Por qué sufrimos (y gozamos) cuando juega Argentina
El silencio se rompe como el estallido de un cristal. ¡Gol. Goool. Gooooool! El grito colectivo, demorado, se replica en un eco que rebota entre los edificios de una ciudad que parece vacía, por las calles donde no hay un alma; ausencia que delata la espera, la incertidumbre, el temor a una derrota que se parece mucho a la orfandad.
Después, no hace falta más. Ni siquiera mirar la tele. La alegría ante el triunfo o el bajón por la derrota se ve en los rostros que retornan a la cotidianidad de la vida, en el andar de los cuerpos que nos devuelven a ser lo que fuimos, a aquello que nunca dejamos de ser.
“Sufrimos y gozamos porque amamos a nuestro país. Culturalmente en Argentina, en cualquier barrio y en cualquier ciudad, tirás a rodar una pelota y se arma un partido. Los pibes empiezan a jugar a ser Messi o Maradona. El fútbol está íntimamente relacionado con la identidad”, asegura a Télam el psicoanalista Franco Rodelli, egresado de la Universidad Nacional de Rosario, ciudad futbolera si las hay.
Ante un partido hay mucho más que el borgeano “veintidós tipos corriendo detrás de una pelota”. Por eso durante el Mundial todos participan del rito, fanáticos y advenedizos. “Cuando vemos a la Selección, inconscientemente se nos juegan representaciones mentales que no tienen que ver específicamente con el fútbol, sino con ideales, aspiraciones personales y sociales, heridas colectivas que no pudimos sanar”, destaca el especialista.
Así, aquellos hitos consagrados en la ceremonia futbolera quedarán impresos en la biografía individual, pero también en la memoria colectiva. Para Rodelli “el gol de Maradona a los ingleses quedó grabado en la memoria social» porque «no era un tipo haciendo un golazo, sino un portador de la justicia que el pueblo argentino pudo saborear y festejar, aunque las Malvinas hayan sido ocupadas por el ejército británico”.
El Mundial como narrativa
La apilada histórica de Maradona en el segundo gol a los ingleses y las calles repletas de gente (y de banderas) de punta a punta del país. La desazón, la tristeza impregnándolo todo, después del “me cortaron las piernas” que “nos dejó a todos” fuera del Mundial 94. Los gritos, abrazos y llantos compartidos ante cada penal que atajaba Sergio Goycochea en Italia 90 mezclados con los gritos, abrazos y llantos por el ajuste y los despidos del naciente menemismo.
“El ser humano es un animal loco, decía Lacan. Desde el momento que creamos el lenguaje y fuimos conscientes de nuestra propia muerte, dejamos de vivir por instinto y comenzamos a hacernos preguntas en torno a la existencia misma. Si nos ponemos estrictos en términos psicoanalíticos, la realidad misma es una ficción compartida”, detalla Rodelli, quien integra el movimiento #ni un pibe menos por la droga.
“En términos psicoanalíticos, la realidad misma es una ficción compartida”Franco Rodelli, psicoanalista
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Un relato que tiene los ingredientes de toda buena historia. Fundamentalmente tensión e intensidad, que Julio Cortázar establecía como características imprescindibles del cuento. La realidad como ficción compartida es para Rodelli “ficción en el sentido de que es una interpretación de los hechos, donde claramente el discurso de las clases dominantes es el que se impone ante los otros. Este es el ‘sentido común’ ”.
El reloj corre. A Argentina le anulan tres goles. Pierde 2 a 1 con Arabia Saudita y se desvanece un invicto de 36 partidos. Es el debut en Qatar 2022, a donde la Selección llega con la esperanza fundada de ser campeón ¿Qué ficción podría prescindir de semejante conflicto? ¿Puede imaginarse un texto que convoque más, en términos narrativos, al lector?
“Podríamos decir que el Mundial es una micro ficción dentro de la gran ficción, comparable a las batallas entre gladiadores y animales que se daban en el Imperio Romano. Una ficción que se propone distraer a la sociedad de su descontento y canalizar su energía hacia fines funcionales a los intereses de las clases dominantes”, reflexiona el psicoanalista.
A propósito del Mundial Brasil 2014, el sociólogo Pablo Alabarces escribía que “frente a la ficción, se produce una ‘suspensión voluntaria de la incredulidad’ («willing suspension of disbelief»). (La idea no es mía, sino del poeta inglés Coleridge). Esto es lo que permite, decía Borges, que creamos que ese señor llamado Hamlet realmente perdió a su padre a manos de su tío, y que por eso puede volverse loco y hacer la cantidad de macanas que hace en escena”.
Pura emoción
Desde mucho antes que empiece a rodar la pelota estábamos sometidos al discurso de la emotividad. Desde las crónicas previas al Mundial hasta la publicidad crece la apelación a un “nosotros”. La primera persona del plural se vuelve hegemónica: “Vamos que podemos”, “Van a ser 40 millones de argentinos contra 11 jugadores”, “Sponsor oficial del corazón argentino”.
Jugamos, sufrimos, gozamos. Esperamos que “nos” ocurra algo grande, aunque sean “ellos” quienes vayan a hacerlo. “El relato emotivo es el más persuasivo de todos, ya que apunta a amalgamar un conjunto de una enorme diversidad a través del afecto”, detalla Rodelli a Télam.
La alegría ante el triunfo o el bajón por la derrota se ve en los rostros que vuelven a la cotidianidad de la vida
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Y agrega: “Así como en el festejo de un gol se pueden abrazar dos desconocidos, en la celebración de una victoria argentina se comparte la alegría con personas que cotidianamente nada los relaciona”.
“El estado de ánimo de la sociedad –acota- se vuelve más efusivo y los pesares del día a día son más tolerables, porque mientras vivimos el Mundial tenemos la sensación de ir todos tras el mismo sueño”.
“Se genera lo que Freud llamó un efecto de masa, donde las individualidades se integran en un colectivo social y esto fortalece el sentimiento de pertenencia que nos vincula con el ser argentino”, detalla.
El resultado, los sueños, el futuro
La utopía quizás no sea que la Selección levante en Qatar la tercera Copa del Mundo sino lo que se pueda hacer con esa consagración. La fantasía de la política, o al menos de cierta parte de ella, pero también del mercado y de la publicidad es “capitalizar el triunfo”. Pero, ¿es esto posible?
“El resultado deportivo influye directamente en el estado de ánimo de la sociedad. Las consecuencias políticas y sociales pueden ser capitalizables, de qué manera ya es una cuestión de interpretación del escenario político y las estrategias que se puedan desplegar”, sugiere Rodelli.
“Los pibes empiezan a jugar a ser Messi o Maradona. El fútbol está íntimamente relacionado con la identidad”
Las teorías conspirativas y de la manipulación suelen naufragar poco después de ser formuladas, cuando el tiempo licúa los efectos del resultado y las alegrías y tristezas vuelven a estar repartidas entre otras preocupaciones, otros sueños, otras narrativas.
“Un colectivo social feliz por el resultado deportivo difícilmente salga a las calles a reclamar por sus derechos”, advierte el psicoanalista rosarino. Pero enseguida formula la hipótesis contraria: “Cuando se diluye el sueño cae la ilusión y los conflictos que persistieron durante el Mundial vuelven a ocupar lugar en la agenda política y en los medios”.
Cuando el pitazo final se escuche, cuando la Copa sea “nuestra” o de “otros”, vamos a gozar (o a sufrir) un poco más. Enseguida, la suspensión de la incredulidad se desvanecerá con la llegada del sol, igual que la carroza vuelve a ser calabaza. Y allí estaremos todos, con las alegrías y tristezas que nos dejó la pelota a cuestas. Un poco más, un poco menos, que hace cuatro años. Pero definitivamente humanos. Más humanos.