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Katy Perry, un “sueño adolescente” consagrado y hecho realidad en la Argentina

La talentosa compositora estadounidense volvió a Buenos Aires en el marco de su gira The Lifetimes Tour. Después del gesto pop que la mostró levantando un cuadro de Eva Perón en la puerta del Faena, hizo lo que mejor sabe: cantar, bailar, interactuar con su público y repasar un repertorio lleno de himnos globales. Pero también dejó algo más: la confirmación de que su vínculo con los fans argentinos es una historia de amor eterna, brillante, y recíproca.

Un término muy popular en los últimos tiempos es el de “pop girlies”: artistas femeninas de música pop, especialmente aquellas que dominan el género en la actualidad y que, por sobre todo, son jóvenes, virales y estéticamente afiladas. En esa categoría entran nombres como Sabrina Carpenter, Chappell Roan y Olivia Rodrigo, y la lista continúa. Pero para los adolescentes de finales de los 2000 y principios de los 2010, las divas eran otras: Rihanna, Lady Gaga, Kesha, Selena Gómez, Miley Cyrus y, por supuesto, Katy Perry. Conocida también como la reina del camp —ese arte que basa su atractivo en el humor, la ironía y la exageración—, la exitosa compositora visitó el país por cuarta vez, esta vez en el marco de su gira The Lifetimes Tour. Y como era de esperarse, con dos shows agotados, este reencuentro con el público argentino quedará para la historia pop local.

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Las citas fueron en el Movistar Arena de Villa Crespo, luego de haber pasado siete años desde su última presentación en Buenos Aires, aquella vez como parte de un festival en el que promocionaba su disco Witness. Pero en este 2025, el regreso fue en nombre del amor: el que profesa su nuevo trabajo, 143, su séptimo álbum de estudio, cuyo título representa la frase “I love you” en lenguaje numérico, y que también coincide con el “número angelical” que Perry considera simbólico. Lo que no dejó lugar a dudas es que el amor es recíproco: entre la artista y los 30.000 asistentes que la acompañaron a lo largo de las dos funciones agotadas, el flechazo pop sigue vigente.

Página/12 estuvo presente en el primero de los shows. Las puertas al público general abrieron a las 19, mientras que el espectáculo principal comenzó pocos minutos antes de las 21:30. Entre medio, el clima era de verbena pop: quienes pusieron música a la espera fueron Plastilina, un dúo de pop alternativo integrado por Paloma Sirvén y Tomás Wicz, jóvenes actores y cantantes que aportaron su talento a un estadio todavía en movimiento.

Foto: Alejandro Leiva.

Mientras algunos se dejaban llevar por los acordes, otros optaban por lo más terrenal: hacer fila para comprar merchandising oficial —remeras, gorras, posters, buzos— o buscar algún refrigerio que bajara la ansiedad. Nadie quería quedarse sin un recuerdo mínimo de una noche especial con una estrella aún más especial.

Y a medida que se acercaba el momento esperado, la marea de katycats —los fanáticos más devotos— comenzó a tomar forma junto con familias enteras, padres, madres, chicos y chicas, todos buscando su asiento ideal en el estadio techado. Sabían que estaban a punto de entrar en un mundo postapocalíptico con estética de videojuego, donde la única heroína posible era Katy Perry en modo final boss, brillante y radiante como siempre.

Los cinco niveles de un mundo postapocalíptico

Iniciado el show, quedó claro que no era un simple concierto sino un concepto completo, con su propia narrativa visual, personajes y niveles de dificultad emocional. El espectáculo se presenta como un videojuego pop postapocalíptico, donde Katy Perry es una heroína “mitad humana, mitad máquina” que se enfrenta a una inteligencia artificial totalitaria conocida como Mainframe.

Una voz en off abre la función explicando la misión: Mainframe ha robado todas las mariposas del mundo y, como si fuera poco, los perros han decidido abandonar su histórica amistad con los humanos para aliarse con los gatos. En este delirio adorable, el planeta solo puede ser salvado por una estrella del pop.

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Foto: Alejandro Leiva.

El viaje se divide en cinco niveles, con una rareza: un nivel 3.5 intermedio que funciona como interludio. El arranque es potente, con temas como “Artificial”, “Chained to the Rhythm”, «Teary Eyes» y el hit global «Dark Horse». La primera aparición de la cantante desató gritos desenfrenados entre los 15.000 asistentes, que venían acumulando energía desde temprano.

En el segundo nivel, la pista ya ardía y llegaron los himnos infalibles: «Woman’s World», «California Gurls», «Teenage Dream», «Hot n Cold», «Last Friday Night (T.G.I.F.)» y, por supuesto, «I Kissed a Girl». Fue ahí donde Perry tomó la palabra y el corazón del estadio«Hay algo especial en Buenos Aires. Hay algo mágico en los argentinos y nunca deberían olvidar eso.»

Y añadió, con tono de justicia pop: “Lo hicimos. Les prometí que iba a venir. Me decían: ‘Las artistas pop no van a Sudamérica, es muy caro, no podrás llevar todo el escenario, vas a perder dinero’. Y yo dije: ‘¿Qué quieren decir? ¡Mis fans más grandes están en Sudamérica!’”

Antes de volver al combate musical, lanzó un cierre cargado de sentimiento: “Desde 2008 estuvieron ahí, porque nos entendemos entre nosotros. El público sudamericano fue mi familia desde el día uno.”

Así, entre neones, glitches, y mariposas perdidas, Katy Perry no solo avanzaba de nivel en su propio show, sino que también desbloqueaba otro en su historia de amor con la Argentina.

La emoción y los sueños cumplidos del nivel 3.5

Flores gigantes, plataformas flotantes, luces caleidoscópicas y un ejército de bailarines con precisión quirúrgica: así se vivió el nivel 3 del show, que brilló por la potencia emocional y visual del powerpop de 143. En ese segmento sonaron “Nirvana”, “Crush”, “I’m His, He’s Mine” y “Wide Awake”, mientras la narrativa de videojuego se volvía más introspectiva y menos distópica, como una pausa entre tanto pixel dramático.

Y entonces llegó el nivel 3.5, una especie de interludio lúdico-electoral-emocional, como si quedara alguna votación pendiente después del domingo. La propuesta era interactiva: el público escaneó un código QR para votar en tiempo real por dos canciones acústicas que Perry cantaría acompañada apenas por su guitarrista y su tecladista. Pero antes, como buena estrella atenta al lugar que pisa, tomó una camiseta argentina, miró al público y entonó unas líneas de “Don’t Cry For Me Argentina”, sin dramatismo forzado, solo una escena sincera de cariño pop que se volvió viral al instante.

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“Los brasileños van a estar muy enojados. Pero todavía no estamos ahí, así que podemos ser del equipo argentino hasta ese momento. No le digan nada a los brasileños”, señaló y todos rieron.

Todo esto sucedía, casualmente, horas después de que Katy Perry levantara en el Hotel Faena un cuadro de Eva Perón, regalo de un fan, justo cuando el peronismo ganaba las elecciones en el PBA. Si no fue realismo mágico, ¿entonces qué fue?

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El momento culminante fue cuando subió al escenario a dos fans elegidos entre la multitud. Primero, Guadalupe, que lucía un cosplay detallado con reminiscencias de la era Smile, y luego Julián, un joven mendocino que años atrás había vencido al cáncer. Ambos, visiblemente conmovidos, balbuceaban entre lágrimas y nerviosismo una mezcla de inglés y español, intentando explicar lo inexplicable: que su ídola los miraba a los ojos y los abrazaba. Todos juntos entonaron «What Makes a Woman», «Never Really Over» y «The One That Got Away».

La emoción fue tan real como pop, tan millennial como eterna, y 3.5 se convirtió en el nivel favorito para quienes fueron con el corazón listo para quebrarse de la alegría.

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Niveles 4 y 5: la consagración pop de Katy Perry en Argentina

El tramo final del espectáculo llegó como debe llegar todo cierre épico: con una explosión de clásicos. Los niveles 4 y 5 incluyeron temas como “E.T.”, “Part of Me”, “Rise”, “Roar”, “Daisies” (en versión remix) y, finalmente, “Lifetimes”, la canción que da nombre a esta gira. Para ese entonces, el estadio era una fiesta absoluta y las voces en estado de incendio emocional.

Pero la verdadera experiencia espiritual pop vino de la mano de “Firework”, el himno definitivo de Perry. Lanzado como uno de los singles más exitosos de Teenage Dream y producido por Stargate —los mismos que trabajaron con Rihanna y Beyoncé—, la canción fue un torbellino de optimismo, catarsis y fuegos artificiales emocionales. En una carrera repleta de guiños irónicos y letras que juegan con lo absurdo, “Firework” brilla como un manifiesto sin disfraces: directo al corazón de quienes alguna vez quisieron sentirse especiales, aunque sea por tres minutos y medio.

Y esa noche, no quedó garganta sana en el Movistar Arena. Cada verso fue un grito de adolescencias pasadas, de sueños todavía vivos, de gente que llegó con 27, 30 o 35 años a reencontrarse con una parte de sí misma. Porque eso fue la gira The Lifetimes Tour en Buenos Aires: un abrazo generacional, y una consagración pop con el corazón argentino latiendo fuerte en el medio.

Así cerró su cuarta visita al país, y quedó claro que lo suyo con el público local ya no es un crush adolescente, sino un romance intercontinental con final abierto.

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Fuente: Pagina12

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