Marilina Bertoldi, otro escalón para el festejo

La presentación de «Para quién trabajas, vol. I» propició una nueva reinvención de la cantante, multiinstrumentista y compositora, en dos horas con gran química entre ella y su banda.
Marilina Bertoldi regresó a los escenarios porteños con un show impecable, a la altura de su genio musical. Tras su paso el Festival Buena Vibra en febrero último, donde actuó con el “dúo set” (formato compuesto por batería y ella en la viola y voz, al estilo de The White Stripes), la música presentó el sábado en el Microestadio Malvinas Argentinas su más reciente álbum Para quién trabajas, vol. I. Se trató de un nuevo escaño en su asunción hacia la masividad y la gloria, luego de probarse en el Luna Park y Obras Sanitarias, en los que recreó en 2022 su disco Mojigata (ambos acontecimientos constituyeron su primer material en vivo, Luna en Obras, publicado el año pasado). Y es que eligió tocar en la zona outdoor del predio de La Paternal, a la que asistieron unas nueve mil personas.
En la antesala, reinaba la curiosidad sobre cómo reaccionaría el público ante el desenvolvimiento en vivo de los temas de su quinto disco de estudio. Apenas vio la luz, en mayo de este año, existió la sensación de que dividió las aguas entre su gente: mientras algunos y algunas celebraran su reinvención, la otra parte seguía aferrada a su pasado, a los tiempos de Prender un fuego (2018). Lo que, por supuesto, tiene su lógica debido a que la santafesina en esa época se había convertido, a punta de canciones y actitud, en la banda de sonido de una generación, de las minorías y también de la disidencia sexual en la Argentina. Es por eso que latía cierta suspicacia frente a su evolución, porque podría suponer la distracción ante esa coronación que se ganó de manera espontánea y popular.
El flamante repertorio de la cantante, compositora y multiinstrumentista es el fruto de un trabajo quirúrgico, solitario y de claustro, con su home estudio como laboratorio de experimentación. Esto decantó en una estética sonora más pop (en contraste con la veta rockera con la que se dio a conocer en su carrera solista), que aludía a la identidad característica del rock argentino de mediados de los años 80. Algo que ella reforzó al interpolar pasajes tanto a “Mejor no hablar de ciertas cosas”, clásico de Sumo, como “Demoliendo hoteles”, de Charly García en algunas de sus nuevas creaciones. A lo que sumó ese préstamo de la base rítmica de “1979”, himno de The Smashing Pumpkins. Así que otra duda que fluctuaba era la manera en la que la artista volcaría toda esta artesanía digital en la performance.
Durante la promoción de Para quién trabajas, vol. I, la música adelantó que estaba armando una banda para esta etapa, cuya formación se puso a prueba previamente en Rosario, Córdoba y Mar del Plata, para luego dar el salto internacional hacia Chile y Uruguay. En esta escala de la gira en Buenos Aires, el trío salió a escena a las 21.30, seguido por Bertoldi. Mientras la ovación se extendía, de fondo sonaba “No quieren más mi rocanrol”, microtema de su último disco que tanto en el repertorio del álbum como en esta apertura funcionó a manera de bajada de línea de su nueva encarnación musical. Era una forma muy sutil, y a su vez irónica, de decirle a la muchedumbre que debía darle una oportunidad a esta impronta. O lo que es mejor y más frontal aún: tenía que bancársela.
En medio de la penumbra, y respetando el arranque inicial del setlist, la artífice de 37 años desenfundó “Para quién trabajas” y “Autoestima”, que, si bien mantuvieron la idiosincrasia new wave que florece en el álbum, esta vez ese minimalismo que los aúna pasó a tener una consistencia más orgánica. Al punto de que el último reemplazó el final psychobilly registrado en el disco por uno de sabor más rockero. A continuación, desenvainaron “Cada día me vuelvo más loca”, reinvención del clásico de Celeste Carballo, firmado junto a Juliana Gattas, que conserva el espíritu desfachatado del original. En esa instancia seminal del show, Marilina ya había saludado al público local, llevaba la guitarra colgada y apeló por la teatralización para darle un cierre al tema.
De la misma manera que expuso su nuevo material, la cantante y compositora ensayó una nueva performance. Algo tan inherente como esencial en su relato, lo que evidenció en los recitales esenciales de su carrera. Si en el Estadio Único de La Plata apareció vestida de Selena, en el Luna Park cabalgó en un caballito de calesita y personificó la muerte del rock. Para después resucitar en Obras. Sin embargo, en esta ocasión decidió draguearse. Primero, como una María Antonieta colorada (o quizá la consistencia de los rulos y el color estaban inspirados en la protagonista del film animado La sirenita), ataviada con un jardinero tan ajustado que completaba la invitación a la fantasía libidinosa. En tanto que en el bis sorprendió al salir al tablado emulando a una de esas transformaciones noventosas de Madonna.
“Vine muy desarreglada”, bromeó en uno de los intervalos de las casi dos horas de recital. Amparada por un escenario cubierto de telones de terciopelo gris, que sirvió de amplificador de su sombra cada vez que la luz le daba de frente, Marilina Bertoldi también dejó en evidencia que es una cantante y guitarrista tremenda, aparte de frontwoman a la que el liderazgo le sale muy naturalmente. Es por eso que desde el principio del show la química entre ella y sus músicos (Manu Fernández en batería, Choki Giaquinta en bajo y Nano Cantarini en guitarra), ubicados en una esquina del tablado, fluyó fabulosamente. Lo que ayudó a que su actualidad se mimetizara con su pasado, alcanzando momentos álgidos cuando invocaba al groove. Tal como sucedió en el funk “Sushi en lata” y en el R&B visceral “Enterrate”.
De Para quién trabajas, vol. I sonaron asimismo “De caza”, “Bajan de día, de noche esperan” y el single “El gordo”. Los tres en fila, tras bajar un cambio con “Amuleto”, el folk “Por siempre es un lugar” y la versión acústica de “Rastro”. Una vez que acabó “La cena”, esa masa enardecida cantó contra Milei. Pese al vaivén emocional, la artista nunca perdió la concentración. De hecho, paró el recital al darse cuenta que hubo varios desmayos en simultáneo, lo que supo llevar con cuidado y al mismo tiempo con humor. Más tarde, la rockeó con “¿O no?”, advirtiendo la recta final de su actuación, condimentada por la blusera “La casa de A” y el funk “Fumar de día”. Volvió a escena para hacer “Cosas dulces”, “Amanecen ocasos” y “MDMA”, pero a esa altura Marilina ya había sumado un nuevo hito en su insigne historia.





