Espectáculos

Daniel Day-Lewis y el dilema de no creer en el valor de su actuación

Mientras en el Reino Unido está por reestrenarse Mi bella lavandería, el intérprete confirmó que actuará en Anemone, un drama familiar coral.

Algún día, si Dios quiere, van a hacer una película sobre el rodaje de Phantom Thread (2017), de Paul Thomas Anderson. Podría ser un documental o una ficción, una tragedia shakespeariana o una comedia absurda, pero nos llevaría detrás de escena en una casona del centro de Londres para mostrar cómo un gran actor perdió las ganas de seguir. El rodaje fue demasiado largo, las condiciones demasiado estresantes y la emoción de actuar ya no estaba más. Cuando terminó su papel como el modisto de alta sociedad Reynolds Woodcock, Daniel Day-Lewis anunció que se bajaba del tren. “Necesito creer en el valor de lo que estoy haciendo”, explicó el actor, que en ese momento tenía 60 años. Y últimamente, agregó, eso ya no venía pasando.

Cuando se supo de la muerte del presidente estadounidense Calvin Coolidge, Dorothy Parker tiró su frase célebre: “¿Y cómo se dieron cuenta?”. Dan ganas de decir lo mismo sobre el retiro de Day-Lewis, teniendo en cuenta lo poco que aparecía en pantalla en la última etapa de su carrera. Desde 2000 hizo apenas siete películas y se dice que después de cada una se replanteaba si seguir. Es la estrella de cine menos estrellada, más frágil y ambivalente de todas. Pero claro, esa contradicción es parte de su aura.

Si no se puede tener una nueva película suya, en el Reino Unido al menos estará la posibilidad de ver una vieja que fue restaurada y reestrenada. Mi bella lavandería (1985) lo muestra como Johnny, un punk neofascista oxigenado que es redimido por el amor de un buen tipo (en este caso, Omar, un excompañero anglo-asiático del colegio). Fue el gran papel que lo puso en el mapa, justo antes de su aparición en Un romance indiscreto (1985), de Merchant-Ivory. Acá aparece tercero en los créditos, camuflado con la escenografía; una pieza más del conjunto, no la figura principal. Dirigida por Stephen Frears con guion de Hanif Kureishi, Mi bella lavandería es un retrato crudo, urgente (y sí, un poco teatral) de los sueños inmigrantes en el sur de Londres bajo el gobierno de Thatcher. Vista desde hoy, es una cápsula del tiempo fascinante. La peli muestra una Inglaterra que ya no existe: donkey jackets, tachos de basura de metal, toldos a rayas en los negocios. Pero también nos deja ver ese mundo perdido de un Day-Lewis pre-fama.

Él sabe cómo lo ve el público: como un “loco de mierda” (palabras de él), volado, entregado al método de actuación al punto de que su preparación es casi tan legendaria como sus actuaciones. El tipo se queda en personaje todo el tiempo, intenta volverse la persona que interpreta. Así que se mantuvo en silla de ruedas durante el rodaje de Mi pie izquierdo (1989), comió como preso para En nombre del padre (1993) y curtió animales en el bosque para El último de los mohicanos (1992). La técnica le rindió frutos: ganó tres Oscar como Mejor Actor (por Mi pie izquierdo, Petróleo sangriento en 2007 y Lincoln en 2012). Pero él mismo reconoce que puede ser una compañía complicada, tanto para su familia como para el equipo de rodaje. Imaginate tener que bancarte a Bill el Carnicero con la mirada clavada mientras comés en el comedor durante Pandillas de Nueva York (2002).

Yo lo conocí una vez, hace años, y me pareció un tipo piola, pensativo, amable, nada de loco. Me explicó que aceptaba tan pocos papeles porque no quería sentir que actuaba por inercia, como un laburo más. También dijo que quedarse en personaje lo ayudaba a mantener la concentración en medio del ritmo caótico de un set. “Así no hay una ruptura cada vez que se apaga la cámara, cada vez que ves los cables, los pilotos con camperas y escuchás el walkie-talkie”. Admitía que probablemente era puro autoengaño, pero a él le funcionaba.

Me pregunto si Phantom Thread fue el punto de quiebre: el rodaje que lo empujó más allá de su límite. Fue la segunda colaboración entre Anderson y Day-Lewis (después de Petróleo sangriento) y contaba la historia oscura, ambientada en los años ’50, de un diseñador controlador y una camarera extranjera de origen humilde (Vicky Krieps). La película es claustrofóbica y el rodaje también lo fue. En marzo de 2017, el equipo se mudó a una casa en Fitzroy Square para un “rodaje invisible”, en el que la locación funcionaba a la vez como escenografía, camarines y depósito. En otros trabajos, Day-Lewis había logrado mantener cierta distancia con la producción. Acá no: se vio atrapado en el papel del obsesivo Reynolds Woodcock, transpirando en primer plano semana tras semana, en pantalla y fuera de ella. El rodaje fue “horrible”, dijo, un “infierno logístico”, y su personaje empezó a caerle mal a todos. “Es difícil trabajar con un equipo que te odia de verdad”, tiró.

Si hay algo para aprender de esta historia de sufrimiento actoral es que ningún método es infalible y todos tienen un límite. Incluso los genios. Incluso los que tienen tres Oscars en la repisa. El ideal de Day-Lewis siempre fue el estado de flow, la inmersión total, esa felicidad de crear sin interrupciones. Pero en esa casa de Phantom Thread de golpe ya no podía dejar de ver los rieles de cámara, los cables, y los técnicos fastidiados. El papel fue un éxito, le valió otra nominación al Oscar. Pero lo esencial -y lo trágico- fue que él ya no lo creía.

El destino de los actores famosos es que incluso el retiro parezca otra actuación más, una pausa dramática con intención. Y Day-Lewis, hay que decirlo, tampoco ayudó mucho. Ya se había retirado antes, entre 1997 y 2001, y ahora acaba de romper su promesa más reciente para actuar en una peli dirigida por su hijo de 26 años. Anemone, así se llama, es un drama familiar coral ambientado en el Reino Unido. Lo acompaña un elenco donde están Sean Bean y Samantha Morton. Puede que lo devuelva al rol de actor secundario, como en los tiempos de Mi bella lavandería.

Es el derecho de todo actor cambiar de opinión. Day-Lewis puede retirarse y des-retirarse todas las veces que quiera. Pero igual, es probable que Anemone termine siendo un suspiro final discreto, más que el inicio de un regreso. Capaz que la peli está buena, capaz que no, pero hasta que se estrene -y probablemente también después- voy a seguir viendo a Phantom Thread como su verdadero saludo final. Tal vez sea incluso su papel definitivo: el que lo atrapó, lo quebró y lo devolvió al mundo real. Reynolds Woodcock termina enfermo y dependiente, prisionero en su casa londinense. Day-Lewis tuvo más suerte. Pudo salir y volver a casa.

De The Independent del Reino Unido. Especial para Página/12.

Fuente: Pagina12

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