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Verdes ruidos oír se dejan

La única pregunta que volvió a imponerse tras el salto del dólar es si el Gobierno podrá aguantar hasta las elecciones sin corregir, con devaluación “formal”, las graves deficiencias programáticas de su esquema económico. El interrogante ratificado no es el qué sino, tan sólo, el cuándo.

La única pregunta que volvió a imponerse tras el salto del dólar es si el Gobierno podrá aguantar hasta las elecciones sin corregir, con devaluación “formal”, las graves deficiencias programáticas de su esquema económico. El interrogante ratificado no es el qué sino, tan sólo, el cuándo.

Como debe ser, el análisis estrictamente técnico de lo que sucede corresponde a los especialistas del área. Pero tampoco se trata de ceder, sin más trámite, a la habitual extorsión de que apenas pueden opinar los entendidos. Y mucho menos en el terreno económico, que es una ciencia social atravesada por las decisiones políticas y las relaciones de producción.

Los aspectos centrales de la economía, ante todo en lo relativo a quiénes se ven favorecidos por tales o cuales medidas, están a mano del entendimiento general. Después juegan los factores subjetivos que, si es por cálculos electorales de corto plazo, son o pueden ser tan o más influyentes que las grandes planillas, reales o dibujadas: no hay otra chance que ésta porque la oposición no existe; no quiero volver atrás; prefiero al loco conocido que a los sabios por conocer; no llego a fin de mes, pero aunque sea puedo calcular la inflación. Etcétera.

Lo problemático es que ese cortoplacismo analítico choca de frente contra el elefante del bazar, como ya ocurrió con las tres M que precedieron a Jamoncito.

Sea antes o después de septiembre y octubre, nadie en su sano juicio debiera confiar en la estabilidad de un programa que, más allá del efectismo, ni siquiera es un plan.

Una deuda externa impagable frente a cuya insolvencia estructural advierte el propio Fondo Monetario (de las 137 páginas del documento del organismo, los tramos más relevantes indican que se necesitarán esfuerzos enormes, de dudoso resultado, para llegar a las metas propuestas). Es endeudarse sin parar para, solamente, seguir endeudados.

Le siguen, en orden aleatorio o complementario, un déficit estremecedor de la cuenta corriente en dólares. El proceso inflacionario a la baja a través de restringir el consumo masivo. Un asomo de recesión consecuente, con incremento de cierres, quebrantos y suspensiones. Comercios vacíos. Ceder a la presión gauchócrata mediante la baja de retenciones, sin más contrapartida que ajustar en el botín de la clase media porque, de ahí para abajo, queda antes nada que poco para continuar apretando.

Ante esa realidad y panorama, estimulados por la trepada verde que es una pasión argentina hace décadas por más que la mayoría de “la gente” no haya visto un dólar en su vida, el Gobierno pretendió contestar arrojando a sus mastines convertidos en caniches.

El jueves, a media tarde, Caputo Toto ordenó filtrar, con sus delegados del periodismo independiente, que la suba del dólar era producto de las maniobras especulativas de tres bancos: Macro, Galicia y Bapro.

Aun si concediéramos que el último procedería de esa forma por obra y gracia del pérfido enano soviético, se complica que los dos primeros conformen el “riesgo kuka” aludido por el autor de “si te parece que está barato comprá dólares, campeón”.

Fue patético ver desfilar a Toto, a Jamoncito y al presidente del Banco Central por las señales de streaming de sus militantes. Encima, perdieron por goleada contra las imágenes del Conicet en el fondo del mar.

Toto, en particular y pese a los centros que no cesaban de lanzarle, se mostró nuevamente apichonado, disperso, confuso. Es un especialista como timbero de sus amigos, pero una imagen del fracaso cuando las papas queman. Y el Presidente, que también de nuevo divagó con dibujitos de variables financieras y haciendo imitaciones bizarras, frente a uno de sus voceros preferidos, equiparó a Toto y su peligro kukardo al insistir con la traidora Villarruel como numen de que les rompieron el equilibrio fiscal.

Va de suyo -o debería ir- que si el drama o los inconvenientes consisten en la amenaza kirchnerista, o en las andanzas de La Generala que no puede, no quiere o no sabe manejar al Senado, algo no funciona en términos de fortaleza vertebral.

Podrán recurrir a aumentar los encajes bancarios, o al renovado ¿apoyo? del FMI para que mire (muy) al costado sobre el incumplimiento de las reservas comprometidas para esta altura. Pasaron la próxima revisión, que de pura casualidad era en octubre, a enero de 2026. Se supondría que, entonces, los libertaristas habrán cumplido su vaticinio de arrasar en las urnas. Y que, en consecuencia, tendrán las manos casi libres para avanzar en las exigidas reformas de(l) fondo: previsional, laboral e impositiva. Todo se supone.

Podrá ser cierto que la sacudida formó en verdad parte del plan, devaluando pero sin pronunciar la palabra maldita.

Podrá acontecer, en síntesis, que el Gobierno tenga desde lo técnico unos varios respaldos, o artilugios, para sostener los trapos hasta las elecciones.

Pero no hay manera de que esos recursos basten a mediano y largo aliento, a menos que esta sociedad se resigne tranquilamente al destino de “peruanización”. Un modelo ya sabido y reiterado que, a salvo de toda crisis política, excluya a sus grandes mayorías y consiga el “éxito” de una firmeza meramente extractivista, basada en minería, energía y recursos naturales. Una economía de enclave. Primarización productiva. Ejército de desempleados y falta de trabajo. Consumismo innecesario, que no consumo, desde las franjas dinámicas que sobrevivan.

Otra pregunta cansadora. ¿Puede salirles bien?

Y otra respuesta que agota: depende de la capacidad de reacción de los sectores significativos. Una mirada exclusivamente embroncada dice que un personaje como Javier Milei llegado a Presidente habla mal, muy mal, de una parte muy grande de los argentinos. Habla de su baja o nula tolerancia a la frustración, tomado lo que pasó con el último gobierno peronista.

Pero es simultáneo que otra parte da pelea a como puede, carente de grandes referencias de liderazgo. Para peor, una de ellas está presa. Y los armados electorales de la oposición disimulan, infructuosamente, que son un rejunte. Incluso, dentro de ellos hay quienes se animan a desafiar desde el secesionismo. O algo así.

En lo instintivo, se comprende el enojo y hasta la furia contra los votantes y/o resignados a esta… cosa que gobierna. En las profundidades, en cambio, es cuestión de asimilar el fenómeno para (intentar) ver cómo se lo supera. Es otra reiteración obvia, pero válida.

Hay quienes se enojan, mucho, frente a la sucesión de conceptos y perspectivas ya señalados una y otra vez. Ajá. ¿Y qué se pretende? ¿Que por la mera búsqueda de originalidad quepa ignorar las demostraciones exhibidas por la historia y el presente?

Lo enseñado por esta semana de tembladeral con el dólar es una letanía. Y no es justo que se le pidan sólidas refutaciones a quienes atraviesan el cotidiano del sufrimiento, del achique de cinturón, de la ausencia de horizontes favorables.

Tiene la palabra una dirigencia que, por el momento y hasta donde llega la vista, se agota en putear a Milei. En el denuncismo de sus dislates. En el asombro por sus groserías incrementadas e interminables. En el señalamiento de sus corruptelas, menores u ostentosas.

Véase, por ejemplo, el casi nulo rebote mediático de la cámara -no oculta: abierta- que presentó al ministro ¡de Justicia!, Mariano Cúneo Libarona, un ícono noventoso, haciendo lobby con otro adefesio siniestro al que la Comandante Pato designó como tal. ¿No rebotó por solidaridad corporativa del entramado mileísta? ¿O no conmovió, en primer lugar o además, porque al grueso de la sociedad le importa un bledo lo que ya sabe que “es así”?

Justamente, cuando “es así” debiera imponerse un conjunto de referencias dirigenciales que digan no. No es así, o no debería serlo, porque se dispone de tales valores que no se negocian, respaldados en trayectoria y ejemplaridad individual.

Esto último va, inclusive, antes que el marco propositivo.

Y respecto de eso, si algo parece estar cristalino es el hecho de que ninguna propuesta ni nada que intente serlo, absolutamente nada, podrá convencer si sólo tiene olor a pasado.

No es la nostalgia peor de añorar lo que nunca jamás sucedió, porque sí que estuvimos mejor que ahora. Es, simplemente, que ese discurso ya no sirve en los tiempos del presente perpetuo y de la falta de memoria.

Fuente: Pagina12

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