Kylie Minogue plantó bandera como triple icono: dance, pop y queer

El show de la diva abarcó dos horas sin desperdicio, quirúrgicamente distribuidas y libidinosamente enfocadas al baile.
En el cierre del tercer acto de su vuelta a Buenos Aires, en la noche del jueves, Kylie Minogue salió de escena para otro cambio de outfit, con sus bailarines ataviados de zoot suit, improvisando una suerte de pasillo de honor. Mientras eso acontecía en el centro del tablado, sus coristas, plantadas en una de las esquinas, alargaron el final de “Where Does the DJ Go?” mechándolo con el estribillo de uno de los grandes one hit wonder del post disco: “Last Night a DJ Saved My Life”, del grupo Indeep. En medio de ese collage informativo, que derivó en un sinfín que tuvo a todo el Movistar Arena subido al descontrol, saltaba la pregunta de hasta qué edad se puede ser una estrella pop. O de cierto tipo de pop, porque lo que estaba ocurriendo cerca del desenlace del show apuntaba más a un encare militante de esa cultura.
Chris Dalla Riva, autor del libro Uncharted Territory, estableció una sugestiva teoría al respecto, en función de lo que denomina la “edad creativa”. Él afirma, basado en el promedio etario que emana de las listas de ventas de discos, que la mayoría de los artistas pop alcanzan su clímax a los 29 años. Esto se va menoscabando al cruzar la barrera de los 30 años, al punto de que al trascender a la siguiente década (si es que sobreviven a la vorágine de la industria musical) se dedican a revisitar y tunear sus éxitos. La hipótesis no es descabellada y en la Argentina sobran los ejemplos. No obstante, en ese sentido, la australiana volvió a demostrar que está más allá del bien y del mal, al alzar en 2024, a los 56 años, el premio Grammy a la “Mejor grabación de dance pop”, de la mano del single “Padam Padam”, con la que inauguró el bis.
El impacto de ese techno pop de impronta bolchevique (no tiene nada que ver con la homónima canción de Edith Piaf, sólo en el hecho de que se trata de una onomatopeya del latido del corazón) fue tan inesperado que superó las expectativas de su intérprete. A tal instancia que hace dos años se tornó en un himno viral del Orgullo, cuyo colectivo jugó de local en el predio de Villa Crespo. El tema además fue el abreboca de Tension (2023), un disco tan fascinante que al año siguiente dio pie para una segunda parte, lo que decantó en la gira (titulada igual que sendos álbumes) que trajo de vuelta a la ciudad a la artista, a 18 años de su anterior paso por los escenarios porteños. A lo largo de dos horas sin desperdicio, quirúrgicamente distribuidas y libidinosamente enfocadas al baile, Minogue ratificó su estatus de triple icono: pop, dance y queer.
Más que representar a una tradición, ella ayudó a hilvanarla, secundado a Cher y a Madonna, quienes, junto a la nativa de Melbourne, constituyen una Santísima Trinidad popera. Y es que no sólo supieron adaptarse al paso del tiempo y al advenimiento de las modas, haciéndolo con un intelecto y una entelequia tan sideral que el tridente terminó imponiendo la tendencia, sino que también le pusieron el cuerpo a la sazón. Pero lo más increíble aún es su capacidad de mimetización. De hecho, de entre los arpegios acid houseros que brotaron de los teclados en varios pasajes del recital, los de “Spinning Around” invocaron al “Vogue”, de Madonna. Tanto así que en las plateas varios elevaron las manos al aire, y emularon ese trazo de la maraña coreográfica patentada en el video de la canción.
La mímesis sucedió en el ocaso del primer segmento del show, que arrancó con el pop electrónico “Lights Camera Action”, de Tension II; enlazado con una reinvención nü disco de “In Your Eyes”, incluida en Fever (2001), álbum que la regresó a la popularidad, luego de que ésta le fuera esquiva en los ’90. Les sucedieron “Get Outta My Way”, techno pop de la década pasada, y el acid house seminal “What Do I Have to Do?”, con la que cerró el popurrí. Mientras los bailarines desaparecían de cuadro para cambiar sus trajes de samurais espaciales por los de flamencos del futuro, la australiana disfrutaba de la ovación y del “olé, olé”. A eso respondió con un “Son increíbles”. La ya mencionada “Spinning Around”, precedida por el dance luminoso “Come Into My World” y la vespertina “Good As Gone”, coronaron el inicio.
Pese a las fragmentaciones que propuso la dinámica del relato, más por un tema estético, poniendo a dialogar lo sonoro con la indumentaria, la actuación nunca se detuvo. Al ausentarse Minogue por primera vez, la batuta la tomó su cuerpo de baile, escoltado por esos músicos siempre en el fondo del tablado y ensombrecidos, ya fuese por las luces o por la pantalla que estaba detrás de ellos. Al volver a escena, la cantante había cambiado ese mameluco distópico ochentoso de cuero rosa por un atuendo berebere rojo, y minutos más tarde se incorporaron sus bailarines vestidos de tuaregs urbanos. Bajo esa estampa, ella cantó “On a Night Like This”, menunje entre nü disco y house, y acto seguido estrenó en vivo el flamante “Last Night I Dreamt I Fell in Love”, EDM para el que la convocó el DJ brasileño Alok.
Tras invocar el pop de los primeros ’90 “Better The Devil You Know”, aunado con un apéndice de otro tema de esa época, el acid house “Shocked”, la artista le preguntó al público si les gustaba salir a bailar, parafraseando un pedazo de la letra de “Dancing”, a manera de preludio de ese country dance. Una vez que retornó a los 2000, tomó impulso para pegar un brinco al pasado remoto, esta vez de la mano del también western electrónico “The Loco-Motion”, apropiación del clásico de Little Eva (que popularizó aún más Carole King) convertida en el éxito que la dio a conocer, en 1987. Al igual que minutos atrás, ella utilizó un disparador para introducir a la canción, en esta ocasión en complicidad con un fan ubicado en primera fila, que tenía en mano una edición de la época del single. Al captarlo, se lo sacó para relatar la historia del single y firmárselo en vivo.
Lo que hasta ese momento había sido un espectáculo tradicional, cargado de hits, baile y trajes, y sin aditivos tecnológicos de última generación, ganó en imaginería y vanguardia. La música aprovechó el final de “The Loco-Motion” para cruzar del escenario principal a uno secundario situado en medio del campo. Arriba, sus bailarines la rodearon para que los vestuaristas entraran en acción, in situ. Cuando la troupe salió de ahí, entró en acción el trío de coristas, al que se sumó el guitarrista (la banda la completaron bajo, batería y teclados). Hicieron el pop “Hold On to Now”, y después recurrieron al a capella para “Dreams”, “Made in Heaven” y una tremenda adaptación de “Where the Wild Roses Grow”, su colaboración con otros australianos universales: Nick Cave & the Bad Seeds.
De vuelta en el tablado principal, Minogue se fue al tras bambalinas con ese carisma que mataba de amor. Aunque retornó hecha una sacerdotisa hi fi, potenciado por su túnica negra. A partir del introspectivo “Confide in Me”, se construyó un espiral dance de abajo hacia arriba, con puntos de inflexión en el sedicioso “Slow”. O más bien su rediseño kraftwerkiano, alcanzando el vértigo con “Timebomb” y afinando el bombo en negra en “Tension”. Gran forma de allanar el camino para una de las grandes arias del dancefloor: “Can’t Get You Out of My Head” (tan excitante como los gemidos de Jane Birkin en “Je t’aime… moi non plus”). Si bien “All The Lovers” fue pensada para volver al eje, reforzada por “Padam Padam”, “In My Arms” y “Love at First Sight”, ya nada pudo cerrar esa Caja de Pandora.