‘Los años de Bolsonaro tienen un rasgo extraño, de manicomio. Terminó con la cultura’
El reconocido realizador brasileño Kleber Mendonça Filho, autor de películas como «Sonidos vecinos», «Aquarius» y «Bacurau», aseguró que el presidente Jair Bolsonaro «terminó con la cultura» en su país, en una charla con Télam en la que también abordó cuestiones como la curiosidad por el sistema de trabajo hollywoodense, el lugar del cine latinoamericano en el presente y las imposiciones que deben resistir los jóvenes realizadores.
La conversación se dio en el marco del reciente Festival de Biarritz Amérique Latine, en donde le fue encomendada la tarea de seleccionar una muestra de cine brasileño de todos los tiempos.
El director de 53 años, que se formó como periodista y crítico de cine, luego de debutar en el largometraje en 2012 con «Sonidos vecinos» -elegida para representar a Brasil en los Oscar-, estrenó en 2016 «Aquarius» con Sônia Braga, con la que compitió por la Palma de Oro en el Festival de Cannes; y tres años después, también en Cannes, se alzó con el Premio del Jurado con «Bacurau».
«Los años de Bolsonaro tienen un rasgo extraño, de manicomio, como si todo lo que dijo en este tiempo no tuviera el menor sentido; un discurso completamente estúpido que tiene a la vez una lógica criminal. Todo esto es muy perturbador»
«Cuando Michel Temer tomó el poder en lugar de Dilma Rousseff y sobre todo con Bolsonaro, la cultura fue desconectada, como un enchufe que se quita», describió de manera serena pero segura Mendonça Filho: «El comportamiento de Temer preparó la extinción del Ministerio de Cultura y Bolsonaro directamente terminó con la cultura».
Como intelectual atravesado por la situación política y social de su país -que el próximo 30 de octubre definirá la continuidad de Bolsonaro en la presidencia o su reemplazo por Luiz Inácio Lula da Silva-, el cineasta no dudó en establecer paralelos entre su obra y lo que sucedió en los últimos años en Brasil.
«‘Aquarius’ fue un caso muy interesante porque no es un filme sobre Dilma Rousseff, es sobre una mujer de 65 años de Recife que es expulsada de su casa, pero claro, es muy parecido con lo que pasó con Dilma», explicó, y añadió: «Lo mismo pasó con ‘Bacurau’, que filmamos nueve meses antes de que Bolsonaro fuera electo, pero ya había un clima muy Bacurau, me refiero a que el absurdo de lo que retrataba la película ya era lo normal».
– ¿Cuál es el balance de los últimos años respecto del apoyo a la cultura y al cine en particular de parte del gobierno de Bolsonaro?
– En los últimos seis años, primero cuando Michel Temer tomó el poder en lugar de Dilma Rousseff y sobre todo luego, con Bolsonaro la cultura fue desconectada, como un enchufe que se quita. El comportamiento de Temer preparó la extinción del Ministerio de Cultura y Bolsonaro directamente terminó con la cultura. El apoyo oficial a la producción forma parte de nuestra constitución, así que lo que hizo Bolsonaro fue sabotear a la cultura brasileña. Y ese sabotaje fue muy evidente en el no apoyo al cine, a los festivales y a la preservación en la Cinemateca Brasileira. Atravesamos los últimos seis años sin apoyos oficiales y cuando existieron fueron saboteados en la práctica a través de la burocracia, pero aún así, a pesar de las trabas, artísticamente el cine brasileño continúa siendo muy fuerte.
– Su cine tiene como eje las problemáticas políticas y sociales que atraviesan a su país. ¿Cómo lo afectó personalmente los años de Bolsonaro en el poder?
– Para mí es imposible escribir un guion e ignorar lo que pasa en mi país y en el mundo. Los años de Bolsonaro tienen un rasgo extraño, de manicomio, como si todo lo que dijo en este tiempo no tuviera el menor sentido; un discurso completamente estúpido que tiene a la vez una lógica criminal. Todo esto es muy perturbador.
– ¿Siente que tiene un una responsabilidad de hablar de estos temas cuando sale al mundo?
– Claro, como cineasta tengo que aprovechar cuando tengo la posibilidad de tener un micrófono para hablar democráticamente de lo que pasa en mi país, pero para eso también están mis películas.
– ¿El cine brasileño reflejó en estos años lo que pasó en el poder?
– Creo que sí; hay muchos filmes que hablan sobre esta situación, como ejemplo se puede mencionar el documental «Amigo secreto», de Maria Augusta Ramos. Es una película que habla de la «Operación Lava Jato», que debía ser un instrumento de combate contra la corrupción pero se fue transformando en una herramienta de persecución a Luiz Inácio Lula Da Silva. Es un filme muy importante, tan importante que muchas salas de cine de Brasil decidieron no exhibirla.
– En la actualidad, los grandes cines de la región son el de Argentina y Brasil. ¿Cuál cree que es la importancia de las películas en el contexto mundial? ¿Está suficientemente valorado?
– Brasil y Argentina tienen participaciones puntuales en el cine del mundo y francamente siempre es una sorpresa y me siento feliz cuando nuestras películas viajan internacionalmente, pero estas películas son esencialmente brasileñas o argentinas. Lo que quiero decir es que cuando vi «La ciénaga», de Lucrecia Martel, no me pareció que ella quisiera que fuera un filme internacional, sino que fue un filme muy personal y hasta casi regional, pero que a la vez es una película absolutamente universal. Brasil tiene una relación muy interesante con Argentina, somos muy próximos pero estamos separados por la lengua. Yo vi «Nueve reinas» de Fabián Bielinsky no porque fuera estrenado en Brasil, sino porque lo compró Sony Pictures Classics y ahí se pudo ver en Brasil, eso es muy triste.
– ¿Le interesa la posibilidad de trabajar en el futuro en Hollywood, en alguna producción grande?
– Amo tanto el cine que tengo una curiosidad muy grande por experimentar. Ahora hago películas muy personales, pero no descarto la idea de interesarme por un proyecto así. Me fascina el caso de Guillermo del Toro, Alejandro González Iñárritu y Alfonso Cuarón; he tenido la oportunidad de hablar con cada uno de ellos y es muy interesante como siguen siendo mexicanos pero consiguieron una vidriera internacional gigantesca.
– El Festival de Biarritz le dio una «carta blanca» para que hiciera una selección del cine brasileño del pasado y del presente. ¿Cómo fue esa elección?
– Para mí era muy importante pensar en el público de Biarritz, francés, pero además está la responsabilidad de mostrar la producción brasileña, que es muy rica y muy diversa, dentro de un contexto histórico y dinámico. Por eso están los clásicos como «Dios y el diablo en la tierra del sol», de Glauber Rocha, o «Pixote», de Héctor Babenco; filmes del pasado que interactúan con los cortometrajes del presente, que son la base del cine brasileño, una variedad inmensa que viene de las políticas públicas que apoyaron a las nuevas realizadores y realizadores. Esta carta blanca que me dieron presenta un paneo temático, estético, racial y político del cine brasileño.
– ¿Se mantiene esa idea en el mundo de que el cine sudamericano es casi exclusivamente sobre miseria y narcotráfico?
– Siempre es un problema lo que ellos esperan de nosotros, en mi caso, he tenido el pequeño placer de negar estas expectativas. Pero sí, yo hablo mucho con realizadores de Brasil, de Argentina, de Chile, y les digo que no hagan lo que se espera de ellos, que hay que tener cuidado con los laboratorios y las residencias para realizadores para desarrollar proyectos, pueden ser muy interesantes pero también pueden ir por la moda y es muy difícil conservar la voz propia ante comités de 14 o 15 personas que te dicen qué hacer y qué no.