¿Hasta cuándo se extenderán las facturas internas?

En buena medida, es o puede ser agotador seguir con las explicaciones de lo sucedido. Pero tomemos la coincidencia, más o menos generalizada, de que el triunfo oficialista se debió más a las carencias opositoras que a las virtudes del modelo vigente. ¿En ese rejuntado opositor hay vocación para aceptarlo y obrar en consecuencia?
En buena medida, es o puede ser agotador seguir con las explicaciones de lo sucedido. Pero tomemos la coincidencia, más o menos generalizada, de que el triunfo oficialista se debió más a las carencias opositoras que a las virtudes del modelo vigente. ¿En ese rejuntado opositor hay vocación para aceptarlo y obrar en consecuencia?
El proceder del gobierno de los hermanos ya debería estar fuera de cualquier polémica. Queda incluido el sainete de la salida de Guillermo Francos y la entrada como jefe de Gabinete de Manuel Adorno, que en modo alguno modificará -más bien al contrario- el andar coyunturalmente orondo de los libertaristas. Para gustosos del internismo, se verá si esta entronización “formal” de La Hermanísima -a quien Adorno reporta sin chistar- representa un desequilibrio intestino en su favor.
Los Milei procederán a afianzar el rumbo. Ya tendrían a la mayoría de los gobernadores bajo la suela y a un futuro Congreso adicto. Arremeterán con las reformas estructurales previstas. Se llevaron una sorpresa positiva, que no estuvo en sus cálculos ni de lejos. Y se animan de nuevo contra Macri (chascarrillo), cuando hasta el domingo pasado se previno que debían negociar con él.
La cara con que el calabrés salió de Olivos al cabo de una cena atragantada por la renuncia de Francos y su posteo posterior, remitiendo a eso mismo, muestran que resucitaron las tensiones absolutamente secundarias.
Sería una sorpresa inconcebible que lo que quede del PRO vaya a ponerle trabas al horizonte estructural del Gobierno, por más que Argentina sea el reino de los imprevistos y que estos bueyes, por cuestiones de negocios, son capaces de cornearse.
Entonces, es asunto de etapa y no ya de momento para que en la oposición efectiva -o con aspiraciones a serlo- se peguen un examen descarnado.
Es muy difícil comprender la persistencia en señalar acusaciones, de cara a la renovación que requieren el peronismo, el kirchnerismo y el arco progre en general. No continuemos con la polémica eternamente bizantina de diferenciar entre unos y otros. Hablamos de “el espacio” y debiéramos entendernos mucho más fácil que lo sugerido por un onanismo interminable.
Sin necesidad de lumbrera alguna, tras el dictamen electoral, señalamos la obviedad de que habría quienes se animaran a facturarle el resultado a Axel Kicillof.
Nos permitimos insistir con parte del siguiente párrafo, escrito y publicado aquí al borde de la madrugada del lunes. “Sectores internos (…) estarán festejando lo que consideran ‘su’ derrota (la del gobernador), ¿en función de cuál alternativa, encarnada por quién? ¿El concepto frente a este mazazo es y será el contrafáctico de que no había que desdoblar? ¿Eso es todo lo que hay para ofrecer? ¿El comentario del dictamen de las urnas, y no la acción que pudiera revertirla hacia 2027?”.
En primer término, esa lectura tan anunciada supone graves deficiencias analíticas en los números objetivos y, luego, en su traducción política.
En provincia de Buenos Aires, el peronismo perdió una cantidad de votos atendible pero no contundente (261.592) respecto del 7 de septiembre. Y a eso deberían descontársele unos 100 mil, surgidos de las secciones con mayor concentración de electores extranjeros. El 26 de octubre no estaban habilitados para votar, y en las provinciales del 7 de septiembre se volcaron a Fuerza Patria en alrededor del 50 por ciento.
Sin perjuicio de que, esta vez, ciertos intendentes del conurbano no hayan movilizado al aparato como era menester, el elemento decisorio no pasó de ninguna forma por ese factor. Ni en la Provincia ni en casi todo el resto del país.
La clave estuvo en la reaparición y reagrupamiento de las voluntades antiperonistas. O anti K. O asustadas por el caos económico-financiero que sucedería a una victoria opositora y que el oficialismo vendió con eficacia. O huérfanas de opciones alentadoras. O por todo eso junto, en el orden de prelación que cada quien prefiera.
En segundo lugar, ¿desde cuál criterio empírico se saca la cuenta de que una elección unificada habría dado un resultado diferente? ¿Acaso Néstor Kirchner no perdió con Alika-Alicate en comicios únicos? Por favor. Cuando hay las oleadas anti no rige manera de modificarlas.
Tercero: ¿qué tal si la interpretación tiene la honestidad de abarcar y no el egoísmo de ser apenas bonaerense? ¿Kicillof es responsable de las listas, tácticas, alianzas y divisionismos que armó la conducción nacional? ¿Cabe cargarle las derrotas en Jujuy, Salta, Misiones, San Luis, Neuquén, Santa Fe, con diferencias de hasta dos dígitos? ¿En serio?
Y cuarto, o mejor primero, ¿la manera de aportar a una rearmado de dirección, y programático, y comunicacional, es subrayar ante todo quién o quiénes del “nosotros” tuvieron la culpa? ¿Dónde quedó aquello de intentar la discusión y el arreglo de estas cosas hacia adentro, privilegiando la unidad o siquiera la unión, en vez de mirarse el ombligo?
Este cuadro revela la parálisis propositiva concreta, no de enunciados temáticos, en una dirigencia que otrora se agrupaba bajo la denominación de “campo nacional y popular”.
Nacional te la debo, debido a que momentáneamente ganó Trump y el discurso anti-colonial no mueve ninguna fibra nacionalista considerable. Pero es hora larga de que “popular” también entre en acción porque, si no, resultaría que a Milei lo vota un conjunto de marcianos oligárquicos.
El tema de la ausencia de propuestas alternativas invita a que “el palo”, tras el enojo o furia porque la primera minoría popular votó a un desquiciado, se plantee avanzar varios pasos en torno a sus deficiencias. Lo inicial es reconocerlo, claro está, en lugar de seguir depositando cargas exclusivas en la perfidia del enemigo.
Ahora -por ejemplo, pero nunca el ejemplo menor- se pregona una alarma extrema por el proyecto de reforma laboral. Y está muy bien, porque cualquier terrícola se halla(ría) en condiciones de entender cuáles son los efectos de una negociación entre la vaca y el frigorífico.
La eliminación de los convenios vigentes hasta que las partes acuerden uno nuevo significa un poder desmedido para el empresariado. La abogada laboralista Silvia Rufaldi, en Página/12 de este viernes, citó la experiencia española. Desde 2012, cuando el gobierno conservador de Mariano Rajoy implementó algo similar a lo que intentarán las tropas de Jamoncito, ocurrió la rotación de contratos temporarios, el miedo al despido y el empeoramiento de las condiciones laborales, sin impacto positivo en el ingreso de los asalariados.
Empero, triunfó la precariedad estabilizada sobre la incertidumbre de los retos y, con mayor profundidad, frente a los relatos tan antagonistas como vacíos. En cualquier caso, y mucho más con el envalentonamiento surgido de la votación, este experimento argentino asienta la monserga del “emprendedurismo”, la salvación individualista y resignarse a que todo cuanto se le opone huele (muy) rancio.
Es un discurso para “adelante”, sin embargo. Una construcción de subjetividad horrenda, pero específica. ¿Cuál es la “nuestra”? ¿Dónde está? ¿Quiénes la expresan, si es que la hubiere, además de que sólo se remite a los trabajadores registrados?
Ese laburante, quien ya sufre de facto los efectos de sindicatos “dialoguistas”, de una CGT pusilánime y de paritarias por debajo de la inflación, ¿sentirá que le hablan de qué cuando solamente lo previenen sobre recorte de derechos ya recortados?
Para ampliar, ¿qué discurso tiene el “campo nacional y popular” acerca de unos 5 millones de monotributistas? ¿Cuál horizonte le propone a más o menos una mitad de la población económicamente activa que está en negro y, desde ahí, qué planificación se postula en torno al sistema previsional?
¿Qué entusiasmo político pueden tener esos argentinos a quienes gracias si se convoca al freno contra Milei, a Braden o Perón, a Bessent o la Patria? ¿No estaría haciendo falta que haya algún intento, uno aunque sea, de incitar a soluciones o esquemas reparadores en la “micro”-economía? ¿A proyectos definidos que “la gente” sienta cercanos a su cotidianeidad?
No parece que en lo inmediato vaya a haber algo de eso.
Sí asoma, o ya fue plasmado, que se viene el tiempo (¿cuánto de extenso?) de las facturas internas. De la profundización de los egos, inclusive, que jamás debe confundirse con las lícitas ambiciones personales. De no saber dar un paso atrás para generar dos adelante.
También es simultáneamente veraz, nos parece, que la cultura del excitado presente perpetuo es un fenómeno universal (exceptuados los chinos, pongámosle). Como no pocos reparan, estamos presos de analizar presente y panorama bajo la extorsión de la histeria mediático-digital y no con la sabiduría de los ciclos históricos.
Álvaro García Linera lo dijo hace rato: las victorias son cada vez más cortas.
La buena noticia es que las derrotas también. Pero debe ayudarse a que lo sean.



