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Ricardo Preve: «El 99 por ciento de los inmigrantes es gente honesta»

La película que se estrena este jueves en el Gaumont pone el foco en la realidad cada vez más difícil de los migrantes, más allá de su país de residencia.

En 1976 Ricardo Preve tomó dos pequeños barcos a vela -de Buenos Aires a Africa, y de Africa a Estados Unidos- sin visa, pasaporte ni dinero y con un pésimo inglés, y se convirtió en inmigrante. Se instaló en Charlottesville, Virginia, donde tenía familiares, la misma ciudad donde transcurre su último film: Algún día, en algún lugar. El documental está centrado en historias de migrantes latinos. Plasma, en palabras del cineasta, «una mirada retrospectiva»: «los inmigrantes en Estados Unidos son recibidos con mucha discriminación y racismo», en «contraste con un pasado abierto y hospitalario que ya no existe más».

El largometraje, íntegramente en blanco y negro, pone en primer plano historias de inmigrantes -oriundos de México, El Salvador, Guatemala, Argentina y Colombia– que escapan a Estados Unidos debido al cambio climático, la violencia del narcotráfico y/o la pobreza. Cuenta con la participación de abogados, médicos, activistas, profesores y policías, locales y extranjeros. Estrenada en Charlottesville en el marco de un festival, en medio de una «avalancha de amenazas, mensajes de odio y llamados a la protesta por varios grupos de extrema derecha» y protección policial, Algún día, en algún lugar se podrá ver este jueves en el Gaumont (a las 20.15, Avenida Rivadavia 1635) y más adelante en el Cosmos.

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Dividida en actos, la película despliega diferentes ejes: las razones de la inmigración, la traumática llegada, los desafíos de vivir como persona indocumentada, el temor a la deportación, la detención incluso de menores que deben presentarse ante la Justicia, la explotación laboral, la exclusión social y la lucha por obtener derechos. También da lugar a la esperanza. El enfoque es más artístico que informativo. No hay, por ejemplo, graphs que expliciten datos y se filtran constantemente escenas de la película Las uvas de la ira, de 1940 -conocida también como Las viñas de la ira-, dirigida por John Ford y protagonizada por Henry Fonda. Un historiador cinematográfico, Kevin Hagopian, explica la relación de este film -que aborda, también, la temática de la immigración- con el presente.

«Todo el equipo de filmación estaba integrado por argentinos. Al principio algunas personas que iban a participar tenían miedo de que se tratara de una operación encubierta de Migraciones o la policía. Pero cuando nos escucharon hablar en nuestro acento se dieron cuenta de que éramos inofensivos, lo que nos permitió trabajar con ellos», cuenta Preve, que vive entre Estados Unidos y Argentina. Formado como ingeniero agrónomo, comenzó su carrera en cine en 2001. «El hecho de que yo sea migrante y que todos seamos gente latinoamericana ayudó a hacer el documental. Un estadounidense no hubiera podido penetrar tan fácilmente. A todos les ofrecimos esconder sus identidades, pero la mayoría dijo que no: ‘no nos van a echar porque nos necesitan'», completa el director.

-¿Qué te motivó a hacer este documental?

-Mi bronca contra la hipocresía. Pensamos incorporar esta palabra al título. Lo que disparó el documental fue ver, no solo en Estados Unidos sino también en otros países, la hipocresía, ya que los políticos dicen que los inmigrantes son violadores, asesinos, narcotráficos, criminales, y que hay que echarlos a todos, porque «nos vienen a robar los trabajos» y después todos dicen «estoy con hambre, me quiero ir a comer una pizza». Y la hace el inmigrante. El 99 por ciento de los inmigrantes, en todos los países del mundo, es gente honesta que hace los trabajos que los demás no quieren hacer. Y muchas veces son abusados y explotados. Les dicen que van a cobrar el viernes y no les pagan. Y también les dicen «si no te gusta, ¿por qué no llamás a Migraciones?» Ese doble discurso es el germen, el carozo intelectual de por qué quise hacer el documental.

-¿Cómo llegás a la temática?

-Un poco por mi propia experiencia. Pero en la época en que me exilié era muy distinto, no había casi latinos o hispanos en Virginia. Puedo decir que nunca me discriminaron, por el contrario: era una sociedad muy abierta, me dieron becas, me recibí de ingeniero agrónomo un sábado y el lunes estaba laburando. De a poco eso fue cambiando. Diría que, quizá, dos hitos en la historia cambiaron la percepción de Estados Unidos hacia los inmigrantes: el 11 de septiembre de 2001, cuando muchos americanos empezaron a ver a los extranjeros como enemigos peligrosos, sobre todo si no son de origen europeo. El segundo evento, casi diez años después, ocurrió el 6 de enero de 2021, cuando partidarios de Trump tomaron por asalto el Congreso y casi lograron dar un golpe de Estado. Creo que esos dos eventos cambiaron ese país de lo que era cuando llegué yo hasta hoy. Todo esto me llevó a reflexionar sobre lo que fue ser migrante en aquella época y lo mucho más difícil que debe ser serlo hoy.

-¿Qué resonancias creés que puede tener el documental en Argentina?

-Alguna información ya tenemos. Hay, por lo menos, una docena de ONGs que confirmó su participación en el evento del jueves. Hace un mes estuve en el Instituto Superior de Cine y Artes Audiovisuales, de la ciudad de Santa Fe. Me pidieron que diera una charla a los alumnos. Había dos o tres chicas venezolanas que me abrazaron y agradecieron y me dijeron que la película era muy relevante para ellas porque habían pasado por algunas de las situaciones que muestra. Lo que me gusta del cine es abordar temáticas grandes a través de pequeñas historias. Si bien mi película habla de diez, doce inmigrantes hispanos en Estados Unidos, sus vivencias son las mismas que las de un chico de Camerún que termina en Francia o las de un señor anciano de Siria que termina en Grecia o las de una persona de Venezuela o Bolivia que viene a Argentina. Hay hilos en común. Va a tener una resonancia tanto en aquellos que han emigrado como en aquellos que los recibimos.

-¿Por qué la decisión de hacer un documental más artístico que informativo?

-Odio los documentales didácticos, enunciativos, enumerativos, la maestra ciruela o la historia Billiken, por eso se hicieron algunas elecciones estéticas. Se usó una máquina llamada, en inglés, interrotron, en la cual tenés esencialmente dos monitores. El entrevistado me ve en el monitor. Es una forma de que las personas que no son actores no tengan miedo y hablen a la cámara. Fue el primer documental que hice no sentado al lado de la cámara, sino con los inmigrantes hablando a cámara. Quería que le hablaran en la cara a la gente, como diciendo «mirá, esto es lo que está pasando, no te vas a escapar, te hablo a vos». La otra cosa fue la elección del blanco y negro, porque queríamos dar un mensaje duro. No queríamos que una puesta de sol, el azul de un lago o el verde de los árboles distrajeran del mensaje que esta gente tiene que dar. Además hicimos un paralelo con Las viñas de la ira, que tiene como héroes a los migrantes que se van del centro de los Estados Unidos a California por lo que hoy llamaríamos el cambio climático. Me llamó mucho la atención cómo las historias de los inmigrantes latinoamericanos que hoy cruzan la frontera de Estados Unidos son idénticas a las de estos inmigrantes de los años ’30; sin embargo, aquellos inmigrantes en la iconografía estadounidense son héroes. Si a alguno le cambiás el apellido, si es Rodríguez y es salvadoreño, es un criminal. Me gusta mucho, estéticamente, confundir. Me gustó empatar la película de Ford con la realidad actual, y al tener todo en blanco y negro me pareció una forma de unificar el mensaje.

Fuente: Pagina12

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