Inédito: es argentino y creó anteojos inteligentes que detectan gases tóxicos en tiempo real y salvan vidas

En pleno invierno y con una nueva ola polar afectando a gran parte del país, las noticias sobre intoxicaciones por monóxido de carbono se repiten con una frecuencia alarmante. En los últimos días, al menos nueve personas murieron en distintas provincias argentinas por este motivo, y los registros oficiales de 2025 ya contabilizan 473 casos, lo que representa un aumento del 57% respecto de años anteriores. Frente a este panorama, un joven emprendedor argentino desarrolló unos anteojos inteligentes que podrían convertirse en un aliado clave para evitar tragedias.
Cristian Moreno, de 25 años, acaba de recibirse como Licenciado en Tecnología de la Información en la Universidad de Palermo. Pero no es un recién graduado más: su proyecto de tesis fue distinguido con el primer puesto del «Premio Trabajo Final de Grado Banco Santander», que reconoce cada año a los mejores desarrollos tecnológicos de la Facultad de Ingeniería. ¿El motivo? Diseñó unos anteojos inteligentes capaces de detectar gases peligrosos en tiempo real y emitir alertas inmediatas al usuario.
El invento se llama Envirosaf Vision y, según explica su creador, nació de una inquietud muy concreta: «Quería crear algo que detecte riesgos en el entorno, algo accesible, práctico y que pudiera impactar positivamente en la vida de las personas». La semilla de la idea surgió, como suele suceder, en una charla familiar. Moreno les comentaba a sus abuelos —ambos ingenieros químicos— sus posibles ideas para el trabajo final. Ellos le hablaron de la contaminación en ciudades como Shanghái y de los residuos tóxicos en plantas industriales. Fue ahí cuando todo cobró sentido.
«Además, yo no tengo olfato. Esa experiencia personal me hizo dar cuenta de lo útil que sería un dispositivo que pueda alertarte si hay gases en el aire que no podés detectar. Y si además es portátil, mucho mejor», cuenta Moreno en diálogo con iProfesional.
Los anteojos activan alertas visuales y sonoras ante niveles peligrosos de gases
Así fue como, en tan solo dos meses, diseñó, testeó y ensambló un prototipo funcional de anteojos que incorporan sensores capaces de medir la calidad del aire. Si detectan concentraciones peligrosas de gases como monóxido de carbono, dióxido de carbono, amoníaco, butano, metano, benceno o humo, activan de inmediato una alarma sonora y visual.
El sistema funciona gracias a una placa ESP32 —el «cerebro» del dispositivo— y sensores MQ135, que procesan los datos en tiempo real. «El diseño está pensado para ser compacto, cómodo y con batería recargable. Lo monté sobre el marco de unos anteojos comunes, a los que también les incorporé luces LED y buzzers. Lo importante era que pudiera usarse en la vida cotidiana, sin complicaciones», explica.
Aunque en un principio pensó en técnicos matriculados que trabajan en instalaciones de gas, pronto entendió que su alcance podía ser mucho mayor: «El uso se puede extender a fábricas, laboratorios, hogares o incluso a personas que no pueden oler. También puede ser muy útil para adultos mayores o personas con alguna discapacidad sensorial».
Un invento con impacto social y potencial comercial
Lo que hace aún más destacable el logro de Moreno es que todo el proyecto fue autofinanciado con sus propios ahorros. «La inversión inicial fue de aproximadamente $100.000, pero con el ida y vuelta de la prueba y error, el costo final terminó duplicándose. Aun así, la idea era demostrar que con herramientas accesibles y componentes reciclados también se puede innovar», afirma.
Trabajando de forma totalmente individual, el joven desarrollador llevó adelante todas las etapas del proyecto: estudio de mercado, análisis de competencia, arquitectura de hardware y software, armado, pruebas en entornos reales y evaluación de mejoras. «Fue un proceso muy exigente, pero también muy gratificante. Mi mentor fue el director de tesis, cuyas observaciones fueron fundamentales para afinar los detalles», reconoce.
El reconocimiento del Banco Santander no solo incluyó un premio económico de $300.000, sino también una gran visibilidad en el ecosistema tecnológico. «Recibir esta distinción fue una enorme satisfacción personal y académica. Me dio confianza para seguir apostando a soluciones con impacto social. Desde entonces, surgieron oportunidades para entrevistas, publicaciones y propuestas para seguir desarrollando el dispositivo», cuenta emocionado.

Puede ser útil en hogares, fábricas, laboratorios o para personas con pérdida del olfato
Por ahora, Envirosaf Vision es un prototipo, pero su potencial como producto comercial es evidente. Moreno ya está evaluando la posibilidad de registrar una patente y, en un futuro, incluso lanzar una startup dedicada a tecnologías que mejoren la calidad de vida. «El dispositivo tiene un altísimo margen de mejora. Se pueden usar sensores más precisos, más compactos, con mejor autonomía, incorporar inteligencia artificial, una app móvil, y mucho más», detalla.
Pensando a cinco años, se imagina vendiendo la tecnología a ópticas que puedan incorporar este sistema en sus productos o licenciarlo a industrias con necesidades específicas. También vislumbra que grupos de rescatistas puedan llevarlos puestos para minimizar riesgos en zonas de desastre: «Hay muchísimos entornos donde esta tecnología puede ser aplicable. Desde un hogar con calefacción a gas hasta una mina subterránea», afirma.
Moreno no descarta emprender con otras ideas en el futuro, pero su norte es crear tecnología accesible que proteja vidas. «El premio me demostró que, con esfuerzo, lo que uno estudia y aprende puede traducirse en soluciones concretas. No tiene sentido hacer tecnología por hacerla. Tiene que servir para algo. Y si puede salvar una vida, mucho mejor», concluye.
Teniendo en cuenta que las muertes por inhalación de monóxido de carbono todavía se cuentan por decenas cada invierno, el desarrollo de estos anteojos inteligentes representa mucho más que un logro académico. Para Cristian Moreno, este proyecto es la prueba de que un emprendedor argentino puede transformar un problema cotidiano en una solución concreta, accesible y con impacto real.