Festival de Marrakech: fiesta en el palacio y en la calle
Lo más llamativo es la cantidad y calidad de los invitados internacionales que forman parte del evento, que este año ofrecerá más de setenta largometrajes de todo el mundo.
Lo primero que llama la atención del visitante primerizo es la potente presencia del Festival Internacional de Cine de Marrakech en las calles, al menos en las zonas de Hivernage y Gueliz, las más chic de la ciudad marroquí, muy cercanas a la Medina, el barrio antiguo y principal centro de atracción turístico del lugar. Los carteles, afiches y stands anuncian la realización del festival, que este año continuará hasta el próximo sábado 7 de diciembre, acaparando la atención visual del transeúnte. Lejos del bullicio y movimiento constante del mercado, lleno de tenderos siempre dispuestos a regatear precios de cualquier clase de mercadería, en las cercanías del elegante Palais des Congrès, centro neurálgico del festival, todo es alfombras rojas, periodistas y curiosos asomados al desarrollo del encuentro cinematográfico. Para el periodista especializado, sin embargo, lo más llamativo es la cantidad y calidad de los invitados internacionales que forman parte del evento, que este año ofrecerá más de setenta largometrajes de todo el mundo.
Luca Guadagnino, el realizador italiano de quien en breve se estrenará en Argentina su última película, Queer, preside un jurado de nueve miembros que incluye a las actrices Virginie Efira y Patricia Arquette, los actores Jacob Elordi y Andrew Garfield, y los realizadores Ali Abbasi y Santiago Mitre. Un combinado de grandes nombres que apenas si le hace sombra a las personalidades que llegarán a Marrakech por estos días a acompañar sus films, recibir un homenaje o simplemente ofrecer una charla pública. El listado pondría verde de envidia a festivales de primer nivel como Cannes, Venecia, Berlín o San Sebastián: David Cronenberg, Sean Penn, Tim Burton, Alfonso Cuarón, Todd Haynes, Justine Triet, Mohammad Rasoulof, Walter Salles, Monica Belucci, François Ozon, Abderrahmane Sissako, y la lista sigue. Demostración del poder de atracción de la ciudad y del festival, acompañado desde luego de un presupuesto acorde, para este encuentro anual que llega a su edición número 21 con las intenciones originales intactas: hacer las veces de puente entre el cine de los países árabes y el del resto del mundo.
Dividido como en recientes ediciones en diversas secciones, el Festival de Marrakech exhibirá catorce largometrajes en su competencia internacional, todas primeras y segundas películas, entre las cuales se cuenta el estreno internacional de La quinta, de la realizadora Silvina Schnicer, luego de su paso por el reciente Festival de Mar del Plata. La de la Schnicer no será la única presencia argentina en el encuentro: más allá de la juraduría del director de Argentina 1985 y La cordillera en esa misma competencia, la sección Proyecciones especiales, que reúne una decena de títulos que tuvieron amplio recorrido festivalero durante los últimos meses, ofrece un par de exhibiciones de El jockey, con la presencia de Luis Ortega y Nahuel Pérez Biscayart, su director y protagonista respectivamente. El catálogo se completa con The 11th Continent, sección dedicada al cine más provocador en términos creativos, una selección de films marroquíes de reciente factura y un programa de largometrajes para el público infantil y joven.
La breve ceremonia de apertura incluyó un clip que condensó escenas de los films en competencia y una presentación formal de cada uno de los jurados oficiales. Fueron ellos mismos, en su idioma materno, los que dieron por inaugurado oficialmente el evento antes de posar para los fotógrafos. Fue el paso previo a la proyección de The Order, del realizador Justin Kurzel, presentada por él mismo y uno de los productores ante el público presente, integrado por personalidades, sponsors, periodistas locales e internacionales y los cineastas Tim Burton y David Cronenberg, sentados en sus respectivas butacas pero convenientemente registrados por las cámaras. Estrenado en el último Festival de Venecia, el largometraje más reciente del realizador australiano es un policial a la vieja usanza, clásico en el desarrollo de la historia y la descripción de personajes, y cuyo dejo trágico tiene un origen real: la caza por parte del FBI de un grupo de supremacistas blancos (hoy se utilizaría el nombre de neonazis) que a mediados de los años 80 cometió varios crímenes en la costa este de los Estados Unidos, entre robos a bancos y camiones de caudales, diversas explosiones en sinagogas y salas de cine porno y el asesinato del abogado y locutor radial Alan Berg.
Basada libremente en el libro de investigación de Kevin Flynn y Gary Gerhardt The Silent Brotherhood, la película encuentra a Jude Law en un papel protagónico atípico: un experimentado investigador del FBI que supo enfrentarse a la mafia italiana y a miembros del KKK que cree que un nuevo destino rural y, por ende, tranquilo, podrá ayudar a rearmar su vida familiar y personal. Nada de eso ocurre, desde luego, y su olfato lo lleva a la punta de un ovillo criminal que lo pone nuevamente en acción. Seco pero sarcástico, su Terry Husk tiene toda la madera del héroe silencioso, un hombre acosado por fantasmas personales y sin miedo a romper una o dos reglas del oficio. A su lado, el joven policía interpretado por Tye Sheridan es casi su antítesis, un hombre de férrea vida familiar acostumbrado al trabajo de oficina y a “atrapar pescadores sin licencia”, como bromea su jefe en la comisaria, y a quien la vorágine del nuevo compañero lo lleva a tensar al límite su tranquila vida de agente pueblerino.
Kurzel utiliza las estrategias de la buddy movie en su vertiente dramática pero no cae en las trampas de sus lugares comunes. El resultado en un film siempre tenso, serio cuando pone de relieve el surgimiento de grupos racistas y xenófobos y la fácil circulación de las armas de fuego en la sociedad estadounidense, pero al mismo tiempo atractivo cuando las balas comienzan a volar. Hay incluso un guiño a clásicos como Contacto en Francia durante una persecución automovilística y una perturbadora construcción del villano, el joven de ojos azules como el cielo y rostro angelical encarnado por Nicholas Hoult, el constructor del grupo supremacista devenido en terrorista en cuatro simples pasos. Una película al mismo tiempo compleja y transparente, la clase ideal de título de apertura para un festival de estas características.