Feria del Libro: austeridad obligada

La Feria es un lugar anclado en el mercado que desde el gobierno se nos dice que es la única verdad que existe, pero sería bueno pensar qué otras cosas nos pasan al visitar la feria además de comprar y vender, porque la experiencia que proponen los libros desborda totalmente el intercambio comercial. Las editoriales independientes estamos haciendo un aporte a la feria que parece inapreciable en los términos que se evalúa este evento: sostenemos catálogos en el tiempo, construimos espacios colectivos, no saldamos ni mandamos a picar libros para no pagar bodegas, sostenemos la presencia en espacios territorialmente muy amplios, conversamos con personas que escriben que nunca se hubieran animado a publicar si no fuera por nuestro aliento, nos aguantamos ser la sala de ensayos de lo que funciona para el mercado y dejar todo listo para que las grandes saquen su provecho económico, etc.
Todo esto es parte de nuestra fortaleza, pero también nos pone en un lugar mucho más frágil en el contexto de esta feria en la cual la singularidad de la bibliodiversidad está borrada del imaginario de lo que hay que cuidar. El tremendo ruido en el que vivimos está haciendo que prevalezca la relación con el consumo que propone el mainstream. La feria está pensada para los poderosos, para que las bibliotecas vayan a comprar a las grandes, y para que los órdenes de visibilidad sigan siendo los mismos. Lo valioso aparece en los espacios de ese intercambio que intensifica relaciones en un mundo que intenta mermarlos, tabicarnos, mantenernos en la tensión de la supervivencia. La feria este año fue dura en muchos puntos, por un lado ver a alguien con cinco libros que quería llevarse y elegía uno o dos, y pedía descuentos habla no de una falta de deseo sino de una austeridad obligada. El deseo por acceder a la lectura no ha mermado, quizás fue en aumento, pero el acceso se restringe ante una economía durísima para sectores que atesoran nuestro trabajo. El libro y la lectura como refugios inigualables para respirar, para resistir, para re-imaginar mundos posibles es de lo que nos agarramos muchxs en este momento. En ese sentido no se puede esperar que la feria vea esto, la feria cumple con administrar un espacio para vender libros, pero sería genial tener encuentros más amables en el que escucharnos sea puesto en valor. La Feria no está pensada en términos de escucha, de diálogo, de amabilidad espacial, de calidad, de hospitalidad, de cuerpos vivos disfrutando, de refugio.
Este año fue difícil poder encontrarse y escucharnos: no sólo por su duración, también porque había más ruido que lo habitual. Cuando en un territorio los pájaros empiezan a no distribuirse bien el espacio sonoro, eso habla de un ecosistema que no está bien y que va a empeorar: el ruido excesivo interfiere con la comunicación de los animales, altera su comportamiento, perturba sus ciclos de reproducción y en algunos casos, causa estrés y daños fisiológicos. Esto puede afectar la biodiversidad, la estructura de la comunidad y la dinámica del ecosistema en su conjunto. En el ecosistema de la feria pasa exactamente lo mismo.
* Directora Editorial Ediciones Documenta (stand Todo libro es Político).