Un nuevo triunfo del «anticorreísmo» en Ecuador

¿El miedo a la continuidad de la derecha neoliberal y a Donald Trump o el miedo a la izquierda y al regreso de Rafael Correa? Esa fue la pregunta central del balotaje del 13 de abril en Ecuador.
Lamentablemente, la sociedad ecuatoriana le dio su apoyo mayoritario a Daniel Noboa por sobre Luisa González (foto), si bien la diferencia de cerca de 12 puntos entre ambos candidatos resulta llamativamente alta, en tanto que agrega sospechas de todo tipo la falta de crecimiento en el volumen de votos de la candidata entre los dos turnos electorales.
Concluido el exitoso ciclo de Rafael Correa, la derecha no habría regresado al poder de no haber sido por la traición de Lenín Moreno, el candidato de izquierda que, ya para fines de 2017, y en poco más de medio año de gobierno, devino en el siniestro ejecutor del establishment ecuatoriano.
Moreno se convirtió así en el responsable del retorno de lo peor de la política local, caracterizada por esa funesta combinación de autoritarismo, ineficiencia y corrupción, tan presente en las reiteradas acusaciones contra Correa, pero que la derecha gobernante no tuvo mayor inconveniente en ostentar desde un primer momento, tal como sería expuesto en los aciagos días de la pandemia del covid 19, entre robos de vacunas, falta de ataúdes y muertos hacinados en las calles.
Para buena parte del exacerbado anticorreísmo, la llegada al poder de Guillermo Lasso representó el regreso del Ecuador a una senda de progreso (para unos pocos) de la que nunca debió apartarse, y que, si lo hizo, fue por culpa de los encantadores de serpientes del populismo y de la izquierda.
Lasso, el articulador de una efímera e improbable alianza de la derecha, el político-banquero de las incontables offshores en los paraísos fiscales del Caribe, dispuso al Estado como parte de su patrimonio personal. Pero descuidó la más simple institucionalidad frente a una oposición cada vez más rearmada y que no dudó a enfrentar al poder central desde la Asamblea.
La amenaza de juicio político y, finalmente, la «muerte cruzada», sellaron el destino y en noviembre de 2023 anticiparon la inexorable salida del empresario que prometía generar millones de puestos de trabajo y que una vez en el gobierno aumentó el desempleo y la precarización laboral.
Por último, Daniel Noboa tuvo casi todo a favor para construir hegemonía: su triunfo en las elecciones presidenciales de 2023 fue también el intento deliberado por erigir una figura joven, heredero de la principal fortuna del país y, por lo tanto, capaz de situarse por encima de los desgastantes conflictos interclasistas que desde siempre habían nutrido a la derecha ecuatoriana.
Su mandato de apenas año y medio, para terminar el período presidencial de su antecesor, estuvo enmarcado en un inusitado aumento de la corrupción y, sobre todo, de la violencia armada. La proliferación de bandas delincuenciales y de presuntas organizaciones terroristas no sólo abrió las puertas a la represión estatal, ahora como «lucha contra la inseguridad»: también confirmó el nuevo lugar del Ecuador como uno de los principales polos de atracción para las redes internacionales del narcotráfico, en la que según varias denuncias también participaría el propio Noboa.
Los pedidos desesperados a Washington inclinaron la balanza a su favor, por lo que el presidente ecuatoriano exhibe ahora su orgullo por ser otro peón más con los que Donald Trump sabe que cuenta en América latina. A cambio, y entre otras medidas, Quito no sólo permitió el libre ingreso de fuerzas de seguridad extranjeras al país, sino que también se comprometió a entregar las islas Galápagos para la instalación de una base militar de los Estados Unidos.
La ratificación de Daniel Noboa en el gobierno marca el rumbo de un Ecuador que prefiere mantener un alineamiento externo sin fisuras de ningún tipo y sin conflicto alguno con un mandatario como Trump, que alardea xenofobia contra los propios ecuatorianos que sobreviven en Estados Unidos con miedo a la deportación inmediata y bajo la presión económica del cese irremediable de las remesas que tanto ayudan a las familias de los inmigrantes.
Contra el más positivo de los pronósticos, Noboa demostró que la derecha ha sido capaz de recrear un bloque histórico encabezado por el sector empresarial y al que han incluido a grupos y actores políticos de distinto pelaje, ilusionados con la «apariencia» brindada por el poder y por el dinero, y con lograr su aceptación para intervenir en la mesa de negociaciones.
Es preciso reconocer que a partir de una idea tan básica y voluble como la del «anticorreísmo», la derecha ha sabido construir hegemonía, es decir, un sentido común en el que todo lo que oliera a progresismo y que tuviera contenido plebeyo fuera inmediatamente neutralizado.
En este proceso, un papel fundamental fue el cumplido por los medios de comunicación, propiedad de capitales externos y de las familias más acaudaladas del país, que no han dudado en establecer un «cerco informativo» mediante la reproducción infinita de discursos clasistas, xenofóbicos y misóginos. Siempre en su cruzada contra el populismo y para que Ecuador no se termine convirtiendo en Venezuela…
El correísmo y la izquierda en general deberán analizar y tomar medidas no sólo frente a las causas de esta nueva derrota: también deberá encausar los reclamos y las denuncias frente a la posibilidad real de un nuevo fraude electoral. Pero, más importante aún, deberá trabajar más fuerte para desarmar el consenso social y político generado por la derecha neoliberal y construir colectivamente una alianza renovada, mucho más amplia, participativa y democrática.