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Salomé Esper: «Los vínculos familiares son muy complejos»

La escritora jujeña trabaja con personajes ambiguos y perdedores en su primer libro de cuentos. El deseo corroe, oxida, raspa. Las fuerzas extrañas y fantásticas emergen en los entornos convencionales, entre amigos, en la pareja y en la familia. 

Siete cuentos con protagonistas “fuera de lugar”; personajes ambiguos y perdedores con un malestar que se expande sin estallar. El deseo corroe, oxida, raspa. ¿Se puede escapar del cuerpo, de la vida, que a veces parece repetir siempre la misma escena? ¿Lo que se repite es tranquilizador, confortable, o deviene la trampa perfecta que impide ser? En Querer es perder (Sigilo), la escritora Salomé Esper despliega las fuerzas extrañas y fantásticas que emergen en los entornos convencionales, entre amigos, en la pareja, en la familia, con una ternura que esquiva la cursilería porque se ampara en esa especie de escudo protector que emana de lo tragicómico. Los hijos de un pescador “no reconocen la muerte porque todavía no la han visto, los peces pueden tranquilamente estar durmiendo”. Manuel, un padre primerizo, es “una persona que quiere evitar dormir para que su hijo siga siendo el mismo”.

Antes de los cuentos, Esper (Jujuy, 1984) publicó en 2023 la novela La segunda venida de Hilda Bustamente, también por la editorial Sigilo, que fue traducida al italiano y portugués. Lo curioso es que venía del mundo de la poesía y tenía en su haber dos poemarios: sobre todo (2010) y paisaje (2014), los dos títulos en minúscula, editados por pequeñas editoriales jujeñas. En realidad, confiesa que con su primera novela intentó escribir un cuento que se fue alargando. La protagonista, Hilda Bustamente, se despierta con “la boca llena de gusanos”. Como no ve nada y está muy oscuro, baraja dos hipótesis: se cayó de la cama en mitad de la noche o se olvidó cómo dormir después de 79 años. La cuestión es que descubrirá que está muerta y enterrada. “Bueno, salió esto”, dice la escritora y alza los hombros como si buscara restarle drama al reparto estricto de los géneros literarios.

“¿Podré seguir escribiendo?” La pregunta, cuenta Esper, aparece una y otra vez luego de cada libro que concluye. Le pasó después de editar los poemas y la novela. “La duda de si podré seguir escribiendo está siempre después de que termino algo. Hay un vaciamiento que se produce y entonces pienso que en algún momento la escritura se puede agotar. Me imagino que eso puede pasar”, aclara y admite que el título de los cuentos Querer es perder condensa ese temor. “No lo había pensado, pero es cierto que asocio mucho la escritura con esa parte del final de un proceso, que es algo gozoso, un espacio propio. ¿Y si pierdo la escritura qué?”, pregunta, pero no lo hace con un tono provocador, sino más bien con la íntima certeza de que es mejor asumir ese devenir probable que negarlo.

Nunca se plantea “escribir sobre un tema”. Esper no funciona así, aunque confirma que el tema de la pérdida aparece “repetido” y le causa mucha gracia porque el primer germen es un gesto, una anécdota, un estímulo que ella define como “muy específico” y que desata la trama de sus historias. El punto de partida puede ser también el personaje, que suele “dirigir” la historia como si fuera un director de cine o de teatro. En “Dale un pez a un hombre”, el primer cuento del libro, surgió la imagen de alguien cargando un pez gigante. “Lo natural es que fueran dos pescadores -confirma-; a partir de ahí fue la pura escritura. No tengo un plan previo, porque cuando tengo una idea de que quiero que pase algo, me cuesta más llegar ahí y lo disfruto menos también. Disfruto más cuando me encuentro con la misma escritura. Muchas veces escucho a escritoras que dicen que escriben lavando los platos o caminando. Lo intenté; no hay forma: yo solo escribo cuando estoy escribiendo”, destaca Esper. 

En los cuentos de Querer es perder, la pérdida está asociada al deseo. “Todo se pierde, se pierde antes de terminar de ganarlo, se pierde solo por desear, este es un mundo de perdedores convencidos de que hay que ganar”, advierte el narrador del relato “Primerizos”, donde se condensa el temor a la maternidad y a la paternidad.

“La primera idea tenía que ver con el afecto y el amor hacia las mascotas y me pregunté qué pasaría si esa mascota por la que se siente un amor tan profundo cambiara de forma. Seguiría siendo el mismo amor, pensaba yo. Entonces me di cuenta de que lo tenía que hacer con los hijos; que los que cambiaran fueran los hijos”, recuerda Esper el backstage de la escritura de esos padres del cuento titulado “Primerizos”. “Todos los vínculos familiares son complejos; un gesto, una palabra, puede marcarte desde chico y puedes estar esperando todavía la aprobación, el empuje o la validación de tus padres. La familia me parece algo muy turbio, pero no por mi experiencia con mi propia familia, que está llena de amor con todas las disfuncionalidades que tiene, como todas las familias”. La escritora define a su familia como “bastante normal”, con padres que nunca se separaron. Ella es la menor; con su hermano se lleva 9 años y con su hermana mayor la diferencia es de 12 años. El padre, con un diagnóstico de demencia, no llegó a leer ninguno de los libros que publicó.

Estudió Comunicación Social en la Universidad Nacional de Córdoba, pero podría haber realizado también la carrera de antropología o cine. Como su pareja es mexicano, decidió probar cómo era vivir en México. Y lo hizo entre 2014 y 2021, durante siete años. Allá empezó a colaborar en 17 Editorial. Como asistente, leía y corregía mucho y luego ascendió a la coordinación, un puesto que mantiene, a la distancia, trabajando desde Córdoba. Le gusta lo fantástico y lo weird y menciona que le interesa la escritura de Roque Larraquy, el autor de La comemadre, Informe sobre ectoplasma animal y La telepatía nacional. Desde muy chica supo que quería escribir. En su casa en Palpalá había libros: varias enciclopedias, la Biblia, una antología de poesía, y la infaltable Mafalda, de Quino. “Me acuerdo de la sensación de seguridad que me daba tener libros en mi casa”, subraya con una sonrisa.

“El género más difícil de escribir es el cuento”, afirma Esper después de haber escrito poemas y una novela. “Cuando empecé con los relatos, me dije, ¿en qué me metí? Pero a la vez me gustó escribirlos porque disfruto cuando puedo cerrar algo rápido y saltar de una escritura a otra me da alegría”.

¿Cómo trabajás lo fantástico o lo extraño en la escritura?

-Prefiero que sea una irrupción muy puntual y eso lo veo en común con los cuentos y la novela. Me gusta enfrentar a los personajes con algo que los descoloca. Lo que más me divierte de lo fantástico es poner en jaque a los personajes. ¿Cómo manejar eso que está pasando? ¿Me cambiaron mi hijo? Uno se adapta muy rápido a lo malo y a lo raro, y lo fantástico empieza a ser parte de la rutina cotidiana.  

Fuente: Pagina12

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