Lo que Diego diría en su cumple: «nada por festejar»

Bertol Brecht decía que «el peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa. No sabe que el costo de la vida, el precio de las alubias, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de que los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los males: la pobreza institucionalizada». Cabe preguntarse si hoy, en esta nueva modernidad, no hay un personaje aún más devastador: el «autodesinformado». Con ingenuidad candorosa las nuevas generaciones de «nativos digitales» se han tragado el cuento de que los medios virtuales les iban a facilitar la «verdadera» libertad en la información. Que los acontecimientos no puedan comprenderse sin su historia no significa que el análisis histórico sirva de justificación moral. Así pasamos a ser gestores de la realidad, en vez de creadores de realidades.
La transgresión es una formidable herramienta de poder. No es solo cómo se trasgrede, sino cuándo y desde dónde. Vivimos en permanente estado de alerta emocional, la realidad se fragmenta de escándalo en escándalo y se fabrican estados de ánimos gracias al cinismo de unos medios dominantes que impiden que percibamos lo realmente importante. Como el «formidable éxito» del salvataje económico de un país quebrado, por la pericia y el talento de un niño voraz oxigenado color calabaza. ¡Qué cinismo!
Seguir debatiendo por qué los pobres votan en favor de los intereses de los ricos es ya una cuestión de no saber nombrar lo que no podemos imaginar. Las elecciones del domingo supuran. Se votó con el «sandwich» en la mano, el del niño que no quiere compartir la merienda en el recreo. Se buscan explicaciones, si las hay, para el diván. Los politólogos están desaparecidos.
Este 30 de octubre Diego hubiera cumplido 65 años. Un día amargo, con nada por festejar. Con el orgullo villero insertado en las tripas, seguramente, nos hubiera regalado alguna «perlita». Nunca se olvidó de volver de donde salió. No paró de regresar al lugar del que nunca se fue. Alguien como él, negrito y villero, sólo podía ser «integrado» en la medida del éxito que lo sustentara. El furibundo rencor de clase, el odio del racismo sin raza que se ejerce con la más exquisita crueldad en nuestro país, no tiene miramientos. Se le cedió el mismo espacio de ternura y cinismo que a los famosos negros americanos: algo de deporte y algo de música.
Sabemos que la muerte definitiva solo acontece con el olvido. Este país fatigoso te recordará siempre, Diego. Si un día regresas al mar de tu infancia debes saber que ese mar no te ha olvidado. Por muchas vueltas que hayas dado por el mundo ese mar te tendrá siempre en su memoria. En tiempos de Milei, cualquier clase de placer, como recordarte, sirve de arma contra su tiranía.
(*) Ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979.




