Gran trabajo de Luis Machín en ‘La última sesión de Freud’
«La última sesión de Freud», del estadounidense Mark St. Germain, en versión de Daniel Veronese, quien también la dirige en la sala Picadero, le permite a Luis Machín confirmarse como primera figura de la escena argentina luego de una persistente trayectoria que comenzó en su Rosario natal y siguió luego a través del teatro porteño, la televisión y el cine.
Durante un tiempo Machín fue una excelente contrafigura de protagonistas poderosos -como Julio Chávez en la película «Un oso rojo» o Jorge Suárez en la primera versión de esta misma obra, estrenada hace una década- pero aquel muchacho que cobró notoriedad desde el aviso de una cerveza «con tapa a rosca» recorrió un largo camino en las tablas y en las pantallas, incluidos un premio Martín Fierro por «Padre Coraje» y numerosas nominaciones en distintas categorías y formatos.
Su más o menos reciente monólogo de «El mar de noche», firmado por Santiago Loza pero veladamente inspirado en «Muerte en Venecia», de Thomas Mann, es una muestra de las alturas a las que su arte puede llegar.
De qué trata la obra
La obra de Mark St. Germain dirigida por Veronese propone un improbable encuentro entre el neurólogo austríaco y C.S. Lewis (Javier Lorenzo), autor de «Crónicas de Narnia» -aunque en esta versión no se hace mención a esa novela-, miembro del grupo «Inklings», formados por escritores y académicos, y ex ateo convertido al catolicismo gracias a las lecturas de G.K. Chesterton.
La cita es el departamento y consultorio londinense de Freud y está fechada el 3 de septiembre de 1939, día en que Gran Bretaña declara la guerra a Hitler a causa de la invasión a Polonia, tal como lo informa por radio el rey Jorge VI, situación que angustia al profesional por el infierno inminente que intuye.
El propósito (de Lewis) es convencer de la existencia de Dios a aquel ateo militante que basa en la ciencia cada uno de sus razonamientos y encima cree en la sexualidad como base de toda conducta humana. Para empeorar las cosas, el padre del psicoanálisis se sabe condenado a muerte por un doloroso cáncer en la boca en épocas en que la medicina carecía de herramientas eficaces para impedir su avance.
La escena de crisis de dolor debido a la prótesis usada por Freud, metida en la estructura coloquial de la obra, es una de las más duras que se pueden ver en el teatro actual.
El mecanismo de enfrentamiento dialéctico tiene lejanas raíces en «Heredarás el viento» (1955), de Lawrence y Lee, que giraba alrededor de las teorías de Charles Darwin contra el «creacionismo» imperante entonces en algunas universidades de Estados Unidos, y pertenece a ese subgénero que brilló sobre todo con «Marat-Sade», de Peter Weiss, y que supone discusiones entre teóricos opuestos, aunque en el caso presente el texto no da para tanto.
En «La última…» hay discusión pero más que nada un cuidadoso dibujo de los personajes, de una humanidad ejemplar, donde cada cual termina por mostrar sus virtudes y sus carencias hasta en la forma involuntaria del psicoanálisis (por algo la presencia en escena del famoso diván, adonde el director Veronese hace sentar «por casualidad» a Lewis).
Quien está frente a Machín como el escritor J.C. Lewis es Javier Lorenzo, actor formado por Ricardo Bartís y Augusto Fernandes y dirigido en ocasiones por Cristian Drut, Alejandro Tantanian, Mariano Pensotti, Rubén Szuchmacher, Rafael Spregelburd, Ciro Zorzoli y el mismo Veronese, y que da muestras de un sólido oficio, sabe moverse y hablar, bien consciente de que lo suyo es un «supporting role», como se dice en el mundo anglosajón.
Hay también humor en el encuentro porque el texto esconde réplicas inteligentes -sobre todo a cargo de Freud, por lógica- y el inconsciente delata fortalezas y debilidades, en temas que también abarcan lo judío, lo cristiano, la eutanasia, la muerte, aunque llama la atención un refrán demasiado barrial en boca de Machín.
Es cierto que más allá del recurso teatral el intercambio de argumentos es absolutamente infecundo, porque los puntos de partida y los procedimientos mentales son distintos, pero deben servir como identificación del espectador, tanto en el creyente como en aquel que haya frecuentado alguna forma de psicoterapia.
Machín compone un Freud de 83 años cercano a la muerte con una identificación asombrosa, trabajada desde adentro, y si bien a Lorenzo el texto le reserva argumentaciones similares a las de aquellos iluminados que quieren convencer al mundo de su exaltación, el actor juega su papel como esos luchadores que utilizan la fuerza del contrario en su beneficio.
«La última sesión de Freud» tiene una cauta escenografía de época de Diego Siliano, funcional y grata, iluminación de Marcelo Cuervo, vestuario de Laura Singh asistida por Daniela Dearti, producción ejecutiva de Luciano Greco y general de Sebastián Blutrach, más asistencia de dirección de Adriana Roffi.
Se ofrece en el teatro Picadero, Enrique Santos Discépolo 1857, Capital Federal, de jueves a domingos a las 20.