisivos, incluso pese a los cambios que fue experimentando el plantel en todo este tiempo. Por supuesto, esa habilidad no es patrimonio exclusivo de River. Ocurre también con los deportistas individuales, que sacan su mejor versión en los minutos de mayor dificultad. Se trata, en definitiva, de una cualidad que forma parte de la jerarquía de un atleta o un equipo.

En cambio, cuando no se enfrenta a esas situaciones cruciales el ímpetu y el enfoque del equipo ya no funcionan del mismo modo. Entonces llegan los altibajos. Puede perder tres partidos seguidos en el estadio Monumental para unos días más tarde pasar por encima de Godoy Cruz en Mendoza, y sobre todo se muestra incapaz de sostener una regularidad, otra de las virtudes que compone la jerarquía. El funcionamiento de un equipo verdaderamente se ve en los trayectos largos y por eso los logros son tan festejados, aunque parezcan desvalorizados en este mundo en el que reinan la épica y la fugacidad.

Ahora bien, una vez hecha la descripción ya no resulta tan sencillo encontrar los motivos por los que se produce esta ambivalencia, aunque hay varias razones que pueden sumarse para alcanzar una explicación.

El terreno internacional seduce mucho, y al mismo tiempo otorga un premio jugoso desde lo económico. Como nunca antes es el bastión de los hinchas, que priorizan las copas ganadas y hasta se enzarzan en competencias paralelas para ver cuántas tiene cada club. River, que históricamente no se había llevado bien con esos títulos, tiene en ese sentido la misma fijación que el resto por seguir acumulando trofeos, aunque para eso deba dejar de lado los torneos locales.

El futbolista no es ajeno a lo que sucede alrededor, cae en la "trampa" que le presenta el clima exterior y se contagia de un público que se conforma con ganar clásicos y copas mientras disminuye la exigencia de ser el mejor cada semana. Sabe que tiene permitida la derrota, que cuenta con un margen de error en el ámbito interno, aunque quizás no lo advierta en su primera capa de consciencia. Tampoco se lo puede criticar demasiado. Todos somos víctimas del minuto a minuto y lo anteponemos al domingo a domingo.

El jugador se mimetiza con el hincha

La Libertadores refleja lo que nos pasa a todos: el "ya mismo" nos procura un consuelo o una felicidad mayor que ir sumando con paciencia. Así, el jugador busca la complicidad, la sintonía con la hinchada, y acaba mimetizándose con ella. Se le incrusta en la cabeza el acomodamiento que percibe en la tribuna y solo se enfoca al cien por ciento en los partidos especiales.

Más aún cuando la fórmula se demuestra exitosa. River no ha sido maravilloso por su nivel de juego salvo en partidos excepcionales. Pero por un lado está la excelencia futbolística y por el otro, esas cuestiones intangibles que no garantizan grandes demostraciones de juego -diría que ni siquiera jugar bien- pero que le permiten a un equipo sostenerse cuando las cosas no salen como fueron pensadas. El primer tiempo de la final del Bernabéu, en el que Boca logró jugar como más le convenía, es un buen ejemplo sobre este punto; también la serie contra Gremio, en la que River estuvo a punto de caer eliminado.

En ambos casos, sin embargo, el equipo sacó ese valor añadido que lo hace sobrevivir a los momentos bravos. Es ahí donde establece una diferencia con el resto. Mantiene la competitividad, no pega, no se va de los partidos y mantiene el espíritu, la templanza y la fortaleza aunque juegue mal, hasta encontrar algo -una llave, un escape, una jugada, un cambio, una genialidad- que lo lleve al triunfo.

El problema es que esa convicción vale para los torneos cortos pero no alcanza durante 25 o 30 partidos. Es entonces cuando retorna el misterio. Ese dilema que solo a Marcelo Gallardo le cabe resolver.

Fuente de la noticia

Comentarios de Facebook

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba