Los riesgos de dejar la creación de tu marca personal 100% en manos de la Inteligencia Artificial

*Por Soledad Depresbítero
Todos anhelamos, en esta era, habitar plenamente el aquí y el ahora. Sin embargo, vivimos en un escenario atravesado por la tecnología, que ha dejado de ser solo una herramienta para transformarse en un reflejo de lo que somos. Las nuevas plataformas impulsadas por la Inteligencia Artificial actúan como un espejo digital: amplifican nuestra identidad y proyectan nuestra voz, nuestros valores y nuestra manera de ver el mundo. Pero, como todo espejo, también puede distorsionar.
La psicología cognitiva sostiene que no percibimos la realidad tal cual es, sino que la construimos internamente a partir de nuestros esquemas mentales, emociones y experiencias previas. El filósofo y científico cognitivo Jerry Fodor explicaba que el pensamiento humano opera a través de representaciones mentales, una especie de lenguaje interno con el que interpretamos el mundo. De modo similar, los algoritmos de IA aprenden patrones a partir de los datos que reciben y los replican, sin comprenderlos realmente.
La diferencia aquí se hace crucial: nosotros interpretamos desde la emoción y la intención; la IA calcula probabilidades. Por eso, si la dejamos operar sin dirección, puede amplificar tanto nuestro talento como nuestros sesgos. En cambio, si la guiamos desde el propósito, se transforma en una aliada para expandir nuestra marca personal con más coherencia y alcance. Un sesgo es una distorsión sistemática en el procesamiento de la información que lleva a interpretar, recordar o decidir de manera parcial o desviada respecto a la realidad objetiva. No se trata de errores aleatorios, sino de patrones predecibles que influyen en cómo pensamos, percibimos y actuamos.
La idea de sesgos en IA se entiende como esos errores sistemáticos que surgen cuando los datos o los procesos de diseño reflejan preferencias, exclusiones o valores invisibles —por ejemplo, cuando un algoritmo favorece a un grupo sobre otro por falta de diversidad en los datos. Un estudio de USC Information Sciences Institute encontró que hasta un 38,6% de los datos de «conocimiento común» (commonsense-knowledge) utilizados por IA presentaban sesgos relativos a género, religión o profesión. Esto significa que, cuando usamos IA para construir nuestra marca personal, no basta con automatizar: debemos supervisar qué imagen, qué palabras, qué valores estamos amplificando.
Clave: detectar qué queremos amplificar con la IA
La clave está en entender que la Inteligencia Artificial no debe sustituirnos, sino cocrearse con nosotros. Estas herramientas solo tienen sentido cuando están al servicio de una visión. El psicólogo y premio Nobel Daniel Kahneman distinguió entre dos formas de pensar: una rápida e intuitiva, y otra lenta, analítica y reflexiva. Usar la IA de forma consciente implica activar esa segunda capa: detenernos a pensar qué parte de nosotros queremos amplificar y de qué manera queremos hacerlo visible.
En tiempos donde lo automático seduce por su inmediatez, lo humano se vuelve el verdadero diferencial. El psicólogo y autor del concepto de inteligencia emocional Daniel Goleman mostró cómo la empatía, la autoconciencia y la autenticidad son competencias que determinan el éxito personal y profesional. Es justamente eso lo que una IA no puede replicar: la emoción genuina, el matiz, la vulnerabilidad.
También Carol Dweck, psicóloga de la Universidad de Stanford, propone que quienes tienen una mentalidad de crecimiento —es decir, la convicción de que siempre podemos aprender y mejorar— se adaptan mejor a los cambios. Aplicado a este contexto, significa entender que la IA no viene a reemplazarnos, sino a expandirnos, si aprendemos a integrarla desde nuestra singularidad.
La inteligencia artificial puede escribir, diseñar o incluso imitar una voz. Pero no puede soñar, intuir ni conectar. Esa sigue siendo una capacidad profundamente humana.
Quizás la pregunta ya no sea cómo escapar de la tecnología, sino cómo convivir con ella sin perder identidad. En la era de los espejos digitales, lo verdaderamente valioso será la capacidad de distinguir entre lo que somos y lo que los algoritmos dicen que somos. Estar presentes —en el aquí y ahora— tal vez signifique eso: recuperar la mirada propia en medio del ruido, y decidir conscientemente qué versión de nosotros dejamos reflejar.
La IA puede replicar nuestra voz, pero solo nosotros podemos darle alma.





