Un unipersonal sobre Discépolo y su fanatismo por Evita
Meterse con un mito es siempre tarea delicada y hacerlo desde el elogio del fanatismo de una leyenda a otra (en este caso de Enrique Santos Discépolo a María Eva Duarte de Perón) parece una aventura casi imposible y más aún en tiempos de sensibilidades extremas, pero Daniel Casablanca no solamente sale indemne del riesgoso lance sino que construye una propuesta de irreverente teatro político.
Con «Discepolín, fanático arlequín» y en su primer unipersonal, uno de los fundadores del grupo Los Macocos erige a un Enrique Santos Discépolo lejos de todo bronce y lo pone a navegar desde la más honda y honesta búsqueda artística hasta su pertenencia ideológica.
Entre el clown, el bufón y el uso de la máscara –este último elemento diseñado y realizado por Alfredo Iriarte que resalta la característica nariz prominente del personaje en cuestión- Casablanca le da cuerpo y carácter a un ser febril e inseguro pero siempre potente.
Sobre un escenario que la directora Guadalupe Bervih dispuso como territorio lleno de rincones para la acción dramática pero, también, como laberinto, y con una sombría y adecuada realización escenográfica de Marcos Aquistapace, el artista tramita la angustia, la euforia, la búsqueda de la iluminación y la fidelidad, y comparte esas sensaciones ante una platea donde la risa apenas maquilla la tensión.
Ya sea para abismarse en la hoja en blanco, esperar la llegada de las musas en el lugar ideal para recibir la inspiración deseada, o no atreverse a tocar los acordes de algunos de sus tangos en el pequeño y oblicuo piano en el que busca nuevas melodías que lo guíen, el Discépolo de Casablanca luce lejos del héroe, del poeta impoluto, de uno de los grandes nombres de la cultura popular argentina.
Cuesta hallar allí al lúcido y filoso autor de las prosas de populares tangos como «Uno», «Cambalache», «Cafetín de Buenos Aires» o «Yira Yira», por citar apenas algunos de ellos, pero el foco de la historia planteada no parece apuntar en ningún momento al homenaje lineal.
Esa criatura nerviosa, frágil y excesiva, a la que el actor le presta toda su plasticidad bajo una peluca también absurda creada por Gabriela Guastavino, halla un cauce más consistente a partir de recurrir a los textos creados para el emblemático personaje radial de «Mordisquito», que con una turbulenta combinación de ironía y rabia tomó partido por el peronismo y combatió a sus detractores.
En ese territorio ideológico donde se mide con el antagonista, Discepolín no cede en sus desmesuras, pero adquiere envergadura como para espetarle, por ejemplo, «el hambre del otro es un espectáculo que siempre entretiene a los que han comido».
Y aunque su credo político le deparó enemigos acérrimos y hasta un doloroso e injusto ostracismo que no se condijo con su genio y su celebérrima obra, el creador elige reconocerse en esa afectividad íntima y también partidaria que lo unió a su amiga Evita.
Un altar pagano, palabras de amor, jerga de pueblo, son los elementos a los que el personaje recurre para narrar su devoción, una fe propia y a la vez colectiva donde lo racional y hasta lo eminentemente político quedan en un segundo plano.
Es también en ese pasaje donde la pieza no se aparta de la decisión de perfilar un ser capaz de la más profunda carnadura humana ya sea para la creación como para la militancia y en todo momento se impone su mirada amorosa, pasional, inocente y a la vez molesta.
El Discepolín de Casablanca no aspira a ser la biografía sesuda del actor, autor y director ni tampoco la postal exaltada de quien se entregó a una causa, sino que recoge retazos de esas facetas y arma un discurso verbal y gestual capaz de reunir algunos de esos aspectos en busca de seguir incomodando y, no inocentemente, dar sustento así al mejor de los tributos a una figura excepcional y a un tiempo histórico único.
«Discepolín, fanático arlequín»
Con dirección de arte de Analía Cristina Morales, los arreglos musicales del pianista Hernán Gallegos en las piezas «Tormenta» y «Desencanto», está última también con la ejecución del violín de Carolina Rodríguez, la obra se ofrece los domingos a las 17 en el Espacio Experimental Leónidas Barletta de Diagonal Norte 943, a metros del Obelisco porteño.