Un merecido homenaje a Tato Pavlovsky

El doble aniversario es la excusa perfecta para traer al presente a un autor esencial de la escena argentina. Habrá funciones especiales y charlas-debate.
Diez años de la muerte de Eduardo «Tato» Pavlovsky; 40 de su obra más emblemática, Potestad. «Se armó el combo Tato. No podía no hacerse un homenaje, porque dos veces no iba a ocurrir», expresa a Página/12 Eduardo Misch, seguramente el actor que más conoce en profundidad la obra del autor y principal impulsor de una batería de actividades para conmemorar los aniversarios. «Me parece que el homenaje es resucitarlo. Es un tipo que se extraña y no se ve que el país adquiera su estatura en términos de su manera de pensar«, dice Norman Briski, amigo íntimo, «hermano» de Tato.
Actualmente, Norman dirige a Misch en la última versión de Potestad, espectáculo que formará parte del acontecimiento. A partir de este sábado 4 y hasta el domingo 12 se realizarán funciones en Calibán y en las Facultades de Psicología, Sociales y Filosofía y Letras de la UBA. Además, habrá charlas-debate abiertas a la comunidad y un taller de multiplicación dramática a cargo de Carolina Pavlovsky. A esto se suma la reedición de las obras completas de Tato, actualmente agotadas, por Ediciones Atuel. El primero de tres tomos se presentará en la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo, con la presencia de Susy Evans, Briski, Martín Pavlovsky, Adriana Schottlender, Jorge Dubatti y Misch. Hay más actividades. La información completa acerca del encuentro se encuentra en potestad.pavlovsky.wixsite.com.
«Lo más doloroso es que no esté este muchacho, y porque no está se pierde una cantidad de claridades, de afectos o de juegos. Eso es lo peor de esa ausencia», dice Norman. «Hay ausencias que han dejado lo suyo y tienen estelas cortas, pero este tipo seguía pensando hasta el último día y su pensamiento tenía su aridez, su fuerza, y eso debilita porque vos tenés un hermano, por no decir otra cosa, que tenías como referente, y esto está pasando a mi edad en la que también se está perdiendo uno. Hay que contar con la finitud, y hay tipos que se murieron antes de que la finitud dejara de tener potencia.» Para Norman, este homenaje implica «resucitar» a Tato. Así lo explica: «resucitarlo en hacer apócrifos sería, a la manera de Tato, preguntarnos qué pensamos hoy del país, del psicoanálisis, del arte«. Ahora que Argentina es una «empresa privada», está seguro de que Tato, un «irremplazable», tendría algo para decir.
Briski fue el primer director de Potestad, obra estrenada en 1985, en una versión que abandonó luego de ocho funciones porque simplemente se aburrió. No fue el teatro lo que lo cruzó inicialmente con su amigo; fue la natación. «El había sido campeón nacional de un estilo. Entonces venía a Córdoba. Yo era nadador. Sin darnos cuenta alguna vez hablé con él, como con otros nadadores de la época. Tenía una conexión de menor al tipo que está… yo era campeón provincial, pero él era campeón nacional. Lo veía como más alto. Empieza una vinculación deportiva. El teatro a él le llega mucho después, y de una manera muy singular: como no tenía público, compraba sus propias entradas porque no iba a nadie», recuerda el dramaturgo, entre risas.
Después, sí, los cruzó el teatro. Tras ver El niño envuelto, Tato le escribió una carta a Norman para encontrarse. Ambos fueron con sus parejas a cenar a un restaurante porteño. Hablaron de manera íntima por primera vez. «La charla no tuvo absolutamente nada que ver con nada», pero nació una amistad hecha de mucha afinidad y caracterizada por «asambleas telefónicas» en las que Tato llamaba para hacer consultas sobre asuntos severos y otros «no tanto». Quizá, solo era una excusa para charlar con su amigo, intuye Norman. «Esto es lo que teníamos: superpensamientos que a veces aterrizaban en algún detalle.» Quedó un pendiente: una obra en la que los dos encarnaban, cada uno a su modo, a Stalin. Habían comenzado a improvisar.
Cuando nadie iba a ver las obras de Tato Norman iba, porque le producía «curiosidades» esa figura múltiple de nadador, boxeador -«lo vi cagar a piñas»-, médico -«incapaz de poner una curita»-, psicoanalista, actor, autor. «El sabía que sabía más que yo en algunos asuntos. Es producto de un social-histórico mucho más complejo del que vengo yo, que soy técnico electromecánico. El agarra una cosa con la mano y se le va a caer. Entonces había también una especie de complementaciones«, compara Norman. Y grafica: «teníamos agujeros en distintos lugares del cuerpo». En la juventud, uno era peronista y el otro de izquierda. Los unía el club de sus amores, Independiente. Curiosamente, Tato decía que Norman no era el mejor director de sus obras. En efecto, dirigió unas pocas, entre ellas Potestad, Sólo brumas y La gran marcha. Uno tendía más al despojo, a la potencia del cuerpo en escena; el otro disfruta de los «juguetes» de la maquinaria teatral, por usar una palabra de Misch.
En 2019 Briski estrenó una exquisita versión de la historia del médico apropiador con una imponente actuación de María Onetto y en clave de teatro noh. «Esa puesta te hace dar cuenta de la eficiencia del texto: se le pueden cambiar un montón de cosas», evalúa Misch, quien ahora encarna al médico -devenido golfista– y comparte la escena con Damián Bolado. Una propuesta mucho más simple que la anterior en términos de puesta. «Es el mejor momento para hacerla. El presente en el que se resignifica la obra es la complicidad civil. Con este gobierno tomé real conciencia de que está al costado mío. Lo escuchaba a Tato hablar mucho de eso; escribía mucho de eso. Pero yo lo tenía como por fuera de mi cuerpo, no lo sentía tan cercano. Me doy cuenta entrando al almacén que, de diez, seis son cómplices por distintas situaciones», postula el actor. Que el personaje ahora sea un golfista lo enmarca en una «clase social». «Tampoco me hubiera dado el físico a mí para ser un rugbier. Tato era grandote», contrasta.
Misch define de varias maneras a Tato. Como un amigo o un padre, por ejemplo, que le dio un «motor único» a su vida. «Norman también. No tengo otro motor que me active tanto como la imagen de estos dos», revela. Tomó el rol de asistente de Potestad a mediados de los noventa, cuando Tato ya la actuaba con Susy Evans. Fue actor y director de otros muchos textos escritos por él. Era su secretario, le llevaba la agenda; se veían tres veces por semana y otras dos se llamaban por teléfono. «Nunca imaginé que iba a terminar haciendo Potestad. Para mí era solo de Tato. Acá no hay una copia. Ese fue mi trabajo: poder despegarme de aquella memoria que yo tenía», dice quien se sabía una obra de memoria antes de comenzar a ensayarla.
El creador del grupo El Soporte, destinado a representar y difundir las obras de Pavlovsky, fallecido el 4 de octubre de 2015, considera que este homenaje también salda una «deuda» o un «deseo»: la de reeditar toda su obra. «Tres o cuatro veces estuvimos cerca de que alguien la editara y siempre nos quedábamos con las ganas porque el dinero no aparecía», explica. Logró apoyo de Mecenazgo para que las 40 obras teatrales se publicaran en tres tomos (la misma editorial había publicado 35 anteriormente). Entre las más conocidas se encuentran Telarañas, El señor Laforgue, El señor Galíndez y Rojos globos rojos.
«Tato tiene un compromiso ideológico y social absoluto. Como intelectual tenía esa responsabilidad. Decía: ‘pude alimentarme bien y tengo la neurona suficiente para pensar. No me puedo callar las cosas que pasan a mi alrededor’. No es que decía ‘voy a hablar de la represión’. Escribía por intermedio de una primera sensación y después se iba deshilvanando de qué se trataba la obra. Y se reescribía a sí mismo», describe Misch, quien también destaca el «compromiso estético» del actor. «No tiene obras light. En las últimas que hicimos con él y Norman era difícil la convocatoria, porque no eran un rato de diversión sino una paliza. Jamás lo vi ceder en nada. Rehusó varios cargos ofrecidos. Estaba en los bordes y no se salía. Se quedaba con eso que él decía que era su vida: largos encuentros, largas charlas, algo chiquito, acá, alrededor.» Misch se emociona cuando, al mencionar el árbol de la puesta de Potestad –el mismo de la escenografía de Esperando a Godot– su mirada enfoca, por casualidad o causalidad, en la foto del árbol correntino que custodia las cenizas del homenajeado. «Será Tato», supone.








