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Ozzy Osbourne, pionero de dos géneros extremos: el heavy metal y los reality shows familiares con «The Osbournes»

El programa se estrenó en 2002, ganó un Emmy, y fue un éxito inmediato para MTV. Hoy se lo reconoce como el primer reality show en el que se destacó una familia famosa, y del cual se inspiraron Gene Simmons, de Kiss, y las Kardashian. Ozzy mostró su faceta más humana e hilarante. 

Los primeros años de los 2000 estaban saturados de pop, comercio global, tecnología y toneladas de internet. En ese contexto vibrante —rebasado de optimismo digital—, pensar en Ozzy Osbourne o Black Sabbath parecía un anacronismo. ¿Qué lugar podía tener el “príncipe de las tinieblas” entre webcams, ídolos teen y la cultura Y2K? Y, sin embargo, incluso en ese paisaje ajeno, Ozzy volvió a ser pionero. En busca de una nueva audiencia, la leyenda del metal abrió las puertas de su mansión —y de su vida privada— a las cámaras de MTV. Así nació The Osbournes, el reality más exitoso en la historia de la cadena, que pavimentó el camino para fenómenos posteriores como el de las Kardashians. Sí: también fue el rock el que prendió la mecha del formato que hoy incendia las señales y plataformas de todo el mundo.

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Aullaba sobre el escenario, se disfrazaba, discutía con sus hijos, y gritaba “¡Sharon!” por los pasillos de una mansión californiana invadida por cámaras. Ozzy Osbourne no solo fue el profeta del heavy metal, sino también —sin proponérselo del todo— un pionero en el arte de televisar lo íntimo, lo caótico, lo real: su propia familia.

Pero pocos recuerdan cómo esa leyenda del hard rock terminó convertido en un improbable rey de la TV. Y no de cualquier TV: una que lo consagró con ratings millonarios, lo volvió ícono pop para una nueva generación… y hasta lo premió con un Emmy.

De los videoclips al caos hogareño: cómo MTV encontró oro en casa de los Osbourne

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La realidad es que MTV atravesaba un momento bisagra. Había comenzado a reducir la emisión de videoclips —su esencia fundacional— y apostaba cada vez más a los reality shows. Uno de los primeros experimentos fue The Real World, una suerte de Gran Hermano con estética cruda y libertades narrativas. 

Luego llegó MTV Cribs, una vitrina del lujo: mansiones de celebridades de todo tipo —cantantes, productores, actores, estrellas de la NBA y la NFL— desfilaban ante las cámaras mostrando sus excesos. Y en el primer episodio, ¿quiénes aparecieron? Los mismísimos Osbourne.

Jack y Kelly tenían entre 14 y 16 años. Sharon, como siempre, desde las sombras con la astucia de una mánager nata. Los adolescentes querían mostrarse, empezar a construir sus propias carreras, y ese episodio de Cribs fue la oportunidad perfecta: condujeron el tour por la excéntrica mansión familiar que, sin saberlo, se convertiría en el set del reality más visto. El rating fue explosivo. Y el resto fue historia.

«Creo que Cribs terminó siendo solo un segundo video de audición. Éramos nosotros en casa, con nuestros padres, mostrándoles el lugar a todos y disfrutando de la experiencia», relató Jack Osbourne, en una entrevista con el sitio The Ringer.

Una comida, una anécdota y una idea millonaria

Los productores Rod Aissa y Greg Johnston, junto con la ejecutiva de MTV Lois Curren, invitaron a los Osbourne a almorzar al célebre restaurante The Ivy, en Los Ángeles. No hubo guiones ni contratos sobre la mesa: fue, como contó Johnston, «una comida abierta, para charlar y pasar el rato».

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Sharon —siempre en rol de narradora imbatible— comenzó a relatar anécdotas familiares con un desparpajo «magnético». Una de ellas fue decisiva: recordó la vez que uno de los perros se atragantó en plena madrugada, Ozzy se levantó desorientado, tropezó y terminó cayéndose sobre el animal. Todos estallaron de risa. 

El incidente, absurdo y doméstico, fue revelador: esa vida, con sus gritos, mascotas y torpezas nocturnas, ya era un guion perfecto. Sin buscarlo, Sharon había vendido el programa. “La idea original era simplemente: ‘Jack y Kelly quieren trabajar como VJs para MTV’”, contó años más tarde Jack Osbourne. Pero bastó una cena para que el plan mutara por completo: “¿Y si hacemos The Real World, pero en su casa?”. 

Para dos adolescentes, la propuesta era un sueño. El mencionado programa era uno de los programas más grandes del momento, y la posibilidad de tener su propia versión familiar sonaba tan insólita como irresistible. 

Lo que empezó como un experimento terminó transformándose en uno de los formatos más disruptivos de la televisión: sin guion, sin maquillajes, con insultos, perros y gritos reales. Lo cotidiano, en su versión más desordenada, se convirtió en espectáculo. Y Ozzy, el ídolo de multitudes, quedó atrapado —y a veces abrumado— en su propio zoológico doméstico.

Rating, premios y drama real: cuando la vida se volvió show

The Osbournes se estrenó en marzo de 2002 y fue un éxito inmediato. En su primera temporada, promedió más de 5 millones de espectadores por episodio: cifras astronómicas para MTV y para cualquier reality show de la época, de acuerdo con la revista Billboard.

La crítica, que en un principio miró el proyecto con escepticismo, terminó rendida ante la fórmula inesperada: un padre legendario del metal —pero humano y enternecedor—, dos hijos desafiantes, una madre afiladísima y una casa llena de perros, gritos y caos sincero. Aimee Osbourne, la hija mayor, decidió no participar en la serie, lo que resaltó aún más la singular dinámica familiar. 

En 2002, el programa ganó el Emmy al “Mejor Reality Show”, desbancando a producciones más convencionales y consagrando una nueva forma de narrar lo doméstico.

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Pero no todo fueron bromas y groserías subtituladas. La serie también documentó algunos de los momentos más difíciles de la familia: el diagnóstico de cáncer de colon que enfrentó Sharon con una entereza feroz y sin esconder nada frente a cámara; el accidente en cuatriciclo de Ozzy en 2003, que lo dejó en coma durante días tras estrellarse con su moto de campo en su propiedad de Inglaterra. 

Lejos de cortar la emisión o proteger la intimidad, los Osbourne mostraron todo: las visitas al hospital, las lágrimas, la recuperación. Si la televisión de realidad prometía “vida real”, los Osbourne entregaron la suya entera, sin cortes desde el 5 de marzo de 2002 al 21 de marzo de 2005, a través cuatro temporadas, y con un total de 52 episodios.

Antes de las Kardashian: el reality familiar nace con los Osbourne

El legado de The Osbournes no solo se mide en ratings o premios: su verdadero impacto fue haber inaugurado un nuevo género televisivo. 

Antes de que el apellido Kardashian se volviera sinónimo de fama, cámaras y escándalo, la familia Osbourne ya había enseñado que lo íntimo podía convertirse en espectáculo, que una casa desordenada valía más que cualquier set armado, y que los conflictos familiares no necesitaban libreto para cautivar a millones.

Keeping Up with the Kardashians, que se estrenó cinco años más tarde, tomó la fórmula y la convirtió en imperio. Pero no fue la única: The Simple Life con Paris Hilton y Nicole Richie, The Ashlee Simpson Show o Gene Simmons Family Jewels son apenas algunos de los programas que siguieron la línea marcada por los Osbourne: famosos haciendo de sí mismos, entre lo absurdo y lo vulnerable, lo cotidiano y lo mediático.

Sin saberlo, Ozzy, Sharon, Jack y Kelly habían creado una escuela. Una donde las cámaras nunca se apagan, y la fama se construye casi automáticamente si hay una historia que contar.

Ozzy más allá del metal

Con la muerte de Ozzy Osbourne, el mundo despide a una leyenda que superó los límites de la música. No solo fue la voz fundacional del heavy metal junto a Black Sabbath, ni los más de 100 millones de discos vendidos: también fue el primer rockstar en convertir su vida cotidiana en un espectáculo sin filtros. The Osbournes no solo cambió la televisión, sino que anticipó la era de la celebridad expuesta y la intimidad como show.

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Ese legado, hoy más vigente que nunca, puede verse completo en el canal oficial de los Osbourne en YouTube. Y vale la pena volver a él: para reír, para recordar, y para entender que Ozzy fue mucho más que un ícono del metal. También fue un espejo, ruidoso y entrañable, de todo aquello que sucede cuando nadie apaga la cámara.

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Fuente: Pagina12

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