Un corte a esta Corte

En los cines y plataformas, La mujer de la fila, basada en la historia de Andrea Casamento, emociona y duele en partes iguales. La película de Benjamín Ávila, con Natalia Oreiro como protagonista, pone el foco en las mujeres que acompañan a los detenidos, que hacen filas, cargan bolsas, llevan comida o insumos, se enamoran y sostienen vínculos y esperanzas. En esa narrativa se reconoce un país que sobrevive a fuerza de afectos, habitando los márgenes en los que el Estado se retira.
En los cines y plataformas, La mujer de la fila, basada en la historia de Andrea Casamento, emociona y duele en partes iguales. La película de Benjamín Ávila, con Natalia Oreiro como protagonista, pone el foco en las mujeres que acompañan a los detenidos, que hacen filas, cargan bolsas, llevan comida o insumos, se enamoran y sostienen vínculos y esperanzas. En esa narrativa se reconoce un país que sobrevive a fuerza de afectos, habitando los márgenes en los que el Estado se retira.
Ahora, mientras el cine se atreve a mirar con humanidad, la Justicia mira hacia otro lado, sin ella. Hace pocos días, la Corte Suprema de Justicia de la Nación revocó la absolución de una mujer que en mayo de 2020 (en plena pandemia), llevó a la puerta de una alcaidía un rollo de papel higiénico donde se hallaron seis gramos de marihuana. La defensa explicó que una amiga de su hijo detenido le había dado el paquete con elementos de higiene para que se los acercara en la visita y que no sabía lo que llevaba. La Casación entendió que su relato era consistente porque suelen ser las mujeres (madres, amigas, cónyuges, hermanas) quienes se hacen cargo de asistir a los detenidos. Así, recurrió al principio de duda y anuló la condena a seis meses de cárcel efectiva impuesta a la madre.
Pero a pesar del contexto social, la pandemia, la cantidad ínfima de cannabis y la evidente desproporción del caso, el máximo tribunal decidió lo contrario. La cabeza del poder judicial argentino no vio a una mujer pobre sosteniendo como puede la vida de su hijo en encierro. No concibió que una madre pueda recibir cosas de terceros para llevárselas a un hijo detenido. Y mucho menos entendió que seis gramos de marihuana no convierten a nadie en peligro público.
Como si eso no fuera suficiente, en el mismo día el triunvirato del máximo tribunal impidió la conformación de un gremio de trabajadores privados de la libertad. En lugar de reconocer en ese intento un ejercicio de resiliencia y ciudadanía, los supremos lo interpretaron como una amenaza. Ignoró que el trabajo en prisión no es un privilegio, sino un derecho ligado a la reinserción y al respeto por la condición humana.
En simultáneo, la Corte Interamericana de Derechos Humanos decidía en el caso Lynn condenar a la Argentina por olvidar que la dignidad humana no se suspende entre rejas. Dos cortes, dos miradas. Una que en aislamiento castiga y restringe derechos, otra que exige humanidad.
La mujer de la fila muestra que detrás de cada expediente hay un rostro, una historia y una realidad, elementos que casi todos los jueces se niegan a ver. Si nuestro país no logra comprender eso, no estamos frente a un problema jurídico, sino ético. Porque una justicia sin contexto y sin empatía no es justicia, es apenas un ritual del poder que insiste en aplicar un derecho para un país que no existe. O, tal vez, para mantenerlo tal como está.
* Abogada de Derechos Humanos





