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Festival de Cannes 2025: el signo de los tiempos

El cineasta de «Sinónimos» presentó en la Quincena de los Cineastas un film demoledor sobre la sociedad israelí actual, mientras que la autora de «First Cow» confirma una vez más su gran talento. 

Desde Cannes

No hay en todo el Festival de Cannes –que culmina en la noche del sábado- una película más furiosa y radical que Yes, sexto largometraje del cineasta israelí Nadav Lapid (Tel Aviv, 1975), conocido en Buenos Aires primero gracias al Bafici, cuando en 2012 ganó el premio a la mejor dirección del festival porteño por su ópera prima Policeman y luego gracias a los estrenos de las extraordinarias La maestra de kindergarten (2014) y Sinónimos, que le valió el Oso de Oro de la Berlinale 2019. Pese a esos antecedentes, la nueva película de Lapid no está, sin embargo, en la sección oficial sino en la paralela Quincena de los Cineastas, lo que habla, sin duda, del carácter deliberadamente perturbador de su propuesta.

Si ya la obra anterior del director cuestionaba en los más duros términos el nacionalismo a ultranza del estado de Israel –a tal punto de que desde hace un lustro se encuentra radicado en Francia, país al que tampoco dejó de cuestionar en la irreverente Sinónimosen Yes Lapid lleva a un extremo su crítica a la sociedad israelí en su conjunto. Nada ni nadie queda en pie luego de las dos horas y media de película, de una energía, un vértigo y una rabia visceral. “¿Cómo se puede vivir normalmente mientras se perpetúa el horror?”, se pregunta el protagonista de la película, un showman y pianista ocasional a quien las más altas autoridades de su país –una gerontocracia para la cual se prostituye junto a su esposa, bailarina, en unas fiestas de un lujo y una vulgaridad obscenas- le encargan la composición de un nuevo himno que dé cuenta de los pretendidos éxitos del ejército israelí en la franja de Gaza.

“Empecé a pensar en la película antes de los ataques del 7 de octubre de 2023, pero después ya no pudo ser la misma. Ahora era más crucial y urgente que nunca”, reconoció Lapid al finalizar la proyección en el Théâtre Croisette. “Pero casi todos me decían que era imposible hacerla, que no la hiciera, pero yo insistía y decía una y otra vez que sí, que había que hacerla, por eso la película se llama Yes (Ken en hebreo), gracias a los actores, técnicos y productores que tuvieron la valentía de acompañarme”.

Si la primera mitad del film está dedicada a demoler, uno por uno, a todos los “pilares de la sociedad” (como sugiere explíctamente una cita del famoso cuadro expresionista del pintor alemán George Grosz), al ritmo de una frenética tragedia musical, mientras la realidad de la violencia en Gaza llega a los indiferentes paseantes de las playas y parques de Tel Aviv a través de asépticos mensajes de WhatsApp, la segunda parte en cambio adquiere un tono más sereno, pero también más sórdido y sombrío. “Todo está contaminado por esta guerra: las vidas privadas, el arte, el amor”, señaló Lapid, que no se priva de ir con su cámara enloquecida –tanto o más que su protagonista- a la denominada “Colina del amor”, donde algunas familias israelíes van de picnic a presenciar desde allí los bombardeos a Gaza.

El clímax de Yes se anticipa en un febril monólogo de una amiga del protagonista, que describe frenética y minuciosamente -en estado de shock, mientras conduce un auto a toda velocidad, como si quisiera estrellarse- el ataque original de Hamas. Pero en verdad llega a su culminación cuando finalmente el nuevo himno compuesto por el protagonista (el extraordinario Ariel Bronz, dispuesto a todo) se materializa en las voces de un angelical coro de niños que se escucha en todo Tel Aviv a través de la televisión.

“La canción que inspira a mi protagonista es un gran clásico del repertorio israelí, que celebra la hermandad de los hombres durante la guerra de la independencia”, explicó Lapid al periódico Le Monde. “Está adaptado de un poema de Haim Guriy y era el favorito de Yitzhak Rabin, un guerrero que dio su vida por la causa de la paz. Pero que como muestro en la película, se transformó, después del 7 de octubre, en un himno de odio, cantado sobre todo por niños, que pide el exterminio palestino”.

No parece que con Yes Lapid se vaya a ganar demasiados amigos en ningún lado. De hecho, en un momento de la película el pianista cuenta un chiste muy significativo: “Un israelí va a una agencia de viajes y pide un pasaje a cualquier país. La empleada le presta un globo terráqueo y le dice que elija uno. Y el cliente, después de hacerlo girar, le pregunta: ‘¿No tiene otro?’…” Da toda la impresión de que así se siente hoy el cineasta israelí.

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Mientras tanto, en la competencia oficial –donde Un simple accidente, del iraní Jafar Panahi, suena como la fuerte candidata a la Palma de Oro-, la directora estadounidense Kelly Reichardt presentó The Mastermind, un film muy representativo de su obra y por lo tanto mucho más medido que Yes, pero que también da cuenta del signo de los tiempos, a través de una mirada en escorzo. La acción transcurre hacia 1970, en una pequeña ciudad del interior del estado de Massachusetts, pero como en Yes las noticias que llegan por televisión también dan cuenta de que el país ha perdido su brújula moral. Las tropas estadounidenses hacen estragos en Vietnam –no muy diferentes a las masacres que se perpetran hoy en Gaza- y en muchas universidades de todo el país los estudiantes que se resisten a la guerra son reprimidos y perseguidos. Nada muy distinto de lo que sucede hoy durante la administración de Donald Trump, aunque por entonces el presidente era Richard Nixon.

En ese contexto de caos y confusión, que a la apacible localidad de Framingham llega apenas asordinado, un joven padre de familia (esposa, dos hijos), decide sin embargo traspasar una línea, de la que ya no podrá volver, como si algo del Zeitgeist lo impulsara a dar rienda suelta a una pulsión de la que ni siquiera él mismo parece consciente. Se llama JB Mooney (encarnado por Josh O’Connor, el memorable protagonista de La quimera), su obsesión es el arte y está decidido a robar del museo local cuatro pinturas del artista Arthur Dove, considerado un pionero del arte abstracto estadounidense. En esa época, la vigilancia de los museos era tan precaria como escasa (faltaban años para que aparecieran las cámaras de seguridad) y el robo, perpetrado a plena luz del día, parece simple. Pero como suele ocurrir en los mejores films del género –desde los de Jean-Pierre Melville hasta los de los hermanos Safdie- algo falla. En este caso, los cómplices son torpes, no hay demasiados sospechosos a la vista y JB Mooney deja demasiados dedos marcados.

Las artes plásticas como tema central ya estaban en la película inmediatamente anterior de Reichardt, Showing Up, que también pasó por aquí por la competencia de Cannes 2022. Pero ahora la notable cineasta, autora de títulos memorables como Wendy & Lucy (2008) y First Cow (2019) utiliza el arte como excusa para hablar de una época que parece distante pero no es muy distinta a la actual. Más ingenua, sin duda, pero no menos cruel y violenta, incluso para personajes como el bueno de JB Mooney, un inconsciente que apenas quería darse el gusto de poseer unos cuadros que admiraba. Y con los cuales soñaba, quizás, más adelante, salir alguna vez de pobre.

  • Para leer más sobre este tema: Festival de Cannes 2025

Fuente: Pagina12

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