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Javier Serena: «La precariedad es una condición de este presente»

El autor español explora en su tercera novela el vínculo entre una actriz y un escritor y logra realizar una disección de esa relación en la que los dos sabían que había «un final señalado». 

¿Una pareja es dos personas que están juntas? El interrogante, que acaso intenta drenar en una primera instancia el malentendido en las relaciones sexoafectivas, se despliega apenas comienza Apuntes para una despedida (Almadía), del escritor español Javier Serena. Maite, una actriz que lucha por sobrevivir a las dificultades materiales, familiares (madre afectada por una esquizofrenia severa) y laborales en Madrid, recibe por primera (y última vez) el Año Nuevo junto al escritor y narrador de esta novela, quien se encargará de realizar una disección de esa relación en la que los dos sabían que había “un final señalado”, pero nunca lograban anticipar cómo ocurriría, ni cuándo, y se dejaban arrastrar “por una inercia natural que se interrumpiría por sí sola en el momento en que la historia agotara sus propias fuerzas”.

Aunque la prosa está teñida por la melancolía que derrama la inminencia de la pérdida, el estilo de Serena (Pamplona, 1982), director de la revista de literatura Cuadernos Hispanoamericanos, esquiva con elegancia la curva peligrosa de la cursilería, que podría hacer desbarrancar esta historia afilada y profunda sobre la fragilidad humana. En sus ficciones siempre hay escritores como protagonistas. La primera novela reconocida Atila, publicada en 2014, es sobre el escritor español Aliocha Coll (1948-1990), que tenía una literatura experimental; un autor casi ilegible, tan erudito como trastornado, que se suicidó a los 42 años. En su segunda novela, Últimas palabras en la Tierra (2017), explora a través de tres voces la existencia desesperada del escritor Ricardo Funes, que triunfa y poco después muere. Como otros escritores, extirpó de su itinerario creativo la primera novela que publicó, La tierra baldía, a la que define como una novela “onettiana” de ambiente rural, que transcurre en los años 50.

-“Apuntes para una despedida” es una novela donde no hay amor. ¿Estaba planeado de antemano cuando la empezaste a escribir que en esa relación brillara el desamor?

-Sí, una novela de un escritor y una actriz, una novela de parejas, me daba un poco de pereza o miedo, casi terror, escribir un libro sobre eso. Pero luego te encuentras con dos personajes que funcionan juntos y escribí varias versiones, hasta que encontré este narrador que huye de cualquier tentación de cursilería, que es el gran temor que puedes tener al escribir sobre una pareja. Yo creo que es el retrato de dos individuos que están juntos, más que de una pareja. Y es un libro no sé si de desamor o de no amor… Creo que es más de no amor. El narrador tiene ese punto de vista casi forense y va diseccionando todo. Jamás me planteé hacer un libro generacional, pero es verdad que es una novela muy de la época, de la vida en las grandes ciudades y de esas expectativas que no se colman a cierta edad. Supongo que hay algo de nuestra generación y es que estamos más volcados en el individuo que en la pareja, y se ve eso en los dos personajes, que tienen una gran tensión consigo mismos, con todo lo que han proyectado.

-La palabra “apuntes” en el título, ¿juega con la idea de una novela que pareciera que se resiste a ser novela?

-Sí, ese título raro rodea un poco la idea de crónica, de diario; es una novela que se resiste a ser novela. Quienes leen el libro pueden pensar que es una autoficción y que lo que se está contando es una historia de despedida literal. La etiqueta de la autoficción se la quiere quitar de encima todo el mundo, pero a mí no me importa porque lo más importante es el experimento literario que hay con los materiales vivenciales. Hay un escritor (no recuerdo quién) que decía que hoy todas las novelas que funcionan se resisten a ser una novela.

¿Cómo cambia el modo de explorar esa intimidad el hecho que sean dos personas vinculadas con el mundo del arte?

-Lo que cambia es que tienen unas expectativas más difíciles de colmar, ¿no? Estamos hablando de esa frontera donde te preguntas: “qué he logrado y qué no y quién soy”. Aparece más la precariedad, una palabra que se suele usar, por lo menos en España, para lo económico, pero hay una precariedad personal en los dos. Me parece también interesante la diferencia por el origen, incluso por el oficio. Él tiene una especie de capacidad de restablecimiento; ella, sin embargo, está como entre la cara y la cruz de la llamada de teléfono para que todo se solucione de repente. Sin tener una intención social, el libro muestra una persona que no tiene un origen que le permita crecer lentamente y acaba con un desahucio. Son dos personajes que no terminan de encontrar su lugar en la ciudad, que es un espacio importante, como un tercer personaje. Son dos inadaptados; dos extraños porque ninguno de los dos es de Madrid.

Nombraste una palabra clave: la precariedad. Hace 20 años atrás, la precariedad económica estaba entre los 18 y los 30 años. Hoy se ha extendido y puedes tener 40 o 50 y seguir viviendo en la precariedad económica, ¿no?

-Los ciclos de la edad no se cumplen: cuando llego a esta edad voy a estar de esta manera, eso no se da. Ellos saben que no se va a dar y esas expectativas no colmadas son profesionales y económicas. Yo digo medio en broma que Apuntes para una despedida es una nouvelle vague madrileña; la nouvelle vague es un género más francés, algo más burgués que madrileño. Sin haber querido hacerlo, es una novela generacional y la precariedad es una condición de este presente. Aunque Madrid tiene una situación económica aparentemente mejor que Buenos Aires, no es como esa riqueza de pocos que hay en Nueva York.

-¿El temor a caer en la cursilería que tiene el narrador es algo generacional?

-Sí, las generaciones de escritores españoles y latinoamericanos anteriores eran más cursis a la hora de narrar las relaciones amorosas. En este caso, la historia no pedía cursilería porque es una historia de no amor. Hay un esfuerzo por entender a dos personajes que están juntos, pero no llegan a estar del todo juntos; son una alianza, una sociedad de dos hiperindividuos que si están juntos es porque sienten que les ayuda a su “yo”. Cuando brindan en Noche Vieja lo hacen para que les vaya bien a cada uno por separado, no en sociedad. El narrador tiene ese punto de vista tan singular, aunque sea ligero, y hace una disección en la que va sacando el bisturí para ver qué ha pasado. Las relaciones amorosas es un tema que se aborda poco en la literatura hoy; da miedo meterse en ese terreno.  

Fuente: Pagina12

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