Joaquín Sabina en un regreso por ‘Calle Melancolía’
Joaquín Sabina regresó en la noche del pasado domingo a la Argentina para comenzar la larga serie de recitales del tramo local de la imponente gira “Contra todo pronóstico” colmando el estadio porteña Movistar Arena y proponiendo un repaso por algunos de sus éxitos sin poder disimular el aire melancólico de un encuentro que, se presume, será de los últimos.
A los 74 años y tras haber atravesado no pocos problemas de salud, el trovador español, uno de los más populares y queridos en Iberoamérica, procuró hacer equilibrio entre la autoreferencia, el personaje canalla que asumió con esmero y algunas canciones que marcaron época y siguen siendo gemas del repertorio contemporáneo.
Sin embargo, en ese compendio, a Sabina no lo acompañaron ni la voz más cascada que siempre, ni una banda electrificada por demás, ni un sonido metálico que, en lugar de entregarle volumen al concierto, pareció construir una barrera temporal entre lo que sucedía en el escenario y el gentío que pobló el recinto del barrio porteño de Villa Crespo.
“Quería volver a mi Buenos Aires querido porque las historias de amor no se explican con la cabeza sino con el corazón. Anduvimos ya por muchas ciudades, pero sólo al pisar Ezeiza me siento en casa”
A seis años de sus últimas presentaciones en solitario (en ese lapso supo volver en yunta, a fines de 2019, con Joan Manuel Serrat) el artista recibió constantes muestras de afecto desde que a las 21.10, enfundado en un saco blanquinegro y con un bombín esta vez claro, salió a escena para entonar “Cuando era más joven”, en medio del cual saludó con un “buenas noches” y le respondió una ovación salpicada de aplausos.
“Quería volver a mi Buenos Aires querido porque las historias de amor no se explican con la cabeza sino con el corazón. Anduvimos ya por muchas ciudades, pero sólo al pisar Ezeiza me siento en casa”, dijo cultivando un tipo de piropo que la audiencia celebró aunque no sea cierto.
Casi sin abandonar una banqueta alta –salvo para trasladarse a otra silla en unas modestas ambientaciones intimistas con la pirotécnica vocalista Tamara Barros, encargada de los coros- Joaquín no maquilló la fragilidad que lo habita.
En esa confesión de partes entregó los personalísimos y sentidos testimonios de “Sintiéndolo mucho” (“Siempre he querido envejecer sin dignidad/Aunque al fusil ya no le quede ni un cartucho/Si el corazón no rima con la realidad/Cambio de rumbo, sintiéndolo mucho”) que también da título al documental de Fernando León de Aranoa que el jueves llegará a cines locales y “Lo niego todo” (“Si me cuentas mi vida/Lo niego todo”).
Pero fue con la más ligera “Mentiras piadosas” que la gente se eyectó de sus lugares expresando su necesidad de reponer al Sabina incorrecto y excesivo, una sensación que se extendió a la menos conocida “Lágrimas de mármol” (“Superviviente, sí, ¡maldita sea!/Nunca me cansaré de celebrarlo/Antes de que destruya la marea/Las huellas de mis lágrimas de mármol/Si me tocó bailar con la más fea/Viví para cantarlo”).
Después de “Cuando aprieta el frío” dedicó a la artista plástica argentina y exagente de prensa Jorgela Argañaraz una versión de la magnífica “Con la frente marchita”, pero el autoimpuesto clima de fiesta retornó con “El boulevard de los sueños rotos” (con Chavela Vargas y José Alfredo Jiménez dominando la inmensa pantalla a espaldas del tablado) y “Llueve sobre mojado”.
Ya por entonces resultó evidente que el sonido sin matices no tendría resolución y, tal vez por ello, el elenco musical (Antonio García de Diego en arreglos, teclados, guitarra y armónica; Jaime Asua Abasolo y Montenegro Borja en guitarras; Josemi Sagasti en saxo y percusión; Pedro Barceló en batería; la argentina Laura Gómez Palma en bajo; y Tamara Barros en coros) lució modesto.
A las 22 anunció que “hay dos de las antiguas canciones que se me atragantan y no puedo hacerlas como querría, pero vuelvo enseguida” y Barros se encargó de «Yo quiero ser una chica Almodóvar» llevada al music hall y el histórico ladero García de Diego encabezó una versión de la notable «La canción más hermosa del mundo» a la que Sabina se sumó en la última estrofa.
Ese momento más íntimo donde palabras y melodías mostraron el maridaje perfecto que el español supo amalgamar, extendió el mejor segmento de la velada con «Tan joven y tan viejo», «A la orilla de la chimenea», el estupendo soneto “Alrededor no hay nada” y “Una canción para La Magdalena”.
En busca de otros climas, el programa continuó con «19 días y 500 noches», recién entonces y con una guitarra electroacústica blanca y negra entre las manos se lo oyó tocar en «Peces de ciudad» y compartió con una soberbia interpretación de Barros el clásico “Y sin embargo te quiero” que la multitud acompañó motivando otro mimo de Joaquín con la expresión “Gracias, gracias, gracias. ¡Qué pedazo de coro!”
Una frenética y brumosa visita a «Princesa» ofició de aparente broche, pero en los bises hubo una olvidable versión de «El caso de la rubia platino» cantada por Asua Abasolo y Sabina volvió todo de negro para encabezar «Contigo», una combinación entre «Noches de boda» con «Y nos dieron las 10» y «Pastillas para no soñar».
A las 23.15 y antes de que una música atronadora saliera de los parlantes confirmando el final del espectáculo, el músico se despidió diciendo: “Qué maravilla estar aquí con vosotros. Hasta siempre”.
El paso argentino de “Contra todo pronóstico” tiene otras cinco noches porteñas (las del 15, 21, 23, 25 y 27), el 18 llegará al Estadio Mario Alberto Kempes de la ciudad de Córdoba, con localidades agotadas, y culminará el martes 29 en el Autódromo Municipal de Rosario.