Espectáculos

Thundercat construyó una obra maestra del groove en su regreso a Buenos Aires

El músico partió de la abstracción y la experimentación para esculpir un groove potente, curvo, hermoso, onírico, delirante, bailable y esotérico.

Nina Simone tuvo razón cuando dijo que las personas negras son las criaturas más hermosas del mundo. Y es que lo que hizo Thundercat en su vuelta a Buenos Aires en la noche del domingo, en la sala C Art Media, trascendió lo sublime. No se trató de un show. Sería demasiada elementalidad llamarlo así, porque fue lo más cerca que una performance musical puede estar de una obra maestra. Poco antes de morir, el emperador Augusto, fundador del Imperio Romano, se jactaba de que había encontrado una Roma de ladrillo y la dejó de mármol. Esa imagen le sienta perfecta a la hora y media de actuación, debido a que el músico estadounidense partió de la abstracción y la experimentación para esculpir su groove: uno potente, curvo, hermoso, onírico, delirante, bailable y por sobre todo esotérico.

El álter ego de Stephen Lee Bruner convirtió a su bajo en la varita mágica, al mejor estilo de Harry Potter, para hacer alquimia en tiempo real de buena parte de la tradición de la música negra. Traducida a su manera, por supuesto, aunque supo encontrar complicidad en su brujería. A siete años de su único show local, de la mano del disco que lo disparó hacia la galaxia, Drunk (2017), esta vez regresó para ponerse al día. Estaba en deuda con su último álbum de estudio, It Is What It Is (2020), pero aprovechó para tantear alguna de las canciones que constituirán su inminente álbum. Cuando este diario lo entrevistó, sobre lo que se viene sólo se limitó a revelar: “Lo que me inspira a crear música son cosas tan simples como caminar. Canto acerca de esa imagen, al igual que de la idea de la vida y la muerte”.

Sin embargo, una vez que pisó el escenario, el artista abrió el espectro de tópicos en el que encuentra inspiración. Para muestra estuvo la novel “Children of the Baked Potato”, en el que primaron la libertad, la resistencia y la evolución. De la misma forma que el Big Bang o como si fuera una recreación del Génesis bíblico, el tema partió de la nada. El baterista Justin Brown comenzó a arañar los platos con sus palillos, para luego hacerlo en el redoblante. Entonces el nativo de Compton (semillero rapero donde germinó el legendario grupo N.W.A.) se sumó con su instrumento. Mientras la base rítmica dialogaba, desde el otro extremo del tablado el tecladista Denni Hamm los contemplaba. Recién se involucró en la jam luego de que sus compañeros entraran en sintonía, lo que dio pie a la parte cancionera.

A esos casi 10 minutos de debate entre el caos y el placer, le secundó el vertiginoso free jazz marciano (como si hubiera sido tomada prestada de la banda de Max Rebo en El regreso del Jedi) “How Sway”, incluido en It Is What It Is, al que mecharon con otro tema del mismo palo, pero de surfeo más rítmico: “Uh Uh”, partícipe del repertorio de Drunk. De ese mismo disco rescataron el melódico funk “A Fan’s Mail”, cuyo inicio, a punta de maullido gatuno, recuerda el abolengo del músico. A continuación, volvieron al último álbum de Thundercat para rescatar el tributo del bajista a su mutante colega Louis Cole, “I Love Louis Cole”, especie de hardcore (con ganas de llevar su cadencia hacia el ajetreo electrónico del drum and bass). La intensidad contrastó con esas voces angelicales.

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Acto seguido, esos 160 bpm pudieron materializarse en la también inédita “ADD Through the Roof”, que arrancó comportándose como un R&B psicodélico. Vaya que tenía sentido tamaña locura: en el universo de Thundercat todo es posible. De eso dio fe la seminal “Heartbreaks + Setbacks”, suerte de funk a destiempo al que enlazaron con otro tema de ese palo: el fabuloso “Friend Zone”, armado a partir de una construcción más progresiva y de una gama pop próxima a lo espectral. Justo esto le vino bien para conectarlo con una canción que sí apela abiertamente por esa impronta fantasmal: “King of the Hill”. Uno de los clímax del recital, al punto de que el californiano, al igual que sucedió en el tema anterior, dejó que algunas partes las cantara el público, que ya se había prendido a la narrativa performática.

Tras avisar que estaba por sacar nuevo álbum, noticia que condimentó con la flamante «Candlelight”, el artista empezó a bailar y batir sus clinejas mientras tocaba el funk armonioso «Black Qualls», escoltado por la primaveral “Overseas”. Así se iniciaron los mejores últimos 30 minutos que se hayan gozado este año en un recital en la ciudad. El soul acaramelado “Dragonball Durag” fue el disparador de un viaje hacia el fondo del groove, en la que la melosa “Show You the Way” se puso medio impúdica y donde “Funny Thing” dio licencia para el baile. El bajo gordo y ritmo gravitacional del hitazo “Them Changes” puso a flotar de amor a una sala emocionada, dejándole la mesa servida a «No More Lies» (colaboración entre Thundercat y Tame Impala) para raptar al público hacia un lugar del que seguro jamás querrá volver. 

Fuente: Pagina12

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