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Es triste ver cómo se repite la historia

“No sé para dónde encarar”, dice Santiago Rodríguez desde la puerta de la Gráfica Anselmo Morvillo, en Avellaneda. “No sé qué hacer ni para dónde ir, no sé cómo arrancar”, repite varias veces a lo largo de la entrevista. Tiene 48 años y hacía 26 que trabajaba en la imprenta que cerró en febrero, después de medio siglo de actividad. Trabajó aquí más de la mitad de su vida, fue su segundo empleo después de terminar la escuela secundaria. Es uno de los 234 despedidos de la empresa que presentó la quiebra y que les avisó una noche por mensaje de WhatsApp que ya no volverían a trabajar ahí. Lo que vino después fue la permanencia en la fábrica y la lucha por reactivarla o cobrar una indemnización. Otra imagen de la Argentina de Javier Milei que se parece tanto a la de etapas anteriores: grupos de desocupados que ya no encuentran lugar en el mercado, que intentan rebuscárselas con changas alejadas de las habilidades que entrenaron durante décadas. O, como en este caso, encontrar una manera de remontar la fábrica, de preservar lo que, están seguros, puede seguir funcionando. 

“No sé para dónde encarar”, dice Santiago Rodríguez desde la puerta de la Gráfica Anselmo Morvillo, en Avellaneda. “No sé qué hacer ni para dónde ir, no sé cómo arrancar”, repite varias veces a lo largo de la entrevista. Tiene 48 años y hacía 26 que trabajaba en la imprenta que cerró en febrero, después de medio siglo de actividad. Trabajó aquí más de la mitad de su vida, fue su segundo empleo después de terminar la escuela secundaria. Es uno de los 234 despedidos de la empresa que presentó la quiebra y que les avisó una noche por mensaje de WhatsApp que ya no volverían a trabajar ahí. Lo que vino después fue la permanencia en la fábrica y la lucha por reactivarla o cobrar una indemnización. Otra imagen de la Argentina de Javier Milei que se parece tanto a la de etapas anteriores: grupos de desocupados que ya no encuentran lugar en el mercado, que intentan rebuscárselas con changas alejadas de las habilidades que entrenaron durante décadas. O, como en este caso, encontrar una manera de remontar la fábrica, de preservar lo que, están seguros, puede seguir funcionando. 

La gráfica ocupa dos manzanas y fue una de las empresas de referencia en el sector durante 51 años. Se dedicaba a la impresión y encuadernación de folletos, catálogos comerciales, revistas, semanarios y fascículos, no solo para clientes del país, sino también para firmas internacionales, exportaba a Uruguay, Chile y Brasil. Su dueño, Anselmo Morvillo, fue presidente de la Federación Argentina de la Industria Gráfica durante años. Hoy las seis rotativas están paradas, el silencio del galpón contrasta con el ruido de los camiones y autos que pasan por la calle Pienovi al 300, en donde los trabajadores mantienen una mesa, un gazebo y una alcancía para el fondo de lucha. 

Foto: Adrián Pérez.

En un comunicado, los directivos adujeron el cierre a los cambios en el mercado por el avance tecnológico, el aumento de precios internacionales de los insumos y el pago anticipado del papel. Pero además del huracán de La Libertad Avanza que arrasa con la producción nacional, los trabajadores creen “que hay un componente fraudulento en la quiebra” para no pagar las indemnizaciones y denuncian que la empresa cerró todas las vías de comunicación y no se presentó a la audiencia de conciliación convocada por el Ministerio de Trabajo de la provincia de Buenos Aires.

Estafados

Santiago Rodríguez dice que se siente estafado. Trabajó casi tres décadas en la Gráfica Anselmo Morvillo, sus compañeros eran familia, pasaba más tiempo en la fábrica que en su casa: 12 horas de trabajo más cuatro de viaje de ida y vuelta. “Yo pasé mi vida acá, fui responsable, lo di todo y ahora nos echan sin ningún aviso. Llegué de mis vacaciones y al día siguiente nos mandaron el mensaje de WhastApp”, cuenta. Enumera las crisis del 2001, la pandemia y otros vaivenes económicos, pero dice que nunca pensó que llegaría este momento al que él llama “antes de lo peor”

“Yo tengo 26 años acá, sabía cómo hacer bien mi trabajo, y ahora ya estamos grandes, tengo 48 años y para cualquier nuevo laburo sos un viejo de mierda. Yo estoy todo roto, tengo cuatro hernias de disco y me operaron de la mano. Son los riesgos de hacer mecánica, yo lo sabía, pero a mí me gustaba. Lo que más me cuesta es aceptar que nos dieron una patada en el culo. Nunca pensé que iba a pasar”, dice Santiago Rodríguez, que tiene tres hijas y una casa hipotecada.

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Santiago Rodríguez. Foto: Adrián Pérez.

Hace 50 días que las y los trabajadores de Morvillo mantienen la permanencia en la fábrica, están ahí día y noche para cuidar las máquinas, garantía para reactivar la producción o, por lo menos, cobrar las indemnizaciones. Armaron grupos rotativos para sostener una custodia las 24 horas. Se cubren mientras algunos salen a hacer changas. También los acompañan la “Comisión de familia”, integrada mayoritariamente por las esposas de los despedidos, aunque también hay algunos hijos e hijas. Un entramado para subsistir. 

Mientras tanto, habilitaron el alias morvilloenlucha para recibir donaciones que les permitan sostener el acampe. “Es muy importante el fondo de lucha para nosotros, no tenemos para comer, nadie recibe un sueldo. Por eso es clave”, cuenta Sebastián Rodríguez, secretario General de la Comisión Interna.

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Foto: Adrián Pérez.

«No quería que se repita la historia»

Jorge Torres llora cuando relata que habló con su hija Alexia, de 18, y le dijo que ya no podrá pagarle los gastos de la carrera de Informática. “Yo no quería esto, es triste ver cómo se repite la historia. Cuando salí a trabajar no pude seguir estudiando. ¿Entendés? Yo quería algo mejor para ella, la quería ayudar a que termine su terciario y no tenga que trabajar. Yo no sé si ahora va a poder hacer las dos cosas”, dice y se le llenan los ojos de lágrimas. 

Tiene otras dos hijas más chicas: Briseida y Marlene, por las que también se preocupa. “Lo que me da más bronca es por ellos, por la juventud. Yo ya estoy hecho. Y sigo fuerte por ellas, nada más. Me mataron, pero todos los días me levanto por ellas”, agrega. Era maquinista, tenía un equipo a cargo y trabajaba en la gráfica desde 1993. Tiene 51 años y toda su vida adulta la pasó en esta fábrica. “Yo salí del colegio y entré acá. Sigo tirando currículums, buscando otra opción, pero no tengo otra referencia más que este lugar”, lamenta. “A mi edad no sé si habrá gráficas, no hay mucho trabajo de eso y volver a empezar… igual no pierdo la esperanza de conseguir algo en blanco, bien, como lo que teníamos nosotros”. Y agrega la frase que se repite en cada historia de esta época y de las pasadas: “No soy viejo, pero para el mercado somos viejos”.

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Jorge Torres. Foto: Adrián Pérez-

El cierre de la Gráfica Anselmo Morvillo se enmarca en una crisis del sector que viene desde años por el avance de las nuevas tecnologías y que ya había impactado en sus competidoras Donelley, AGR del Grupo Clarín e Ipesa. Desde la empresa indican que la producción cayó un 63 por ciento y que uno de los problemas fue la retirada de Avon, que era su principal cliente: «Dejó de imprimir catálogos y mudó su comercialización a internet, eso nos dejó en una situación económica y financiera terminal”, aseguran. 

Más allá de la crisis que golpea al sector, los trabajadores creen que hay otros componentes detrás del cierre. “La empresa argumenta una crisis post concursal, que no se puede demostrar. Durante décadas estuvo trabajando 24 horas los 7 días de la semana y tercerizaba trabajo porque no le alcanzaba la producción propia. Se la llevó en pala por años y ahora que hay retracción industrial, toman esta decisión. Vemos un componente fraudulento”, analizan. 

Agregan que la quiebra fue rechazada en el juzgado de primera instancia porque no se ajustaba del todo a la ley. “No estarían cumpliendo, por ejemplo, con haber cerrado el concurso de acreedores, esperar un año y recién ahí pedir la quiebra. Es una auto quiebra. Y encima, horas más tarde, sin argumentar jurídicamente, la Cámara de Apelación le da vía libre a la quiebra. Hay un tufillo extraño”.

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Foto: Adrián Pérez.

Cuidar las máquinas

Mientras tanto, las y los trabajadores consiguieron un fallo de la justicia bonaerense que los habilita como custodios legítimos de los bienes de la planta, máquinas que permanecen inmóviles. Pero ahora el juez Diego Hernán Papa, del Juzgado Nacional Comercial N°12, dispuso que una empresa de seguridad privada se haga cargo del resguardo del lugar, algo que la Comisión Interna rechaza porque ya hubo robos durante los días en los que la seguridad privada se hizo cargo y porque consideran que no hay nadie más indicado para cuidar los materiales que ellos mismos, ya que dependen de su mantención para encontrar una salida. “Quién mejor que nosotros para cuidar las máquinas, queremos que esto siga funcionando, es nuestro futuro”, dicen.

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Sebasti+an Rodríguez. Foto: Adrián Pérez.

Un mes y medio después del cierre, Ramón Arias tiene que elegir qué servicio pagar. Ya dio de baja la internet y el cable, y en abril dejó de pagar la luz porque no le alcanza. La semana pasada trabajó un día como cadete, otros dos como ayudante de albañil y otro en una mudanza. “Hago lo que salga porque de mi oficio todavía no salió nada», dice. Conoce cada detalle de la impresión, cómo funcionan las rotativas, era ayudante de maquinista y hacía 20 años que estaba en la gráfica, donde también trabajó su papá, ya jubilado. Ramón tiene 45, y siente que está en el límite de la edad para conseguir un trabajo registrado como el que conocía. “Yo me formé acá, es el oficio que tengo, todo lo que sé. Ahora, lo difícil es salir a insertarte en un mundo nuevo. ¿Qué vamos a hacer ahora? Tenés que trabajar de lo que sea, de lo que puedas, de lo que salga”, dice.

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Ramón Arias. Foto: Adrián Pérez.

Ramón tiene una hija con discapacidad, es hipoacúsica, y hoy su preocupación es la obra social. Hace unos meses había dado de baja la prepaga porque los aumentos le resultaron insostenibles y ahora cuenta los meses en lo que estará cubierto por la obra social de los gráficos. “Cuando ya no tenga más va a ser un tema difícil para ella porque necesita los otorrinos, los médicos que la atienden hace mucho tiempo”, imagina. Dice que tiene la cabeza saturada de tanto pensar, de tratar de planificar cómo será el día, de dónde sacará dinero para cubrir los gastos más básicos. “Todo el tiempo estoy tratando de ver qué hacer para llevar el pan a mi casa porque vivimos el día a día. Ya cuando uno tiene un capital, dice: ahora yo me dedico a esto, encaro por este lado. Ya tenés organizada la vida. Hoy no puedo hacer nada porque no tengo nada, nada. No puedo, no sé, no tengo nada. Lo único que tengo que hacer, si no tengo para comer, es vender algo de mi casa”, dice.

“Uno trata de ser positivo, pero llega un momento que se te llena de preguntas la cabeza. ¿Cómo seguir si ni siquiera nos dieron la indemnización después de tantos años trabajados acá?”, se pregunta. La misma duda que recorre los pensamientos de quienes están esta tarde en la permanencia de la Gráfica Anselmo Morvillo y que buscan la forma de no quedar afuera del sistema.

La comisión de familia

Natalia Pascual es la única mujer en un grupo de casi 20 varones, está sentada en la vereda de la gráfica bajo un gazebo que armaron para que la comunidad de Avellaneda conozca lo que pasa ahí dentro. Toma mate y conversa con el resto, es la esposa de Kike, uno de los despedidos y delegado de la Comisión Interna. Ella y otras personas armaron la Comisión de Familia, un grupo que acompaña a los despedidos. En un principio se encargaban de gestionar la comida, después de organizar los festivales o actividades de visibilización y ahora acompañan la permanencia. Tienen un grupo de WhatsApp en el que se van comunicando con otras mujeres y con algunos de los hijos e hijas que también participan.

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Natalia Pascual. Foto: Adrián Pérez.

Natalia puede pasar más de 14 horas por día en la fábrica, comparte esa lucha. Al principio prefiere no participar de esta nota, dice que no quiere llorar, finalmente accede: “Esto es durísimo”, resume. “Mientras Kike tenía trabajo ya éramos pobres, imaginate ahora. Es un golpe bajísimo y no sé qué vamos a hacer, nosotros alquilamos y tenemos un nene que está escolarizado”, cuenta. Dice que entre ellos se sostienen mutuamente: “No sé si es una contención psicológica, pero es una escucha, una charla. Es mucho lo que está pasando, yo le digo a mi marido que necesitaría una ayuda”.

Ella también está desempleada, perdió su trabajo en la pandemia y aún no consigue; tienen dos hijos, de 20 y 16 años. “El más chico, que está en el colegio, prácticamente está huérfano porque está solito todo el tiempo, yo vengo casi todos los días acá”, se apena.

Una salida alternativa

Una de las opciones que manejan los trabajadores de la Gráfica Anselmo Morvillo es que el gobierno bonaerense se haga cargo de la producción para imprimir aquí materiales educativos, boletas electorales, folletería institucional. Cuentan que iniciaron conversaciones con el ministro de Trabajo, Walter Correa; el de Producción, Augusto Costa, y con representantes de Desarrollo Social. 

A nivel local, recibieron el apoyo del Concejo Deliberante de Avellaneda y de la Legislatura bonaerense –aunque sin el acompañamiento de La Libertad Avanza y el PRO–. También estuvieron en la reunión de la comisión de Trabajo de la Cámara de Diputados provincial, donde expusieron su situación junto a trabajadores despedidos de otras empresas como Pilkington, Shell-Raizen, Volkswagen y Procter & Gamble. Un universo de despedidos y despedidas que sigue creciendo en la Argentina actual. 

Fuente: Pagina12

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