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Chistes con el quemero y el calamar

El extraño partido final entre Huracán y Platense, dos de los equipos que menos gastaron en reforzar sus planteles, a cientos de kilómetros de Buenos Aires, en Santiago del Estero, fue la excusa para invitar a casa a comer una picada a mis dos viejos compañeros de la escuela primaria: Guillermo, un furioso hincha del Globito y el Turco Matías, un fanático del Marrón. Hacía más de 4 décadas que no nos veíamos los tres. El primero en llegar fue Guillermo. No lo reconocí sin el guardapolvo blanco del colegio, pero por suerte él sí a mí. Después de cargarlo porque había estado más de medio siglo sin ver a Huracán de consagrarse campeón, le pregunto por su trabajo:

-No me puedo quejar, mi clientela crece día a día.

-Ah, bien ¿Y a qué te dedicás?

-Vendo ropa para chicos.

-Te casaste joven, pero nunca me dijiste por qué te separaste. ¿Ella era hincha de San Lorenzo?

-No, ni aunque me hubiese llevado el apunte yo la hubiese llevado al altar si era cuerva. ¿Qué por qué me separé? Bueno…Dicen que el amor es una cuestión de química y mi ex mujer me trataba como si yo fuese un barril de residuos tóxicos.

Al toque cayó el Turco, envuelto en una bandera de Platense, más feliz que Riquelme con dos mates. ¿Qué es de tu vida, Matías?, le pregunté.

-Me dedico a fabricar computadoras especiales para la tercera edad.

-No entiendo, ¿qué tiene de especial una computadora para viejos que no tenga una para jóvenes?

-Que una máquina para nosotros, los viejos, en vez de memoria, tiene nostalgia.

Nos reímos un buen rato. Primero con los chistes que siempre hacíamos de chicos. Luego con los vinculados al partido del día. A mí, por estar algo excedido de peso el Turco me dijo: «Che, Gordo…Todos tenemos un niño adentro, pero vos siempre tuviste un jardín de infantes». Le respondí que tanto mi madre como mi abuela siempre se encargaron de que comiera bien. Es más, les confesé que hasta los 3 años yo creía que mi nombre era “probá esto”.

-Otro que era hincha del Globo, y vivía por la avenida Caseros, cerca de la sede del club era Sergio Ocampo ¿Sabés algo de Sergio, Guille? A él le gustaba cantar.

-Sí, de hecho, fue niño cantor de la Lotería Nacional, pero no le fue bien. Descubrieron que, en vez de cantar, hacía playback. Cada tanto me lo cruzo en el Palacio Tomás Ducó. Me dijo que estaba haciendo reflexología. Le pregunté qué era eso y me dijo que la reflexología es una terapia complementaria que se basa en la estimulación de puntos reflejos en los pies. Según él, los pies son como mapas de nuestro cuerpo.

-Bueno, si es por eso mi panza es un Mapamundi. Le comenté. Y todos se rieron. ¿Vos no eras economista, Turco? Recuerdo que más de una vez te pedí un asesoramiento.

-Sí, lo soy. Es mi principal fuente de ingreso.

-Entonces ya que estamos te pregunto. Vendí mi auto, ese viejo Fiat Duna que tenía desde el ’97. No me dieron mucho pero aconsejame ¿Qué me conviene hacer con la guita? ¿Invertir en dólares, en bonos o acciones?

-Ni lo dudes: invertí en impuestos, que suben todo el tiempo.

Otra ronda de risas. Ahí se sumó Guillermo:

-Yo no tengo ese problema, ahorro tan poca plata que el Greenpeace se organizó para tratar de salvarle la vida a mi chanchito alcancía.

Los argentinos vivimos sufriendo, pero nunca como ahora -concluí yo-. El país siempre estuvo hecho una papa caliente, pero con este Gobierno, terminaremos todos hechos puré.

De pronto, en la tele mostraron las primeras imágenes desde Santiago del Estero, les serví la picadita que había preparado, un vinito para los tres. Y nos pusimos a ver el partido.

Fuente: Pagina12

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