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La sucesión de Don Corleone: la historia de la escena clave de «El Padrino»

El director F. F. Coppola enfrentó un desafío al adaptar la novela de Mario Puzo y recurrió al experto en guiones. El resultado es una secuencia formidable entre Al Pacino y Marlon Brando que explora las complejas relaciones entre padre e hijo, en el contexto del crimen organizado, la familia y la política.

¿Los genios dudan? Uno no imagina momentos así, pero estamos en 1971 y el creador de Apocalypse Now, La conversación y Drácula, entre otras obras maestras, vacila. Francis Ford Coppola no puede avanzar con la filmación de El Padrino. En las casi 500 páginas de la novela de Mario Puzo, que él mismo había adaptado (y por la cual ganaría un premio Óscar), falta algo esencial.

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El libro no explica la sucesión familiar y la transición de poder, entre Michael (Al Pacino) y Don Corleone (Marlon Brando). Fue entonces cuando Coppola decidió llamar a un viejo amigo.

Robert Towne, uno de los guionistas más destacados de lo que se conoció como el Nuevo Hollywood de los años 70, y quien falleció el 3 de julio a los 89 años, fue el encargado de aquella propuesta que no pudo rechazar.

Robert Towne, doctor en guiones

A comienzos de los 70 Robert Towne ya era un «script doctor», o experto en la curación de guiones. Su paso por la factoría de películas B de Roger Corman, donde había conocido a Coppola como director, su experiencia en televisión (con textos para El agente de CIPOL), y su trabajo en escenas clave del éxito Bonnie and Clyde unos años antes, lo habían convertido en un experto en la reescritura, corrección y diálogos.

Los estudios de Hollywood, siguiendo la analogía con el juramento de Hipócrates, aún  trataban de «hacer el menor daño posible» a un libreto ajeno, especialmente si tenía puntos débiles o regulares. Mejorar libretos sin que se notara una intervención externa. Sin embargo, con El Padrino, la situación podía ser más grave, no se necesitaba solo una receta o una inyección narrativa sino toda una secuencia extensa que explicara el traspaso de poder de un padre a un hijo.

Michael, Al Pacino, mira a su padre.

«A Brando no se le entiende y Pacino es muy bajito»

Cuando Towne llegó al estudio de Paramount en Nueva York, las cosas no estaban del todo bien en lo que hoy se considera una de las mejores películas de la historia.

«Los ejecutivos de Paramount decían que no se entendía a Marlon Brando cuando hablaba, que al delgado ‘chico’ que interpretaba a Michael Corleone le faltaba carisma y hasta altura. Y aborrecieron la dirección fotográfica de Gordon Willis», dijo Towne en 2014 al recibir el Doctorado Honorario en Bellas Artes de la AFI, el Instituto Estadounidense del Cine.

Coppola organizó una función privada para él, mostrándole cuatro horas de avances de lo filmado. A Towne le pareció «el mejor material que había visto en mi vida». A pesar de esto, fue su escena la que impulsó su carrera y se convirtió en una de las más memorables de la película. Un desafío tan simple como complejo: una conversación entre padre e hijo.

El «monólogo» de Michael Corleone: la escena del restaurante

Es difícil destacar una escena en particular dentro de una película repleta de escenas formidables. Desde el inicio con la boda, los favores pedidos al Don, la matanza de Sonny, el montaje paralelo del bautizo y la matanza de las otras familias, el matrimonio en Italia, el asesinato de Luca Brasi, cualquier escena con el actor John Cazale… Sin embargo, hay una escena que, por su sutileza y su ritmo casi silencioso, parece anticiparse y conectar con las ideas de Towne.

No es un diálogo. Y si lo fuera, sería uno del personaje de Al Pacino consigo mismo. O un monólogo sin palabras. La secuencia del restaurante, donde Michael enfrenta sus propios temores y su conciencia. Pasando de ser un héroe de guerra inmaculado en una familia ya manchada por el crimen, a un asesino a cara descubierta de jefes de la policía y mafiosos. Es la paradoja de una voz en off pero silente. La más poderosa en la historia del cine.

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El diálogo entre Michael y Don Corleone: atardecer en el jardín del bien y el mal

El uso del sonido exterior narra ese momento clave de la escena, donde todo es sonido y furia. En palabras del crítico cultural Federico Monjeau: «Un ruido que es como una mezcla de trenes y máquinas de café parece surgir de su cabeza, intensificado por la acción del personaje al llevarse las manos a la cabeza y alisarse el pelo. El ruido desaparece cuando Michael sale del baño, toma asiento y pasan unos segundos hasta que reaparece en un crescendo que culmina con los disparos y el baño de sangre

El diálogo entre Michael y Don Corleone: atardecer en el jardín del bien y el mal

Luego de ver los avances que Coppola le mostró, Towne escribió esa misma noche, hasta las 4 de la mañana, la escena hoy famosa. Sabía que debía ser un acto amoroso final de un padre a un hijo (y simbolizado por el beso en la mejilla de Don a Michael).

Aunque Towne la escribió bajo presión, toda la escena parece una clase magistral de guion. Se desarrolla en un jardín iluminado por la luz del día pero con tonos grises y colores apagados, donde padre e hijo conversan sobre la posible muerte del segundo, la familia, el vino y quién podría ser el primer traidor. El plano cerrado, casi claustrofóbico, subraya la confianza y la tensión de la conversación, así como la transferencia de poder.

Brando le da consejos. Pacino le responde que ya tomó todos los resguardos. Uno parece frágil y un tanto desmemoriado, con una mirada que no se dirige a los ojos de su hijo. Las ropas oscuras denotan madurez y cercanía con lo fatal. El otro, con una camisa blanca, lo mira directamente a los ojos y escucha. Es un Rey Lear compactado en tres minutos, donde el hijo se convierte en padre y uno de los hermanos llega a ser  heredero sin competencia.

 – «Yo deseaba otra cosa para ti… ‘Senador Corleone, Gobernador Corleone'», se lamenta Vito Corleone

– «Ya llegaremos, ‘pá’, ya llegaremos», le responde el nuevo Don

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Michael, desplomado en la silla del jardín, lleva el peso de la familia

Y no se reclina en la silla del patio, sino que más bien cae o se hunde, soportando todo el peso de la palabra «familia». La carga de la sucesión y la herencia lo aplasta mientras mira hacia el cielo, en una escena que prefigura el drama político, familiar y fraternal de las sucesivas entregas de la saga.

Pocas veces en el cine o la música (como en Buscando a Nemo y Llámame por tu nombre en la relación entre Elio y su padre, buenas excepciones, o la incomprensión mutua en «Father and Son» de Cat Stevens) se ha logrado la doble dificultad de expresar tanto una muestra de afecto entre dos hombres como entre padre e hijo.

El guionista consumado de Barrio Chino a Mad Men

Francis Ford Coppola mencionó a Robert Towne en su discurso de aceptación del Oscar al Mejor Guión Adaptado en 1973 agradeciéndole por escribir una escena «muy hermosa». «Esa fue de Bob Towne», dijo.

Towne ganó un Oscar al Mejor Guión Original por Barrio Chino, dirigida por Roman Polanski. Un libreto que se convirtió en una leyenda entre críticos, cineastas y escuelas de cine, citado como uno de los mejores ejemplos de escritura para el cine.

Entre sus numerosos logros destacados, Towne escribió varios éxitos para Warren Beatty como Shampoo y The Parallax View, además de las primeras dos entregas de la saga Misión Imposible. También trabajó como script doctor en películas como La caza al octubre rojo, Reds, Maratón de la muerte y Búsqueda frenética, también de Polanski. En sus últimos años de actividad, fue consultor para la serie Mad Men.

No es de extrañar que cuando Coppola le otorgó el galardón de la AFI, lo llamara «Un mentor, alguien a quien admirar. Compañero de habitación de Jack Nicholson, musa de Warren Beatty y mía, además de ser el impulsor de películas de acción para Tom Cruise. Robert, sos el guionista consumado, un hábil doctor de guiones y un director celebrado, un artista cuyo nombre denota calidad e integridad, y cuya voz es variada pero cuya marca es indeleble.» 

Los genios no dudan.

El Padrino I está disponible en Netflix.

Fuente: Pagina12

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