Juan José Saer, el escritor universal desde su rincón en el mundo

El autor de Responso, El limonero real, Nadie nada nunca y Glosa, entre otras novelas fundamentales, amplió las posibilidades líricas de la lengua. Alberto Díaz, Gloria Peirano, Nora Catelli y Martín Prieto analizan una de las obras más originales del siglo XX.
Cuando despertó, Saer todavía estaba allí. A veinte años de la muerte de Juan José Saer, el autor de Responso, El limonero real, Nadie nada nunca y Glosa, entre otras novelas fundamentales, ocupa un lugar central en la literatura argentina por la obstinada manera en que amplió las posibilidades líricas de la lengua. Su obra, refractaria a los imperativos del realismo aglutinado en torno al boom de la literatura latinoamericana y del vanguardismo cortazariano, expresa una pertinaz experimentación en la que confluyen el poeta Juan L.Ortiz, Roberto Arlt y Jorge Luis Borges, entre otras vertientes, con un anclaje territorial reconocible en la ciudad de Santa Fe y su entorno ribereño, como así también en las ciudades vecinas: su Serodino natal y Colastiné.
¿Qué es lo que todavía está allí, parafraseando el microcuento de Augusto Monterroso? Doce novelas, cinco libros de cuentos, cuatro de ensayos y un poemario, además de cuatro volúmenes de textos inéditos. Saer, que nació en Serodino el 28 de junio de 1935 y murió en París, el 11 de junio de 2005, comenzó a publicar poemas, cuentos y artículos en la página literaria del diario El Litoral, de Santa Fe. En la zona (1960) fue su primer libro de cuentos editado; después llegarían las novelas Responso (1964) y La vuelta completa (1966) y dos libros de relatos más: Palo y hueso (1965) y Unidad de lugar (1967). Durante siete años, entre 1960 y 1967, dio clases de Historia del Cine y Crítica y Estética Cinematográfica en el Instituto de Cinematografía de la Universidad Nacional del Litoral. En 1968, luego de obtener una beca de la Alianza Francesa, se trasladó a París, donde dictó clases de Literatura en la Universidad de Rennes hasta su retiro en 2002.
El programa estético saeriano se consolidó en torno a ideas programáticas sobre el tiempo, el espacio, la historia y la poca fiabilidad de la memoria para aprehender la realidad. Muchas de sus novelas “transcurren” en períodos de la historia muy reconocibles: Responso (1964) y Cicatrices (1969), en los años de proscripción del peronismo; El entenado (1983) en la “conquista” de América; Las nubes (1997) en la Revolución de Mayo; La ocasión (1987), la llegada de los inmigrantes europeos entre 1870 y 1880; Nadie nada nunca (1980), Glosa (1986) y Lo imborrable (1992), en la última dictadura cívico militar.
Alberto Díaz, editor de Saer, recuerda que desde el inicio de su carrera literaria en 1960, el escritor santafesino se encontró con “un contexto doblemente asfixiante”: por un lado, la cercanía de Borges, cuya sombra resultaba difícil de eludir, y por el otro, en el ámbito continental, la influencia del boom latinoamericano. “En oposición a estas opciones, Saer se erigió en el ‘polo negativo’ y solitario de esas corrientes hegemónicas, creando una de las obras más originales en lengua castellana del siglo XX. Esto le permite generar una obra con valores universales sin abandonar su rincón en el mundo -enfatiza el editor-. En varias ocasiones, confesaba su deseo de ocupar un lugar, aunque fuera pequeño, en la literatura nacional. Para él, la narrativa argentina era un punto central de referencia y legitimación”.
Díaz observa que Saer se distingue por la perfección de su escritura, la fidelidad a un núcleo de experiencia, percepciones y zonas básicas de su narrativa, así como una poética, que desde El limonero real y los relatos de La mayor, fortalece la valoración de su narrativa. “En sus obras el contenido era secundario y lo realmente importante radicaba en cómo se narraba. Los temas que lo obsesionaban y los verdaderos protagonistas de sus obras eran la relación espacio-temporal y la poca fiabilidad de los instrumentos que contamos para aprehenderla: la conciencia y la memoria. Su obra, que funciona como un todo, con múltiples vasos comunicantes, estaba destinada, según su deseo, a que sus lectores lo reconocieran por el estilo y el ritmo que le imprimía a su escritura, así como él podía leer una frase suelta de (Juan Carlos) Onetti y saber quién la había escrito”.
Beatriz Sarlo, autora de un texto notable como Zona Saer, lo consideraba “el mejor escritor argentino de la segunda mitad del siglo XX”, y lo ubicó “en la cima del canon post Borges”. En París, en 1984, cuando se publicó la traducción al francés de los cuentos Unité de lieu (Unidad de Lugar) Le Monde des lettres tituló: “Un argentino desconcertante”. Díaz no puede evitar llamarlo “Juani” ese diminutivo afectuoso de una relación de amistad que se forjó durante veinte años en cientos de llamadas telefónicas, porque no usaba las cartas para comunicarse con sus amigos.
Temporalidad dilatada
Gloria Peirano subraya que lo que perdura de la obra de Saer es una experiencia de escritura y de lectura en la que el principio poético entra en tensión directa hacia el interior de la forma novela. “En ese sentido, dentro del programa saereano, lo que destaca es que cualquier hecho es imposible de narrar. Es decir, aunque el principio poético actúe una y otra vez, aunque incluso el manejo de la temporalidad derive en una extraordinaria ‘temporalidad dilatada’, lo que Saer nos dice es que la experiencia siempre se va a perder, siempre será mera repetición. La Sintaxis, como plataforma de asalto al sentido es, para mí, la garante de su programa de escritura y por eso me interesa tanto su literatura. Ha dejado una marca fundamental en este sentido”, reflexiona la escritora y docente universitaria.
“En general, los varones son los personajes principales en la literatura de Saer. Se pone el foco en las reuniones de amigos, los asados, las largas conversaciones; un universo narrativo centrado en personajes masculinos”, advierte Peirano. “Sin embargo, existen algunos personajes femeninos inolvidables en su obra: la Adelina Flores, de ‘Sombras sobre vidrio esmerilado’ o Ella, de El limonero real (su negación a participar de la ceremonia familiar del 31 de diciembre porque está de luto interrumpe el flujo de lo cotidiano, es decir, Ella es la que dice: no, no se puede olvidar) o Elisa, de Nadie nada nunca y su percepción del terror que se avecina”.
La comedia humana
El “elenco estable” de personajes, como él mismo los llamaba, son varones y estaba integrado por Tomatis, Garay, Barco, Leto y Noriega, entre otros. ¿Qué pasa con las mujeres en la narrativa de Saer? Nora Catelli, escritora, crítica literaria y ensayista, que será distinguida con el título Doctora Honoris Causa de la Universidad Nacional de Rosario durante las Jornadas Juan José Saer, enfatiza que hay tres aspectos. “El primero es el principio de composición de Saer: él no trabaja con tipos sino con fragmentos de realidad incorporados a la ficción. El realismo es ese trabajo de incorporación, que huye metódicamente del romanticismo. Sus personajes no son modelos sino experiencias de la percepción social y familiar que su propia literatura vuelve típicas al crearlas”, explica Catelli. “El segundo tiene que ver con las acciones o rasgos de hombres o mujeres en Saer. Es clara la definición de lo que los hombres de la comedia humana de Saer hacen. Como dice Nora Avaro: toman, conversan y caminan. Son libres. Discursivamente, observa Avaro, ejercen la ironía, que es un lujo. Permite la distancia, la contradicción y la reticencia”, agrega la crítica literaria.
“El tercer aspecto es el más oscuro y el más interesante: ¿qué hacen las mujeres en Saer? Puede decirse que hacen, aunque ni toman ni caminan ni conversan. No les está concedido el don de la argumentación. Saer atrapa esa diferencia radical y la expone -analiza Catelli-. Las mujeres en Saer son aliadas o militantes, o consejeras y libertinas; o restos de la prostitución. Las más importantes son las que condicionan, sólo por el hecho de su existencia, la presencia de los otros: así la madre sexuada de Cicatrices, así la poeta mutilada y voyeur Adelina Flores en ‘Sombras sobre vidrio esmerilado’. Así Concepción, en Responso, la más cristiana de sus personajes, que ejerce el don y causa la perdición. La comedia humana de Saer está atravesada por la inestabilidad de una representación que, vorazmente, percibe esa diferencia y la amplía”.
Escribir con (y contra) Saer
El escritor, profesor y ensayista rosarino Martín Prieto, autor de un trabajo excepcional titulado Saer en la literatura argentina, afirma que en la obra saeriana se puede leer “una singular y sensible intervención sobre la violencia política de los años 70, disidente con casi todas las posiciones vigentes”. “Hay, también, una relación relevante con el pasado más inmediato de la literatura argentina. El cruce que propicia la obra de Saer entre antecedentes sólo vinculables entre sí a través de la obra del mismo Saer: José Pedroni, Juan L. Ortiz, Roberto Arlt, Borges. El conjunto no sólo marca su muy temprano interés por construir un proyecto literario que fuese a la vez narrativo y poético, sin que ninguna de las dos fuentes perdiese nada de su energía, sino también su activa indiferencia frente a las consensuadas polémicas de la época. Contra los borgianos de paladar negro, antiarltianos: Arlt. Contra los enfervorizados arltianos, antiborgianos: Borges. Es posible que esa posición, solitaria y radical, haya tenido un efecto retardatario sobre el reconocimiento y la difusión de su obra”, reflexiona Prieto, director del Centro de Estudios de Literatura Argentina de la Universidad Nacional de Rosario.
“Aún en los años 60, experimentales en todo orden (político, comunicacional, sindical, musical, visual, literario), con un ancho público muy bien dispuesto a acompañar todas las novedades, el experimento saeriano (sintaxis, signos de puntuación, personajes, clima, narrador, punto de vista, estructura, descripciones narrativas, tempo) no calzaba con la época -precisa Prieto-. Como sí sucedió veinte años después: Nadie nada nunca, El entenado, Glosa, El río sin orillas obtuvieron el favor del público, de la crítica, de los pares, que no habían tenido Responso, Cicatrices, El limonero real, La mayor. Y desde entonces, el más bien solitario Saer, el escritor ‘para pocos’ se convirtió, como todo gran escritor nacional, en un problema para la literatura argentina. Escribir con Saer. Escribir contra Saer. Creo que todavía en eso estamos”.
Rosario siempre estuvo cerca
A veinte años de la muerte de Juan José Saer, la Facultad de Humanidades y Artes y el Centro de Estudios de Literatura Argentina de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) realizarán las Jornadas Juan José Saer este jueves y viernes en el marco del IV Encuentro de Editoriales Independientes y Universitarias. En la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR, Saer estudió Filosofía y siguió, de oyente, los cursos de Adolfo Prieto de Literatura Argentina. También en esa Facultad y en los bares de pocas cuadras a la redonda se relacionó con algunos de sus grandes compañeros y amigos poetas: Aldo Oliva, Hugo Padeletti y Rafael Ielpi. Sus libros fueron estudiados por primera vez en la misma facultad por María Teresa Gramuglio, su lectora y crítica principal. Participarán de las jornadas Adrián Gorelik, Analía Capdevila, Aníbal Jarkowski, Azul Chiodin, Bernardo Orge, Emiliano Rodríguez Montiel, Fernando Núñez, Graciela Silvestri, Marcelo Bonini, Nieves Battistoni, Nora Avaro, Nora Catelli, Rafael Arce, Roberto Retamoso y Sergio Raimondi. La conferencia de cierre “La figura del cónsul” estará a cargo de Nora Catellli, quien será distinguida con el Doctorado Honoris Causa.