Hacer teatro hoy es un acto de resistencia

Los actores abordan el desafío de versionar, con dirección de Rubén Szuchmacher, el clásico de Chéjov. «Nuestros personajes no soportan la irrupción de lo nuevo, lo diferente, no aceptan el paso del tiempo», sostiene Santa Ana.
Después de haber hecho las fotos para la nota, Muriel Santa Ana y Diego Cremonesi se ubican en los sillones del hall de la Sala Casacuberta del Teatro San Martín –él con su mate, ella con una gaseosa– y miran a su alrededor: elogian el mural del artista Luis Seoane (El nacimiento del Teatro Argentino), Muriel promete llevarle a su compañero un libro sobre el tema y los dos remarcan la importancia de no naturalizar lo que están viviendo: hacer una de las obras más importantes de la dramaturgia universal –nada menos que un Chéjov– en el San Martín, bajo la dirección de Rubén Szuchmacher, con lo que definen como «un elenco soñado». Muriel es hija del legendario actor Walter Santa Ana y trabajó varias veces en estas míticas salas; para Cremonesi es su debut. La obra en cuestión es La Gaviota y puede verse de miércoles a sábados a las 20.30 y domingos a las 19.30 en el Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530).
Chéjov le dijo a su editor: «Es una comedia, tres papeles femeninos, seis masculinos, cuatro actos, un paisaje, muchas conversaciones sobre literatura, muy poca acción y diez toneladas de amor». Szuchmacher es un director puntilloso y decidió poner el foco en las zonas del humor. Santa Ana explica que «era necesario iluminar eso para registrar la
extrañeza de estos personajes, Rubén ayudó a que eso se vivificara
y no quedáramos melancolizados por la obra, porque el texto tiene una fuerte impronta melancólica si uno quiere entregarse a
esa línea». Cremonesi define al director como un «forense del texto» y comenta: «Uno se pone bajo la mirada de alguien que tiene un gran nivel de profundización sobre el material; Rubén hizo la adaptación junto a Lautaro Vilo, entonces hay algo muy importante en torno al trabajo con la palabra y el tono. De entrada fue claro que la comedia tenía que sobrevolar la obra y creo que la salva de lo solemne, le imprime un ritmo particular».
En relación al abordaje de ese tono, la actriz –quien a lo largo de su carrera trabajó mucho la zona del humor y siente orgullo de ser considerada una comediante– dice: «Hacer reír era algo muy
importante en mi familia. El registro del humor te da la
posibilidad de poner cierta distancia y creo que casi todos los personajes de la
obra tienen la suficiente como para observar situaciones muy dramáticas y reírse de ellas». Cremonesi agrega que el desafío más grande era «no caer en esa
melancolía y en el peso del drama de cada personaje, porque
todos viven un dramón interno; como espectador es divertido
ver cómo algunos viven ciertas cosas, ahí aparece la comedia».
–¿Cómo fue tu encuentro con Arkádina? Ella es la gran dama de la escena y uno de los personajes más importantes de la historia teatral.
Muriel Santa Ana: –Sí. Nina es un personaje que se hace muchísimo, sobre todo el monólogo final del cuarto acto. Yo no la pude hacer más que en los talleres de teatro. Confieso que Arkádina estaba en una esfera un tanto alejada de mis expectativas, sentía que era un personaje que estaba más allá de mi edad. Hay algo que la obra toca justamente en relación a esto. Siendo actriz empecé a ver la posibilidad de un diálogo que antes no registraba. Siempre me vi más joven, de hecho Arkádina es más joven que yo: ella tiene 43 años y yo tengo 57. Lo que más me llegó de ella es su situación en relación al trabajo: la misión de sostener un lugar como dama de la escena o diva. Esta fue la zona con la que más me asocié, pero rápidamente entré en el mar de fondo que es la relación con su hijo. Esa es la cuerda tensa que se rompe. Me puedo equivocar pero no creo que Arkádina no quiera a Kostia; ella no soporta el rol de madre y la demanda que implica tener un hijo.
Muriel señala algunas zonas claves en la puesta: la fama, los halagos y el efecto de esos halagos sobre los artistas, algo con lo que ellos mismos conviven. «Arkádina está ocupada en sostener el éxito y esa situación narcotizante que produce el aplauso. Ella intenta controlar eso que no se puede controlar: el paso del tiempo. No comprende que es una lucha perdida y la sigue dando, al punto de que es indiferente al sufrimiento de su hijo». Cremonesi explica que se trata de «personajes muy ensimismados, están pensando en sí mismos todo el tiempo, a veces con consecuencias muy crueles para su entorno».
El actor interpreta a Trigorin y asegura que representa muchas dificultades por la lejanía. «Él es un intelectual, un tipo consagrado. Yo estoy en una franja etaria similar y eso es interesante. Me parece que hay algo entre el texto y la mirada de dirección que a mí como actor me obliga a redescubrir nuevas texturas y colores todo el tiempo; eso siempre es atractivo porque significa que hay crecimiento».
La de Chéjov es una obra coral: los conflictos principales recaen en Santa Ana, Cremonesi, Juan Cottet y Carolina Kopelioff pero hay otros personajes (Vando Villamil, María Inés Sancerni, Mauricio Minetti, Pablo Caramelo, Carolina Saade, Diego Sánchez White, Fernando Sayago, Alejandro Vizzotti y Jimena Villoldo) y cada uno tiene su momento. «Por eso el rol del compañero es determinante», suma el actor. Santa Ana asegura que es «una obra con poder» y confiesa: «En los últimos días me
punteó arteramente por detrás, me encontré en situaciones de mi vida personal siendo intervenida por estas
emociones. En palabras de Rubén, es una obra donde los
temas esenciales son el teatro y la literatura».
Arkádina es una actriz legendaria y Trigorin es un escritor consagrado; Nina aspira a ser una actriz famosa y Kostia pretende romper la tradición con nuevas formas. La Gaviota es también una disputa entre generaciones, una tensión entre la tradición y la vanguardia, realismo y simbolismo. «Esa relación con el anhelo trajo una pregunta asociada al orden de lo misterioso:
¿cuál es nuestra relación con los sueños siendo actores, en un
camino que por momentos es muy tóxico para la dignidad humana? Los actores
siempre nos encontramos con situaciones difíciles desde lo digno y Arkádina no
es la excepción», señala Santa Ana, y la ubica como una obra que habla acerca de «los
narcisismos adultos sobre los jóvenes». Lo
que busca Kostia son las formas nuevas, él encarna la novedad y allí aparece la disputa con una madre que representa lo conservador. También es una obra muy simbólica: se llama La gaviota y, según el conteo de Muriel, se nombra 18 veces ese sustantivo.
–La obra tematiza la tensión intergeneracional y esta puesta incorporó a jóvenes actores y actrices a partir de un taller-laboratorio de convocatoria abierta. ¿Cómo es ese diálogo con los más jóvenes?
M.S.A.: –Ahí hay una movida muy fuerte de la dirección. Estamos acostumbrados a que los personajes jóvenes sean interpretados por actores de más edad. Al principio se barajó la posibilidad de llamar a actores de treinta y pico, pero Rubén planteó que si ponía a una Nina de 35 iba a tener que llamar a una Arkádina de 60 o 70. Esa apuesta es la enorme riqueza de esta obra: los cuatro personajes de 22 años están interpretados por actores de esa edad. Ese contraste entre nosotros y ellos es lo que configura una visión que no tiene que ser actuada: está ahí, ya es así. Juan Cottet hace de mi hijo y yo perfectamente podría ser su madre. El taller fue alucinante y hubo una gran cantidad de postulantes. Creo que ahí reside la enorme fuerza de este espectáculo. También se puede hacer una lectura política porque no estamos al margen: Argentina es un país que desprecia a la juventud, que mata a sus jóvenes. Acá aparece algo de eso. Nuestros personajes no soportan la irrupción de lo nuevo, lo diferente; no aceptan el paso del tiempo y el hecho de que tener que dejar su lugar a otros.
–Siempre hay un peso a la hora de hacer un clásico. ¿Cómo fue para ustedes?
Diego Cremonesi: –Creo que las decisiones de Rubén en torno al tono y la puesta ayudan a que la distancia que tenemos con esa sociedad y sus problemáticas se achique y uno pueda entrar a ese mundo. A veces el distanciamiento es muy grande por las temáticas abordadas y el contexto de la obra, pero creo que esta puesta contempla esa necesidad rítmica para que la obra fluya y no terminemos cayendo en ciertas lagunas. Para mí es un gran desafío. Junto con Hamlet y un par de textos más son los grandes elefantes del teatro. Hay que hacerlos con mucha responsabilidad, con mucha entrega, tratando de ser genuinos en la nueva puesta y corriéndonos de la comparación con todo lo que ya se ha hecho. Para quitarle la solemnidad hay que entregarse a la magia de la actuación y del encuentro con el otro.
M.S.A.: –Es muy suave la adaptación. La traducción es de Alejandro González. Está toda la obra, pero por una cuestión de sonoridad eligieron determinadas palabras, cambiaron una par de cositas de lugar y la segunda persona casi no se usa. Además de un gran cuentista y dramaturgo, Chéjov es un gran poeta. La obra es muy lírica. Y son personajes que, a mi entender, tienen una enorme fragilidad porque desconocen lo que les pasa. Están alienados en un rol pero recordemos que el psicoanálisis no existía. Arkádina, por ejemplo, es una mujer impiadosa pero para mí tiene todas las razones para ser como es y la defenderé siempre.
–El vínculo entre Arkádina y Trigorin está más narrado que mostrado en los primeros actos, hasta que se encuentran en una escena que expone todas sus miserias. ¿Cómo la trabajaron?
M.S.A.: –Lo que hace Chéjov es genial
porque, si uno quisiera, podría no dar ningún indicio de esa relación durante
toda la obra. Con Diego manejamos cierta energía: durante el primer acto ellos
comparten un mismo espacio pero no dialogan, en el segundo acto ni se
cruzan y en el tercer acto Chéjov escribe una escena para mostrar
quiénes son y de qué se trata esta pareja. Lo que muestra son las bajezas y, en
términos de Rubén, se trata de una negociación sobre la propiedad privada. De
lo que más se habla es de quién le pertenece a quién porque en algún momento se confirma que él le pertenece a
ella: Trigorin es el gran triunfo de Arkádina. Ella está al tanto de todo, no se le escapa
nada. Donde entra, ocupa el centro y controla; tiene un enorme poder de
manipulación pero también es una mujer desesperada.
D.C.: –Son dos personalidades muy destacadas en el ambiente cultural y la bohemia. Son relevantes y también son espíritus libres, bastante modernos para la época. Tienen un vínculo que no es tradicional, por lo que se da a entender se han dado ciertos permisos. Pero en esta pareja de pronto hay algo que va un poco más allá de estos acuerdos y en esa dinámica se potencian y explotan. A cada uno le suma puntos estar con el otro pero también hay algo pasional. Son dos que disfrutan mucho del elogio y se
retroalimentan. Me parece que lo más difícil para nosotros en esa escena es lograr que se condense algo de la historia de los dos. La idea es que el público pueda imaginar cómo son por fuera de esta pelea y entenderlos en ese funcionamiento que tienen.
Esta es una obra que habla del teatro y de los actores, y a lo largo de la charla se mencionó la palabra «dignidad» en relación al oficio. Cuando se les pregunta qué significa actuar en un teatro hoy, Cremonesi responde: «Para mí hacer teatro es un acto de
resistencia. Todo el colectivo actoral está volcado al teatro como
nunca porque es de lo poco que tenemos como campo laboral y siempre es lo que
nos va a rescatar. No somos actores por los laburos que nos dan. Si no nos dan trabajo, inventarnos una obra. Hacer teatro en este momento es muy
importante, casi revolucionario. Tener este espacio
en el que estamos convencidos de que generamos un hecho artístico en un
momento tan difícil para el teatro, el cine y la cultura, es una gran noticia».
Santa Ana, por su parte, registra un punto de inflexión en la pandemia y declara: «El mercado laboral tiene las reglas de todo mercado: cuando te necesita te abre los brazos y cuando ya no te necesita, te expulsa. Creo que el teatro está por fuera de esas lógicas; la actuación en un escenario es una zona rebelde. El teatro depende de la pura voluntad de la actuación. En los formatos audiovisuales hay otra ley asociada al aspecto técnico: ahí uno actúa para la cámara pero en el teatro lo único que tenés es tu compañero. Eso excede toda regla de mercado y es una zona de poder que los actores por lo general perdemos de vista; cuando entramos en las reglas del marketing nos debilitamos mucho». La actriz asegura que la pelea que hay que dar es «con uno mismo para no abandonar esa pureza profunda, ese fuego que alguna vez te llevó a querer actuar», y destaca: «No hay que olvidarse de eso ni quedar aplastado bajo unas reglas que no son nuestras. Uno tiene que aprender a negociar si quiere vivir de su trabajo, pero como alguien dijo una vez: ‘Una cosa es el arte y otra cosa es la venta de ese arte’. Hay que entender que son cosas distintas, tratar de sufrir lo menos posible y, cuando aparecen joyas como este proyecto, abrazarlas».
*Entradas disponibles en la boletería del teatro o la página web.