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El ojo, los viejos apaleados y el país de purpurina de Tevez

Un ojo. Solo un ojo. El estallido de un globo ocular en una sociedad donde se mira poco es devastador. Mirar es una forma más de habitar el mundo. Al final lo que vemos -y como lo vemos- nos define. Exige algo de nosotros. Ojos dispuestos a detenerse, a atravesar el odio, a buscar un rastro de humanidad que nos vincule con lo que vemos. Sólo se ve lo que se mira, y sólo se mira lo que se está preparado para ver. Los costes de perder de vista esta mirada puede abrir la brecha entre el mundo que habitamos y el que tenemos la responsabilidad de construir, siempre bajo el imperativo “kantiano” de un mínimo de esperanza y de justicia. Lo exige Jonathan Navarro, hincha de Chacarita, afectado por la perdida de visión absoluta en su ojo izquierdo como consecuencia de una bala de gas pimienta disparada por un agente de Prefectura (hoy identificado) en la ya conocida marcha de los “viejos apaleados”.

Algo brutal, que está ahí, cada semana: represión, maltrato, desprecio, y una violencia avasalladora de gases, sangre y palos, de una fuerza de choque que se exhibe a plena luz del día, sin prejuicios ni complejos, asistida por una derecha ultra de profetas belicistas que huelen a sangre y babean. Y de pronto, como si nada, por detrás del decorado aparece Carlos Tevez manifestando que gracias a Milei, Argentina es reconocida en todo el mundo. Un país de confites y purpurina. 

Jonathan Navarro, hincha de Chacarita que perdió la visión del ojo izquierdo por la represión policial.

Lo dijo, seguramente, en nombre del “mundo libre”, un clásico neocolonial recuperado para esta nueva modernidad, cuando lo cierto es que este Gobierno se ha convertido en una inquietante máquina de violentar, aterrorizar, de deshumanizar al otro, de inferiorizar para dominar, de colocar a las personas contra las personas, de alimentar la cultura del odio, la mentira, de distorsionar los hechos, atacar la solidaridad, declarar los derechos humanos como una amenaza, alimentar la furia racista, xenófoba, sexista, homófoba, que desemboca en un odio obsceno, irracional, robando derechos, despojado de la solidaridad más elemental, de la cohesión más primaria, recortando el dinero dedicado a la salud, la educación, la cultura, la ciencia, las jubilaciones, con un presidente antiabortista, antivacunas, amante del mercado de armas y órganos, negacionista de la dictadura, del calentamiento global, de la igualdad de género, plebeyo de Trump, de Netanyahu. ¿Sinceramente, qué te atrae Tevez del personaje?

El proyecto ultraliberal tiene su particular idea de “genocidio”: destruir toda idea de “genos”, es decir de comunidad, de memoria, de vínculo social y de cualquier legado que nos permita ser algo más que individuos aislados.

Una de las razones del auge del autoritarismo es que parece muy fácil fundar un movimiento de extrema derecha. Basta un celular, expresar unas cuantas barbaridades, proclamar soluciones drásticas, grandilocuentes e irreales, y retórica de mano dura. Lo gracioso es que el que los vota cree que la mano dura solo afectará a los demás, no a él. Hasta que va a un hospital o a una escuela pública, o quiere alquilar un departamento, o se queda sin trabajo y se da cuenta de que ya hay solo dos clases, y tú no estás en la que pensabas, solo porque tengas la tele más grande de la tienda que pagas a plazos. La ficción de ser clase media, y no un trabajador de toda la vida, es la que hace pretender protección de los que son más pobres que tú, cuando en realidad tienes más en común con ellos que con los que te venden la epifanía.

Todos sabemos lo que pasa con los países de confites y purpurinas cuando los indignados, los atomizados, los expulsados de todo interés común abandonan de pronto su aparente indiferencia y recuperan aquellos sueños dormidos que todavía no han sido derrotados.

(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979

Fuente: Pagina12

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