la canción y sus infinitas posibilidades
A dos años y medio de su última visita al país, el músico y compositor uruguayo Fernando Cabrera ofreció la noche del martes el primero de dos conciertos en el porteño Teatro Astros que lució colmado y estremecido ante una nueva demostración del vasto mundo que forjan canciones capaces de ensanchar permanentemente las posibilidades del género.
Más allá del repertorio escogido entre las más de 250 piezas creadas en 45 años de trayectoria profesional, hay un territorio estético de personalísimo cuño que el montevideano sostiene y moldea y que se ratificó con otra actuación memorable y casi didáctica.
Es que al mostrar el modo en el que aborda su obra, Cabrera no solamente exhibe temas de originalísima factura y desgarradora belleza, también ofrenda a corazón abierto un procedimiento sonoro que es parte inseparable de la propuesta y que en el inicio del ciclo musical en la remozada sala de la Avenida Corrientes, quedó gozosamente evidenciado.
Abrazado a su guitarra eléctrica blanquinegra y de cara a una platea entregada a la aventura artística, el creador salió a escena poco antes de las 21.30 y de la mano de 22 canciones desgranadas en 90 minutos de actuación volvió a sentar las bases de una música que –no sin batallar arduamente- hoy es reconocida y asimilada.
“El que abre la puerta se encuentra con bastantes cosas; me pasó toda la vida, les cuesta entrar, después los atrapo”, arriesgó el trovador, de 65 años, durante una entrevista con Télam para anunciar este par de presentaciones en el Astros que funcionaron como reafirmación del crecimiento de la llegada de su propuesta a mayor cantidad de público.
Y después de semejante consecuencia, no hay concesiones ni guiños tal como expresó en el circunspecto inicio de la velada donde entonó despojadas y minimalistas versiones de “Agua”, “Pandemonios”, “Punto muerto”, la novísima “Manta y rocío” (acerca de un viaje romántico y con la revelación de que “en tu sombra me dormí”) e “Imposibles”.
Enfrascado en la tarea y sin atender pedidos y piropos que se sucedieron entre tema y tema, saludó a los presentes y anunció: “La canción que sigue contiene una característica que es la incoherencia y no se sabe cuál es el foco. Pero habla de un triste mal rioplatense que es la viveza criolla” y con el ya clásico acompañamiento rítmico de una caja de fósforos entonó “Viveza” (“El vivo/Festeja/Dirige contento la ronda todos de la mano”).
El tramo solitario de la presentación se completó con otras dos austeras visitas a la declaración de amor explícita en “Oración” (“Conocí a alguien con quien enamorar/Tiene dos almendras acostadas en la cara y además/Su mirada me hace vientre el corazón/Mirarla es un viaje adentro de otro y ahora digo esta oración”) y «Era el águila de la libertad» de su último disco publicado, “Simple” (2021).
Sumando la presencia y los aportes sonoros del inspirado multinstrumentista y cantante Diego Cotelo (fundador de Perotá Chingó), se sucedieron la antigua “Tobogán” y otro par del reciente “Simple”: “Mañana será otro día” y “El liceo”.
“La siguiente canción está a dedicada a todos los artistas del camino que compuse hace mucho pero recién pude ponerle título gracias a que compartí un concierto con Leo Maslíah y otros músicos y en una de las larguísimas canciones de Leo escuché la frase ‘Caminos en flor’ y me dije, ‘acá está’”, reveló y enseguida regresó a “Simple” para la implacable «Soy un hombre» («Pasé por muchas niñeces/para llegar aquí»).
En otra señal de ductilidad posible, el último segmento de una noche hasta allí intrincada, lo tuvo más abierto y melódico comenzando por “Yo quería ser como vos”, su máximo suceso de “El tiempo está después” y la notable “Estaba en otra vida” (“Vivir es volátil como el fuego/Amar es crecerse poco a poco/Y entre los riesgos del juego/Y los confines del loco/Estás vos, estamos nosotros”) acerca de reencarnaciones y poniendo una vez más la lupa en lo temporal.
“En 2021 se conmemoraron los 100 años de Astor Piazzolla pero nosotros festejamos sus 101 años con esta canción que compuse cuando cayó enfermo y con la secreta intención de darle empuje”, prologó a la sentida “La balada de Astor Piazzolla”.
Para el cierre formal quedaron dos piezas románticas “all uso” Cabrera: “Puerta de los dos” (“Daría todo lo que tengo/Por una carta tuya/Por una foto de los dos”) y “Por ejemplo” (“Las tardecitas con violetas y rosas/Los limosneros merodeando el galpón/Tengo un puñado de recuerdos de arena/Entre los dedos con la arena vas vos”).
Pero el clamor de la sala empujó a un par de bises donde combinó otra declaración amorosa con “Méritos y merecimientos” (“Hoy me detengo a pensar/Si yo merezco el milagro/De escucharla respirar/Alguna noche en mi cuarto”) y otro de sus más versionados clásicos: “La casa de al lado”.