sábado, 21 de septiembre de 2024
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Byung-Chul Han exhibe su faceta más positiva y luminosa

 

El autor de La sociedad del cansancio apunta al diseño de una «política de la esperanza», que no es individual, sino que abarca a un «nosotros», y es, para él, el único «fermento» posible para una revolución. Propone luchar contra «el fantasma del miedo». El libro llegará a las librerías porteñas la semana que viene. 

Byung-Chul Han acostumbró a sus lectores al retrato de las zonas más sórdidas de la sociedad y la subjetividad contemporáneas, siempre con una fuerte crítica al régimen neoliberal como marco y causa. Su principal aporte al pensamiento de las últimas décadas seguramente sea el análisis del individuo autoexplotado, plasmado en el ya clásico La sociedad del cansancio. La compulsión hacia el rendimiento, la aparición de un habitante voluntario del panóptico digital, la erosión de las relaciones humanas son otros de los temas centrales de sus ensayos. Pero su último libro es distinto. Una suerte de lado B de los anteriores, en el que el coreano exhibe una faceta más positiva y luminosa en relación a todo aquello que viene señalando. Y esto es así ya desde el título: El espíritu de la esperanza. Publicado en la Argentina por Herder, llegará a las librerías la próxima semana.

El comunicado de prensa que anuncia la publicación advierte de «un cambio de rumbo en la filosofía de Byung-Chul Han«, «una verdadera superación hacia una alentadora visión del hombre». Es un cambio de fondo y, en parte, de forma. Si bien el libro es breve y directo como todos los anteriores -sólo 140 páginas- incorpora la novedad de ilustraciones de Anselm Kiefer que brotan entre el texto, elegidas en conjunto con el filósofo. 

El mismo autor que hace no tanto polemizaba con Antonio Negri respecto a la posibilidad de una revolución -por supuesto, era algo que Han veía inviable en un clima en el cual el poder se presenta como seductor y los trabajadores, aislados, se explotan a sí mismos- encuentra en un término silvestre, a priori poco académico y denostado por gran parte de la tradición filosófica la salida del laberinto. «Contra la sociedad del miedo» -tal el subtítulo del ensayo- se puede erigir la «esperanza». Valga la redundancia: Han pone todas sus esperanzas en la esperanza. Dota de nuevos sentidos a una palabra gastada, más fácil de asociar a técnicas de moda actualmente como el coaching ontológico que a la filosofía. Y aunque un halo místico recorre estas páginas como es habitual en su pensamiento -a tono con su origen oriental-, su intención final es el diseño de una «política de la esperanza». La esperanza no es individual, abarca a un nosotros, y es, para él, el único «fermento» posible para una revolución

Merodea el fantasma del miedo. Permanentemente nos vemos abocados a escenarios apocalípticos como la pandemia, la guerra mundial o las catástrofes climáticas: desastres que continuamente nos hacen pensar en el fin del mundo o en el final de la civilización humana»: el libro comienza pintando el paisaje. Padecemos una «crisis múltiple»; miramos «angustiados a un futuro tétrico». Aquí Han retoma dos conceptos previos: el de la vida reducida a mera supervivencia y el de la autoexplotación. El miedo es estructural porque el régimen neoliberal es, en sí, un régimen de miedo. Hay una pandemia de miedo. «Se ha difundido un clima de miedo que mata a todo germen de esperanza. El miedo crea un ambiente depresivo. Los sentimientos de angustia y resentimiento empujan a la gente a adherirse a los populismos de derechas. Atizan el odio. Acarrean pérdida de solidaridad, de cordialidad y de empatía. El aumento del miedo y del resentimiento provoca el embrutecimiento de toda la sociedad y, en definitiva, acaba siendo una amenaza para la democracia.”

Etimológicamente «esperanza» significa «mirar a lo lejos, mirar al futuro». Sólo ella -que es un «temple anímico», una «actitud espiritual»– «nos permitiría recuperar una vida en la que vivir sea más que sobrevivir. Ella despliega todo un horizonte de sentido, capaz de reanimar y alentar a la vida. Ella nos regala el futuro», escribe Han. Esta actitud, a diferencia del miedo -«incapaz de narrar»- ofrece posibilidades narrativas y, así, crea sentido. 

El filósofo está convencido de que «la esperanza más íntima nace de la desesperación más profunda». Es parecida a la fe y está por fuera de lo intramundano, en el plano de la trascendencia. Se diferencia del deseo, la expectativa, el optimismo, el pensamiento positivo y la psicología positiva por distintas razones: no se posa en nada concreto, no tiene que ver con el ego, existe más allá de los resultados y no da la espalda a las negatividades de la vida. «El sujeto de la esperanza es un nosotros», asegura el autor, tras citar al dramaturgo y filósofo francés Gabriel Marcel («pensando en nosotros, he puesto mis esperanzas en ti»).

«(…) Se necesita una política de la esperanza que venza el clima y el régimen de miedo creando una atmósfera de esperanza», propone. «A base de miedo no se crea ninguna comunidad, ningún nosotros. La esperanza, en cambio, conlleva la dimensión del nosotros (…). Es el fermento de la revolución, el catalizador de lo nuevo. En cambio, no existe la revolución del miedo. Quien tiene miedo se somete al poder (…). Que hoy no sea posible la revolución se debe a que no podemos albergar esperanzas», explica. En este pasaje ocurre lo mismo que con otros de sus libros: el punto débil de Han se manifiesta cada vez que hay una propuesta. No da detalles. No dice cómo.  ¿Cómo se construiría la tan necesaria política de la esperanza, tratándose de un temple y no de una virtud que podría enseñarse o aprenderse?

Varios artistas, figuras de la política y, por supuesto, filósofos, han hablado bien o mal de la esperanza. El capítulo 2 del libro es un entretenido concierto de voces con las que Han discute o acuerda. El principal problema es que «desde la Antigüedad» se consideró a la esperanza como «opuesta a la acción». Pese a que no pertenece a la esfera de la vita activa, Han cree que es un estado que produce una «síntesis muy fecunda entre la vita activa y la vita contemplativa».

Camus la definió como «evasión mortal» y la equiparó a la resignación. Spinoza la consideró irracional. Arendt, a quien Han admira, nunca la investigó expresamente ni le atribuyó un papel constitutivo de la acción. Heidegger «desconoció el futuro como horizonte abierto a nuevas e insospechadas posibilidades». Algunos aliados de Han en su tesis son Erich Fromm -quien ha escrito que «tener esperanza significa estar dispuesto en todo momento a algo que aún no ha nacido»- y Nietzsche -quien la asemejó a un embarazo, porque implica estar preparado para el nacimiento de lo nuevo-. En distintos momentos hay citas de Ernst Bloch. Un pasaje de una entrevista a Václav Havel, expresidente checo y dramaturgo, parece haber sido absolutamente inspirador para el pensador.

Después del segundo capítulo -son cuatro en total- el libro pierde su fuerza. Hay una pequeña reflexión sobre la inteligencia artificial, muchas citas para aludir a los vínculos entre el amor, el conocimiento y el pensamiento, planteos sobre el soñar despierto, y un final con una profundización de la crítica a Heidegger, por haber puesto a la angustia en el centro de la existencia en el famoso Ser y tiempo, y la pregunta de cómo hubiese sido una «analítica existencial» con base en la esperanza. Si pensáramos a este libro como una música, podríamos decir que está escrito en tonos mayores, a diferencia de los anteriores. Resulta difícil no sentir la falta -por más que no sea del todo constructiva- de la oscuridad descriptiva de Han, que produce identificación en un clima precisamente tan oscuro.

Fuente: Pagina12

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