Papa caliente

La condena a Cristina Kirchner se convirtió en una papa caliente para el mismo sistema que hasta el día anterior a su postulación la consideraba un cadáver político y ahora quisieran encerrarla en la luna. Primero imaginaron que la difamación persistente por parte de sus cómplices mediáticos sería suficiente para dejarla fuera.
La condena a Cristina Kirchner se convirtió en una papa caliente para el mismo sistema que hasta el día anterior a su postulación la consideraba un cadáver político y ahora quisieran encerrarla en la luna. Primero imaginaron que la difamación persistente por parte de sus cómplices mediáticos sería suficiente para dejarla fuera.
No alcanzó: ganó la reelección. Redoblaron la campaña, colonizaron el fuero federal y tampoco sirvió: ganó como vicepresidenta. Pensaron que su carrera política había sucumbido por el fracaso del gobierno de Alberto Fernández y la irrupción de Javier Milei. Hubo champagne y papel picado.
Hasta que anunció su candidatura y se acabó la fiesta. Entonces corrieron a ordenarle a la Corte que la condenara de una vez. Hubo condena y con eso perdieron control de la agenda, provocaron la unidad del peronismo y una convocatoria que impactó en la juventud con universidades y secundarios tomados y los accesos a la ciudad de Buenos Aires cortados por el movimiento obrero.
Ahora están los que proponen encierros terroríficos en el hospital penitenciario, o mandarla a una cárcel en medio de la nada con tobillera y restricción de visitas. Como si los multimillonarios argentinos, sus políticos, periodistas y jueces no pudieran visualizar más allá de sus ombligos cuando se producen fenómenos que no controlan. Los quieren reprimir y, en vez de eso, los alimentan.
La presencia frente al domicilio de Cristina Kirchner de miles de personas en estos días, son miles de historias que se multiplican, de jóvenes que personifican sus futuros en ella y de trabajadores que agradecen historias de sus pasados. Son proyectos que adquieren confirmación en esos pasados. Esa retroalimentación o dialéctica entre pasado y futuro identificado en una persona constituyó la permanencia del peronismo. Habrá quien se indigne, quien lo critique y no esté de acuerdo, por izquierda o derecha, pero no se lo puede ignorar.
La condena alineó a la sociedad también en función de sus historias. Cecilia Pando se encargó de difundir su festejo por la sentencia a quien permitió el juicio a los genocidas. Eduardo Feinmann comparó a la expresidenta con Videla, el genocida que defiende Pando, y se hundió en la campaña de regodeo en la mugre de los sufrimientos que debían aplicarse a Cristina Kirchner.
Cualquiera puede decir lo que se le ocurra. Pero una cosa es el culpable de violaciones de mujeres y hombres prisioneros, de sus torturas, asesinatos y desapariciones, como los genocidas. Y otra muy distinta tener una condena por seis años por un delito que ni siquiera fue probado y que solamente es una “conjetura” de los jueces.
Se ha instalado en los antiperonistas anteponer la palabra “chorra” cada vez que se refieren a Cristina Kirchner. Cosa que no está en la condena ni en sus fundamentos. Esa condena discutible, ni siquiera es por chorra, porque no pudieron armar la mínima prueba que sostenga esa acusación. La palabra “robar” no está por ningún lado.
El cargo es por “administración fraudulenta en perjuicio del Estado”. En ningún lado dice que se quedó con un peso, porque las propiedades y el capital de la expresidenta están en blanco, justificados y legales, no le encontraron cuentas en el exterior, como sí lo hicieron con sus denunciantes, no encontraron tesoros enterrados en la Patagonia ni en los muros de su casa, como mintió un periodista ya fallecido comprado por el Grupo Clarín.
Ni siquiera esta condena insostenible habilita la palabra “chorra”. La acusan de haber direccionado la obra pública en Santa Cruz a “un amigo de la familia”, por la constructora de Lázaro Báez. Pero ni siquiera puede usar la palabra “testaferro”, porque tampoco existe ninguna prueba. Y la acusación de haber “direccionado” es una conjetura por su carácter de Presidenta. Pero no pueden mostrar una orden escrita ni verbal en ese sentido.
La corporación de medios trata de respaldar la condena porque en todas las instancias que recorrió, la suscribieron más de diez jueces, la mayoría de ellos integrantes del rebaño judicial de Mauricio Macri. Y si fuera por número, la inocencia de Cristina está corroborada por centenares de legisladores que aprobaron las obras, por los funcionarios nacionales que las coordinaron y los funcionarios provinciales que controlaron su ejecución. Las obras no están en el organigrama de la Presidencia y tampoco existen las órdenes que las relacionaran.
En todo el mundo hay cimbronazos, que incluso pueden desembocar en una guerra nuclear, por los realineamientos del orden mundial. Los ataques de Israel a Irán demuestran el interés que siempre tuvo Benjamín Netanyahu en usar el atentado contra la AMIA como argumento para atacar a la nación persa, incluyendo los manejos del Mossad y del fiscal Alberto Nisman. Pesó más el objetivo político, que la búsqueda de los responsables. Así, la causa del memorándum con Irán se inició en la embajada israelí durante la primera presidencia de Netanyahu.
Los tribunales, que dieron curso a causas como la del memorándum o la de Vialidad, participaron en la guerra judicial contra Cristina Kirchner y expusieron la falla enorme en el sistema de administración de justicia. La condena no está relacionada con la corrupción ni con la justicia y, en cambio, está recorrida por el sentido político, que pasó de la difamación a la proscripción de una candidata opositora que estaba por derrotar al oficialismo.
Al cruzar desde el ámbito de la justicia al de la política, esos jueces obstaculizaron el derecho cívico determinante de la democracia como es el ejercicio soberano del voto. Los jueces se pusieron por encima del pueblo y distorsionaron la esencia del sistema. Para usar un término más popular, Cristina lo definió como “un cepo al voto”.
Al revés de lo que piensa el antiperonismo, la persecución continua y las injusticias que se cometieron contra la expresidenta, no afectaron su imagen, sino que la hicieron crecer. No sólo hubo memoria y agradecimiento popular, sino que se sumó la identificación por esas injusticias a las que también fueron sometidos por los que la persiguen a ella y que integraron los malos gobiernos que siguieron a los del kirchnerismo.
La degradación del sistema en general forma parte del fenómeno que sufre Occidente. Esta semana crecieron las masivas protestas en ciudades de Estados Unidos, en especial en California, contra la deportación de latinos. La ministra de Seguridad norteamericana, Kristi Noem, envió a la Guardia Nacional a ese Estado gobernado por la oposición demócrata, pero lo hizo sin provisiones y sin alojamiento. Los tipos van a reprimir y después no tienen lugar para dormir. La protesta es multitudinaria y la represión muy violenta. Noem no consultó a las autoridades locales y en una conferencia de prensa mandó golpear y esposar al senador por California Alex Padilla. Los síntomas de descomposición son parecidos incluso por la violencia represiva y por los liderazgos estrambóticos que surgieron con el caos.
El miércoles, Cristina Kirchner se presentará en Comodoro Py para comenzar su condena. Las agrupaciones populares, desde la CGT hasta los movimientos de desocupados, anunciaron que la acompañarán. La columna partirá desde la casa de la expresidenta en Constitución, y caminará hasta los tribunales de la zona de Puerto Madero, fuera de Constitución.