«The Rocky Horror Picture Show» y un legado que cumple 50 años

Este musical romántico dedicado al cine pulp de ciencia ficción y terror de los años ’40 y ’50 todavía es considerado la película de culto por excelencia.
Imaginate esto: estás en un cine, a punto de ver una película llamada The Rocky Horror Picture Show. De repente, el público empieza a gritarle cosas a los actores en pantalla, llamándolos bastardos y zorras. Después, empiezan a volar arroz y cartas alrededor tuyo. Antes de que te des cuenta, todo el mundo está de pie bailando. ¿Hay una fuga de gas acá? No. Esto es solo otra proyección normal de la película de culto por excelencia.
Mejor descrita como un musical romántico dedicado al cine pulp de ciencia ficción y terror de los años ’40 y ’50, Rocky Horror nació en el teatro londinense en 1973, impulsada por el boca a boca y la absoluta locura de su premisa: pocas obras de arte empiezan con dos optimistas suburbanos comprometiéndose al comienzo de la historia, para terminar en una orgía intergaláctica bisexual en una pileta.
Preguntale a cualquier fan de Rocky Horror de qué trata la adaptación cinematográfica de 1975 y vas a obtener una respuesta diferente: explorar la propia sexualidad, la necesidad de expresarse tal como uno es, la importancia de pensarlo dos veces antes de entrar a un castillo transilvano con pinta antigua. El motor ardiente de Rocky Horror es el Dr. Frank-N-Furter, un científico loco vestido con medias de red, collares de perlas y guantes de látex rosa bebé, que seduce a dos ingenuos yankis (Brad, interpretado por Barry Bostwick, y Janet, por Susan Sarandon) con su sex appeal desbordante y su encanto diabólico. En una actuación que marcó su carrera, Tim Curry interpreta al Dr. Frank-N-Furter como un íncubo maquiavélico al estilo David Bowie.
Cincuenta años después de su estreno, Rocky Horror ha ganado adoración global, sobre todo en el circuito de películas de medianoche. Y ningún cine del mundo está más impregnado de sus rituales y tradiciones que el Clinton Street Theater en Portland, Oregón, que ha proyectado la película todas las semanas sin interrupciones desde 1978. “Definitivamente no somos un cine estándar”, dice Aaron Colter, uno de los copropietarios.
Actualmente administrado por un colectivo de seis copropietarios, incluido Colter, el Clinton Street Theater, con capacidad para 300 personas, es uno de los cines en funcionamiento continuo más antiguos de Estados Unidos. Desde su apertura en 1915, pasó por etapas como cine contratado por estudios específicos y, más adelante, como cine solo para adultos. En 1975 empezó a funcionar con propiedad compartida, cuando cinco fanáticos del cine, con espíritu libre y una visión similar, compraron el lugar juntos. Uno de ellos era Lenny Dee. “Pensé que la gente necesitaba un modelo de negocio diferente al que teníamos en ese momento, y las ideas y pasiones que transmite el cine pueden ser algo importante para mostrarle a la gente”, recuerda. “Esas fueron mis dos motivaciones principales.”
Dee fue quien originalmente programó Rocky Horror, y por lo tanto, técnicamente, el creador de la tradición. La vio por primera vez como parte de una doble función junto a Phantom of the Paradise, el musical de terror cómico de Brian De Palma de 1974. “En realidad, esa me gustó más que Rocky Horror, pero no pude conseguir Phantom y terminé con Rocky Horror”, recuerda. “Después, los fans siguieron viniendo.” Eso no quiere decir que Dee no sea fan de la película; estima que la vio más de 300 veces durante sus ocho años de proyección en los ’70 y ’80.
A Rocky Horror le llevó tiempo despegar. Cuando se estrenó en 1975, la película fue un fracaso total, y el crítico Roger Ebert señaló que “prácticamente fue ignorada por todo el mundo”. Menos de un año después, sin embargo, el Waverly Theater de Nueva York decidió programarla como película de medianoche, y fue ahí donde tres docentes —Louis Farese Jr, Theresa Krakauskas y Amy Lazarus— inventaron los accesorios y la interacción con el público que terminarían definiendo la experiencia de ver Rocky Horror en el cine.
Según el libro Midnight Movies del autor J Hoberman, sobre el fenómeno de las películas de culto en horario nocturno, la primera línea de “respuesta” pronunciada en una proyección fue cuando el personaje de Janet (Sarandon) se cubre la cabeza con un diario para protegerse de la lluvia. “¡Comprate un paraguas, tacaña de mierda!”, gritó aparentemente alguien del público. En una entrevista de 1982, Curry reveló que no solo había asistido a una de estas proyecciones participativas, sino que incluso lo echaron porque creían que era un impostor. “Me pareció divertidísimo”, dijo. “La pasé bomba.”
Estas funciones se fueron expandiendo de a poco por todo el país, desde Nueva York hasta Los Ángeles, de San Francisco a Portland. Originalmente, el Clinton Street Theater programó Rocky Horror en 1978 como una más de sus películas semanales de repertorio, pero sorprendió la cantidad de gente que fue. Tres semanas después, probaron proyectarla durante siete días seguidos. “Para entonces, ya sentíamos que algo estaba pasando”, dice Dee. Después, la pasaron a una función de medianoche todos los viernes y sábados, y Portland quedó atrapada por la fiebre de Rocky Horror. Para Halloween de 1979, más de 230 cines en Estados Unidos estaban proyectando la película dos veces por semana en horarios de medianoche.
La tradición continúa hasta hoy, pasando de copropietario en copropietario, con Colter y su equipo como los custodios más recientes. Colter menciona que han tenido fans que viajaron desde lugares tan lejanos como Alemania solo para ver la película en su pantalla. “Se ha convertido en una de las cosas por las que Portland es conocida.”
Las proyecciones también se volvieron verdaderos eventos. Para los recién llegados, están las “Virgin Nights”, medio educativas, organizadas por el cineasta local Thom Hilton y la drag Thee Countess Sinophilia. Ahí, al público se le reparten tarjetas que explican qué decir, cuándo decirlo y cuándo tirar los accesorios provistos. Para quienes ya dominan la mitología de Rocky Horror, hay noches de cabaret, como The Rocky Horror Lavender Show, liderada por la artista Marla Darling. “Todo lo que hacemos es parte de invitar al público al culto de Rocky Horror”, explica Darling. “[Es] esa sensación de entrar a una sociedad secreta de performers y artistas que casi se siente clandestina.” Estos grupos hacen una “shadow cast” de la película, lo que significa que actúan enfrente de la pantalla, imitando los gestos y diálogos que ocurren en la película.
Entonces, ¿por qué The Rocky Horror Picture Show logró construir una comunidad global tan grande de fans? Para Dee, la película es una especie de llamado progresista. “Promueve una forma de ser diferente, más abierta, que va en contra de todo lo que estamos viendo hoy en EE. UU. con el gobierno actual”, dice. “Y creo que eso es importante para mucha gente.”
Esa idea la comparte Darling, que piensa que la queeridad absoluta de la película hoy es más relevante que nunca. “La frase ‘don’t dream it, be it’ de la película parece unificar a todo el mundo, pero especialmente a muchísimas personas queer y trans”, me cuenta. “La idea de que la persona que te imaginás siendo no tiene por qué quedarse en un sueño… Como persona queer, eso me significó muchísimo cuando la escuché por primera vez». Para Colter, lo más importante es el efecto que Rocky Horror tiene en los espectadores jóvenes del cine: parece como si salieran de la función con un peso menos encima. “Poder brindarles un espacio seguro hace que todo lo que hacemos acá valga la pena».
Ver Rocky Horror en un cine lleno y bien ruidoso es, probablemente, la mejor manera de verla, y por eso tanta gente lo sigue haciendo. También es parte del boom actual de los cines de repertorio, con jóvenes que buscan emular las proyecciones teatrales originales que vivieron sus padres o abuelos. “Creo que hay muchas películas que no tienen circulación en el mundo del streaming, que un público cinéfilo necesita ir a ver por sí mismo”, dice Dee. “Eso es realmente importante: para la gente, para los cines y para los realizadores.”
Ya sea en The Nickel Cinema de Londres -que suele agotar funciones de cine de explotación como Brotherhood of Death y I Drink Your Blood– o en las funciones regulares de The Room en el Prince Charles Cinema, el espíritu comunitario e independiente que impulsaron las proyecciones originales de Rocky Horror parece estar más vivo que nunca. Otros cines que siguen un modelo similar al del Clinton Street Theatre también han proyectado recientemente películas que no lograron una buena distribución comercial, como el documental ganador del Oscar No Other Land, sobre la ocupación israelí en Palestina. Es solo una de las tantas formas en que los cines de repertorio y los esfuerzos comunitarios como el del Clinton Street Theatre no solo sirven a quienes asisten, sino que también amplían su comprensión del mundo que los rodea… y el que va más allá.
Para Dee, eso es todo lo que desea para el legado de la institución de Portland. “Estoy feliz de que la gente siga viendo el valor de reunir a todos como comunidad alrededor del cine”, me dice. “Y creo que es un valor que la gente de Portland va a seguir defendiendo por mucho, mucho tiempo.”
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.